El Fin de tu Mundo (Capitán Kokorikó)
Subido por Capitán kokorikó el 24/11/2024
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Descripción
COMIÉNDOSE EL MUNDO
Desde que aprendió a caminar no ha parado. Se ve que lo estaba deseando. Y viéndolo tan decidido ya sé que querrá comerse el mundo.
Raro es el día en que no lo encuentre al borde de la muerte, ya sea por precipitación, quemaduras de tercer grado o envenenado con salfumán.
Un día decidí observarlo sin que se diese cuenta. Y me tocó en suerte presenciar un auténtico espectáculo. Entró vacilando a la cocina, con gran esfuerzo se subió a una silla. De ahí, a los armarios. Abrió todas las puertas, tocó todos los botes, los paquetes de garbanzos, la harina. Pronto se cansó, y puso su interés en un jarrón que hay encima de la nevera. No llegaba con las manos, pero pronto encontró una olla, que puso al lado de la nevera para usarlo de escalón.
La cosa se había puesto interesante. Pensé en pararle, pues se dirigía, sin duda alguna, hacia un buen batacazo. Pero me contuve, quería darle una oportunidad, después de todo, quien soy yo para negarle a mi hijo su derecho a la osadía.
No quiero aburrirte con la descripción minuciosa de todos los movimientos que hizo, porque cada uno de ellos era un claro desafío a las obsoletas creencias que la ciencia aún sostiene.
Pero sí, la escena termina con el niño mordiendo el suelo.
Bueno, pienso mientras le limpio la sangre, si vas a comerte el mundo, bien está que lo vayas probando.
Desde que aprendió a caminar no ha parado. Se ve que lo estaba deseando. Y viéndolo tan decidido ya sé que querrá comerse el mundo.
Raro es el día en que no lo encuentre al borde de la muerte, ya sea por precipitación, quemaduras de tercer grado o envenenado con salfumán.
Un día decidí observarlo sin que se diese cuenta. Y me tocó en suerte presenciar un auténtico espectáculo. Entró vacilando a la cocina, con gran esfuerzo se subió a una silla. De ahí, a los armarios. Abrió todas las puertas, tocó todos los botes, los paquetes de garbanzos, la harina. Pronto se cansó, y puso su interés en un jarrón que hay encima de la nevera. No llegaba con las manos, pero pronto encontró una olla, que puso al lado de la nevera para usarlo de escalón.
La cosa se había puesto interesante. Pensé en pararle, pues se dirigía, sin duda alguna, hacia un buen batacazo. Pero me contuve, quería darle una oportunidad, después de todo, quien soy yo para negarle a mi hijo su derecho a la osadía.
No quiero aburrirte con la descripción minuciosa de todos los movimientos que hizo, porque cada uno de ellos era un claro desafío a las obsoletas creencias que la ciencia aún sostiene.
Pero sí, la escena termina con el niño mordiendo el suelo.
Bueno, pienso mientras le limpio la sangre, si vas a comerte el mundo, bien está que lo vayas probando.
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