Partenogénesis (Capitán Kokorikó)
Subido por Capitán kokorikó el 11/05/2023
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Descripción
REENCUENTRO
Estábamos en lo mejor de la noche, allí, dando cuenta de un cenorrio que no se lo saltaba un gitano. El vino hacía su trabajo con extrema eficacia, aflorando de nuestros adentros esa conocida sensación de ser las mejores personas que jamás hubiésemos conocido.
Los catorce viejos amigos hablábamos a gritos con todo el cuerpo, interrumpiendo los unos a los otros sin reparo, y sin importarnos lo más mínimo. ¡Qué euforia! ¡Qué felicidad!
Claro, que veinte años sin vernos ya eran muchos años.
Entonces sucedió aquello.
Gregorio Espartero, que aún no se había casado y que tenía ese toque tan femenino, dio un potente grito, saltó de la silla y se abalanzó sobre Rebeca Conrado como un luchador de artes marciales de una vieja película cutre de la años setenta. Los demás nos quedamos mortalmente rígidos por la sorpresa. Entonces la cogió por el cuello y cayeron pesadamente al suelo, donde comenzó a darle fuertes puñetazos en la espalda. Sin duda había pedido la razón y quería matarla. Yo pensé que el vino.
Los que estaban cerca trataron de separarlos, pero Gregorio era más fuerte de lo que parecía, y no cejaba. Y todos gritábamos temiendo que semejante ataque terminara de forma dramática.
Llegaron dos camareros con buena intención, pero uno de ellos se llevó un puñetazo en la cara y comenzó a sangrar como un cerdo. El otro agarró a Gregorio por el cuello, y la cosa empeoró. Ahora, en vez de un problema, había dos.
Todo el restaurante se convirtió en un manicomio. Rebeca tenía ya la cara negra, y Gregorio le seguía dando puñetazos en la espalda. Entonces, justo antes del fin del mundo, Gregorio logró con su último golpe que Rebeca expulsara el hueso de aceituna que estuvo a punto de costarle la vida.
Después de esto, oye tú, ni rastro de borrachera.
Estábamos en lo mejor de la noche, allí, dando cuenta de un cenorrio que no se lo saltaba un gitano. El vino hacía su trabajo con extrema eficacia, aflorando de nuestros adentros esa conocida sensación de ser las mejores personas que jamás hubiésemos conocido.
Los catorce viejos amigos hablábamos a gritos con todo el cuerpo, interrumpiendo los unos a los otros sin reparo, y sin importarnos lo más mínimo. ¡Qué euforia! ¡Qué felicidad!
Claro, que veinte años sin vernos ya eran muchos años.
Entonces sucedió aquello.
Gregorio Espartero, que aún no se había casado y que tenía ese toque tan femenino, dio un potente grito, saltó de la silla y se abalanzó sobre Rebeca Conrado como un luchador de artes marciales de una vieja película cutre de la años setenta. Los demás nos quedamos mortalmente rígidos por la sorpresa. Entonces la cogió por el cuello y cayeron pesadamente al suelo, donde comenzó a darle fuertes puñetazos en la espalda. Sin duda había pedido la razón y quería matarla. Yo pensé que el vino.
Los que estaban cerca trataron de separarlos, pero Gregorio era más fuerte de lo que parecía, y no cejaba. Y todos gritábamos temiendo que semejante ataque terminara de forma dramática.
Llegaron dos camareros con buena intención, pero uno de ellos se llevó un puñetazo en la cara y comenzó a sangrar como un cerdo. El otro agarró a Gregorio por el cuello, y la cosa empeoró. Ahora, en vez de un problema, había dos.
Todo el restaurante se convirtió en un manicomio. Rebeca tenía ya la cara negra, y Gregorio le seguía dando puñetazos en la espalda. Entonces, justo antes del fin del mundo, Gregorio logró con su último golpe que Rebeca expulsara el hueso de aceituna que estuvo a punto de costarle la vida.
Después de esto, oye tú, ni rastro de borrachera.
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