Fue hace ya un montón de años. Lo leí en cualquier parte y recuerdo comentarlo con mi pareja de entonces, y con los amigos.
La teoría de los siete pasos. En realidad, de los seis coma seis pasos, y está avalada por Microsoft, ni más ni menos...
Dice la susodicha que todos los seres humanos del planeta Tierra estamos conectados por un máximo de siete pasos.
Por ejemplo; si yo conozco al hijo del dueño de la carnicería de mi calle, y este conoce al profesor de matemáticas que conoce al novio de, digamos, la actual pareja de Perico el de los Palotes, entonces se cumple la premisa, por la que yo estoy a siete, o menos, pasos de Perico.
Y por ende, estoy prácticamente a menos de siete pasos de casi cualquiera de los ocho mil millones de personas que poblamos el mundo.
Parecen pocos pasos, pero son suficientes.
Es fácil imaginar que si un amigo fue a un concierto de David Bowie, yo estoy a dos pasos de David. Suena fascinante.
O no tanto.
Por mi papel como músico, y como un metomentodo profesional, me ha tocado estar a menos de tres pasos de muchas personalidades, lo cual no me parece la gran cosa, pero tampoco voy a renegar...
Hoy contaré algo que tenía dormido en el recuerdo, que apenas he contado a nadie. No me pareció algo que importara más allá de lo puramente anecdótico.
Andaba en aquellos mediados de los ochentas, y viajé con un amigo hasta Ibiza. Él era un músico profesional, y quería visitar un importante estudio de grabación que llevaba poco tiempo abierto. Le habían invitado porque le querían hacer una oferta para grabar allí un disco.
Yo estaba más que ilusionado con acompañarle, sobre todo porque iba pagando todo lo que se nos echaba encima; las birras, los menús en aquellos locales tan majetes, los porros y y las copas de última hora.
Lo peor fue tener que levantarnos a las ocho....de la mañana....¡¡uff!
El estudio era una pasada, en un entorno natural, grande y completamente equipado con, creo recordar, ya un sistema digital, lo más de lo más.
Y mientras mi amigo era atendido por un chico muy simpático, yo me puse a deambular por sus rincones.
Abría puertas, me sentaba delante de las mesas de mezcla (había más de una sala de grabación), visité una especie de cueva en donde se grababan instrumentos acústicos aprovechando su acústica natural.
Y en eso que encuentro una sala completamente llena con una batería. Seguramente esa fue la batería más grande y completa que he visto jamás en directo.
Me quedé ahí, como un idiota, intentando que no se me cayera la babilla. Me acerqué, y no quise contenerme. Mis manos tocaban los platos, mis ojos devoraron los timbales. La caja era casi el doble que cualquier caja que yo hubiese visto en mi vida.
Alguien entró, y antes de darme la vuelta ya me puse nervioso. Me habían pillado en el lugar inadecuado, y enseguida me invitarían a salid de allí. Y lo harían con el gesto torcido, haciéndome ver que eso de meterme en sitios privados estaba muy, pero que muy mal.
El tipo me miró a los ojos, y para mi tranquilidad, sonreía. Yo sabía que él sabía lo impresionado que estaba.
Yo no hablaba inglés ni él español, pero el juego de miradas ya decía claramente lo que estaba ocurriendo.
Yo le dije en español que estaba impresionado con aquella batería, y él, sin dejar de sonreír, me preguntó que si quería escuchar cómo sonaba.
Le entendía perfectamente, sobre todo por su expresión corporal, que sin esperar mi respuesta, ya se estaba sentando al mando de aquél barco mercante.
Inmediatamente reconocí el tema que estaba recreando, era "When the levee Breaks", de los Zepp.
Y allí lo entendí todo. Porque sonaba tan, tan, tan bien, tan contundente, con tanto poderío, que supe que este chico fornido y sonriente era el hijo de John Bonham.
Durante tres minutos aquella habitación se llenó hasta los bordes de historia. Yo seguí absorto hasta varios segundos después de que acabase.
Maldije mi nulo control del idioma.
Él me dio la mano y se marchó.
En aquella época era bastante mitómano.
Por suerte, ahora ya no.
Cuando volví a ver a mi amigo, me contó muy emocionado que había conocido al bajista de Queen.
