Calentando Motores (Capitán Kokorikó)
Subido por Capitán kokorikó el 21/07/2024
Licencia Copyright
Descripción
ARENA
El pobre hombre hablaba solo, sentado en la arena del desierto, a mil kilómetros de ningún sitio. El coche le dejó tirado y nosotros acabábamos de encontrarlo.
En una mano tenía un puñado de arena, y con los dedos de la otra realizaba pequeñas maniobras.
Sus ojos estaban enrojecidos y llorosos. Su voz, entrecortada e ininteligible, soltaba frases rotas. Nos acercamos despacio, le tocamos con suavidad en el hombro, pero no nos hizo caso. Estaba concentrado en su extraña tarea.
Le limpiamos el sudor y le mojamos poco a poco, con un paño húmedo, los hombros, los brazos y la espalda. Pero al levantarlo para montarlo en el coche se volvió loco, más todavía de lo que parecía estar. Se defendió como un cosaco.
¡Tengo que contarlos! ¡TENGO QUE CONTARLOS! Dijo, apretando el puño.
Yo le pregunté qué es lo que tenía que contar. ¡Los granos de arena del desierto! Me dijo.
Lo sujeté con un brazo y le dije, para convencerlo, que aquello era a todas luces imposible, una locura. Él se me quedó mirando con sus ojos enajenados.
¡Idiota! Por tu culpa he perdido la cuenta, me dijo.
No será para tanto, le contesto.
¿Qué no? ¡IDIOTA! ¡¡SÓLO ME FALTABAN LOS DEL PUÑO!!
El pobre hombre hablaba solo, sentado en la arena del desierto, a mil kilómetros de ningún sitio. El coche le dejó tirado y nosotros acabábamos de encontrarlo.
En una mano tenía un puñado de arena, y con los dedos de la otra realizaba pequeñas maniobras.
Sus ojos estaban enrojecidos y llorosos. Su voz, entrecortada e ininteligible, soltaba frases rotas. Nos acercamos despacio, le tocamos con suavidad en el hombro, pero no nos hizo caso. Estaba concentrado en su extraña tarea.
Le limpiamos el sudor y le mojamos poco a poco, con un paño húmedo, los hombros, los brazos y la espalda. Pero al levantarlo para montarlo en el coche se volvió loco, más todavía de lo que parecía estar. Se defendió como un cosaco.
¡Tengo que contarlos! ¡TENGO QUE CONTARLOS! Dijo, apretando el puño.
Yo le pregunté qué es lo que tenía que contar. ¡Los granos de arena del desierto! Me dijo.
Lo sujeté con un brazo y le dije, para convencerlo, que aquello era a todas luces imposible, una locura. Él se me quedó mirando con sus ojos enajenados.
¡Idiota! Por tu culpa he perdido la cuenta, me dijo.
No será para tanto, le contesto.
¿Qué no? ¡IDIOTA! ¡¡SÓLO ME FALTABAN LOS DEL PUÑO!!
Descargable
Sí (loguéate o regístrate para descargar)