El Peso de una Intención (Capitán Kokorikó)

El Peso de una Intención (Capitán Kokorikó)
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Subido por Capitán kokorikó el 15/11/2024
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Descripción
EL PROMETIDO

Rosario abrió la puerta, y allí mismo, con los ojos cansados pero vivos, se encuentra aquel hombre mayor que recién ha llamado.
El hombre suelta una sonrisa que se le sale por entre los huecos de varios dientes. Ella carraspea y le pregunta qué desea. Pero cómo, ¿no sabes quién soy? Mírame, Rosario, ya he vuelto. Rosario trata de encajar lo que ve con lo que recuerda, difícil papeleta. No tiene ni idea de quién es esa cara que, con tanta premura, pide reconocimiento.
Entonces el desconocido se pone serio, la mira fijamente a los ojos y saca, con mucho mimo, una pepita de oro que traía envuelta en un pañuelo bordado. Rosario reconoce el pañuelo, cuarenta años envejecido, y a su portavoz, el que tiene enfrente suyo.
Entre las sombras de la memoria aparece un punto de luz, el recuerdo nítido de su olvido.
En aquella lejana noche, noche de carne y vino, ella le prometió su amor a cambio de una pepita de oro de unas minas de Canadá, donde el hombre que ahora vuelve iba a trabajar hace cuarenta años.
Rosario le hace pasar, le ofrece asiento mientras le mira con ojos antiguos, y un café con leche para calentar un poco el ambiente gélido. El hombre, ilusionado, le entrega la pepita. Ella la coge y la mira.
No puede creer lo que está pasando. Rosario se sorprende llorando a moco tendido invadida de recuerdos lejanos, de deseos no cumplidos. El hombre se levanta, la abraza sin previo aviso, le dice que se viene a vivir con ella, que le quiere, que su realidad se concentra en este preciso momento, que... Para, ¡para!, dice ella. Tienes que irte, va a llegar mi marido. ¿Tu marido? Oh, yo pensé que...
Mi marido, piensa ella, que lleva años desapareciendo de entre mis manos, que no lo encuentro en las noches largas de minutero. Mi marido, siempre cansado para un paseo, siempre callado frente a su Madrid-Osasuna. Y yo envejeciendo.
El hombre, ahora triste, se levanta y camina hacia la puerta con pasos breves.
Antes de que el hombre desaparezca, ella corre hacia la puerta, le coge del brazo, le sienta otra vez mientras, a velocidad de vértigo, coge una pequeña maleta y la llena de sentido.
Cuando el marido llega a la casa, se enchufa a la tele esperando, en vano, la llegada de la cervecita con panchitos.
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