Empate, pensé.
La teoría de los siete pasos. En realidad, de los seis coma seis pasos, y está avalada por Microsoft, ni más ni menos...
Dice la susodicha que todos los seres humanos del planeta Tierra estamos conectados por un máximo de siete pasos.
Por ejemplo; si yo conozco al hijo del dueño de la carnicería de mi calle, y este conoce al profesor de matemáticas que conoce al novio de, digamos, la actual pareja de Perico el de los Palotes, entonces se cumple la premisa, por la que yo estoy a siete, o menos, pasos de Perico.
Y por ende, estoy prácticamente a menos de siete pasos de casi cualquiera de los ocho mil millones de personas que poblamos el mundo.
Parecen pocos pasos, pero son suficientes.
Es fácil imaginar que si un amigo fue a un concierto de David Bowie, yo estoy a dos pasos de David. Suena fascinante.
O no tanto.
Por mi papel como músico, y como un metomentodo profesional, me ha tocado estar a menos de tres pasos de muchas personalidades, lo cual no me parece la gran cosa, pero tampoco voy a renegar...
Hoy contaré algo que tenía dormido en el recuerdo, que apenas he contado a nadie. No me pareció algo que importara más allá de lo puramente anecdótico.
Andaba en aquellos mediados de los ochentas, y viajé con un amigo hasta Ibiza. Él era un músico profesional, y quería visitar un importante estudio de grabación que llevaba poco tiempo abierto. Le habían invitado porque le querían hacer una oferta para grabar allí un disco.
Yo estaba más que ilusionado con acompañarle, sobre todo porque iba pagando todo lo que se nos echaba encima; las birras, los menús en aquellos locales tan majetes, los porros y y las copas de última hora.
Lo peor fue tener que levantarnos a las ocho....de la mañana....¡¡uff!
El estudio era una pasada, en un entorno natural, grande y completamente equipado con, creo recordar, ya un sistema digital, lo más de lo más.
Y mientras mi amigo era atendido por un chico muy simpático, yo me puse a deambular por sus rincones.
Abría puertas, me sentaba delante de las mesas de mezcla (había más de una sala de grabación), visité una especie de cueva en donde se grababan instrumentos acústicos aprovechando su acústica natural.
Y en eso que encuentro una sala completamente llena con una batería. Seguramente esa fue la batería más grande y completa que he visto jamás en directo.
Me quedé ahí, como un idiota, intentando que no se me cayera la babilla. Me acerqué, y no quise contenerme. Mis manos tocaban los platos, mis ojos devoraron los timbales. La caja era casi el doble que cualquier caja que yo hubiese visto en mi vida.
Alguien entró, y antes de darme la vuelta ya me puse nervioso. Me habían pillado en el lugar inadecuado, y enseguida me invitarían a salid de allí. Y lo harían con el gesto torcido, haciéndome ver que eso de meterme en sitios privados estaba muy, pero que muy mal.
El tipo me miró a los ojos, y para mi tranquilidad, sonreía. Yo sabía que él sabía lo impresionado que estaba.
Yo no hablaba inglés ni él español, pero el juego de miradas ya decía claramente lo que estaba ocurriendo.
Yo le dije en español que estaba impresionado con aquella batería, y él, sin dejar de sonreír, me preguntó que si quería escuchar cómo sonaba.
Le entendía perfectamente, sobre todo por su expresión corporal, que sin esperar mi respuesta, ya se estaba sentando al mando de aquél barco mercante.
Inmediatamente reconocí el tema que estaba recreando, era "When the levee Breaks", de los Zepp.
Y allí lo entendí todo. Porque sonaba tan, tan, tan bien, tan contundente, con tanto poderío, que supe que este chico fornido y sonriente era el hijo de John Bonham.
Durante tres minutos aquella habitación se llenó hasta los bordes de historia. Yo seguí absorto hasta varios segundos después de que acabase.
Maldije mi nulo control del idioma.
Él me dio la mano y se marchó.
En aquella época era bastante mitómano.
Por suerte, ahora ya no.
Cuando volví a ver a mi amigo, me contó muy emocionado que había conocido al bajista de Queen.
Empate, pensé.
