¡Quiero volver!-Moonlightbeauty/Monster/Bécker
Subido por Bécker el 05/09/2015
Descripción
Hola amigos, esta vez vengo con dos artistazos que creo que necesitan poca presentación.
A Moonlightbeauty creo que le debemos muchos las escuchas, las entrevistas, los constantes comentarios y apoyos, es una persona muy especial y aunque su voz no era la idónea para este tipo de relato, su voz ha ilustrado un relato de Rogelio de una foema exquisita diría yo.
Monster, que puedo decir de uno de los cerebros y mentes más lúcidas y transgresoras de hispa, capaz de hacer la letra de una canción en media hora, o escribir un libro en una semana, cantar con varios registros y ser uno de los grandes colaboradores de esta web amada por los tres,
El relato de Roge es de los que estremecen por el tipo de terror psicológico, adentrándote en una dinámica que te lleva a un final que no esperas.
Muchas gracias amigos, sois unos grandes artistas y mejor personas.
A Moonlightbeauty creo que le debemos muchos las escuchas, las entrevistas, los constantes comentarios y apoyos, es una persona muy especial y aunque su voz no era la idónea para este tipo de relato, su voz ha ilustrado un relato de Rogelio de una foema exquisita diría yo.
Monster, que puedo decir de uno de los cerebros y mentes más lúcidas y transgresoras de hispa, capaz de hacer la letra de una canción en media hora, o escribir un libro en una semana, cantar con varios registros y ser uno de los grandes colaboradores de esta web amada por los tres,
El relato de Roge es de los que estremecen por el tipo de terror psicológico, adentrándote en una dinámica que te lleva a un final que no esperas.
Muchas gracias amigos, sois unos grandes artistas y mejor personas.
Letra
Leopoldo se miró, y en vez de un cuerpo de tal o cual manera vio una columna de bruma. De todos los sentidos sólo conservaba la vista, y ésta era turbia y profunda, y el oído, aunque más que escuchar sentía rumores en su piel sin poros. No recordaba quién era, ni dónde estaba, hasta que poco a poco, tras mirar la habitación, los recuerdos fueron volviendo, y con ellos la noticia de su muerte, y el abandono de su esposa, de su hijo y de su vida. Sintió un estremecimiento que rizó el humo del que estaba hecho, una llamarada de corriente eléctrica iluminó sus bordes por un instante, y la sombra que era Leopoldo burbujeó sobre un vacío justo donde el corazón acostumbraba a bombear sangre hasta que se detuvo.
-Soy un fantasma -se dijo, temeroso de que una corriente le desbaratase, de que una fuerza mayor le enviara a otro lugar desapacible, lejos de su esposa que adivinaba al otro lado de la puerta. -Ella está ahí -podía escuchar el latido de su corazón abriéndose y encogiéndose, dejando una marca en el aire para borrarla al instante, y quiso volver a abrazarla. En su actual situación, de todos los días que había pasado con ella escogería ahora cualquiera, todos le parecían una delicia, hasta los amargos resucitaban en él como un momento de dicha. Leopoldo se movió de prisa, subió ascendiendo como un vapor atravesando el techo hacia la habitación donde recordaba haber muerto, pero su cuerpo ya se había ido. Miró por la ventana y vio el columpio vacío donde se sentaba a leer con su mujer las tardes de primavera y no lloró porque sus cuencas estaban vacías, pero el humo se condensó oscureciéndose y girando despacio sobre sí mismo. Bajó las escaleras sin hacer ruido y vio a su esposa con los ojos humedecidos, las manos temblorosas, y un aura roja oscura, espesa y pesada que se abatía sobre ella. Se acercó deprisa, pero temía envenenarla con su presencia, corromperla con su tacto espectral y se quedó de pie mirándola, temiendo a cada instante desvanecerse para siempre. Cuánto duraría aquello era un misterio, se estremecía pensando que pronto se uniera a un torbellino de fantasmas donde se disolviera en un plano fantasmal de sombra y humo intranscendente. El sólo quería quedarse allí, ver a su querida esposa, a su amada, tocarla de nuevo, sentir el roce de su mano, su cuello cálido bajo sus besos, la sonrisa que aparecía cuando se unían sus labios. La puerta principal de la casa se abrió. Era su hijo, y ya entraba en el salón.
-Madre, ¿cómo te encuentras?
Una sonrisa forzada, contenida durante unos segundos, y las lágrimas asomando de nuevo. El hijo la abrazó y Leopoldo sintió una envidia malsana. Juntaron sus mejillas y compartieron las lágrimas, que se unían antes de resbalar por las pieles indistintas. Leopoldo sintió una rabia infinita y se acercó a su hijo extendiendo un brazo fantasmal con un resplandor rojizo y vibrante, lo extendió hasta tocarlo, y al hacerlo sintió la sangre correr bajo la piel, y siguió acercándose, rodeándole, cubriéndole bajo el manto oscuro que ahora era su cuerpo. Fue entrando en su cuerpo, extendiéndose por él, cubriendo sus poros y rodeando sus huesos a los que se aferraba con rabia, hasta que sintió que las corrientes eléctricas que lo movían estaban a su merced y los recuerdos de Leopoldo expulsaban sus propios recuerdos. Entonces acercó su mano a la de su esposa, se estremeció ante el tacto suave y amable de sus dedos, y las lágrimas volvieron a caer, aunque nadie podría afirmar cuál era su fruto.
-No soy un fantasma -pensó Leopoldo-. Soy un asesino.
-Soy un fantasma -se dijo, temeroso de que una corriente le desbaratase, de que una fuerza mayor le enviara a otro lugar desapacible, lejos de su esposa que adivinaba al otro lado de la puerta. -Ella está ahí -podía escuchar el latido de su corazón abriéndose y encogiéndose, dejando una marca en el aire para borrarla al instante, y quiso volver a abrazarla. En su actual situación, de todos los días que había pasado con ella escogería ahora cualquiera, todos le parecían una delicia, hasta los amargos resucitaban en él como un momento de dicha. Leopoldo se movió de prisa, subió ascendiendo como un vapor atravesando el techo hacia la habitación donde recordaba haber muerto, pero su cuerpo ya se había ido. Miró por la ventana y vio el columpio vacío donde se sentaba a leer con su mujer las tardes de primavera y no lloró porque sus cuencas estaban vacías, pero el humo se condensó oscureciéndose y girando despacio sobre sí mismo. Bajó las escaleras sin hacer ruido y vio a su esposa con los ojos humedecidos, las manos temblorosas, y un aura roja oscura, espesa y pesada que se abatía sobre ella. Se acercó deprisa, pero temía envenenarla con su presencia, corromperla con su tacto espectral y se quedó de pie mirándola, temiendo a cada instante desvanecerse para siempre. Cuánto duraría aquello era un misterio, se estremecía pensando que pronto se uniera a un torbellino de fantasmas donde se disolviera en un plano fantasmal de sombra y humo intranscendente. El sólo quería quedarse allí, ver a su querida esposa, a su amada, tocarla de nuevo, sentir el roce de su mano, su cuello cálido bajo sus besos, la sonrisa que aparecía cuando se unían sus labios. La puerta principal de la casa se abrió. Era su hijo, y ya entraba en el salón.
-Madre, ¿cómo te encuentras?
Una sonrisa forzada, contenida durante unos segundos, y las lágrimas asomando de nuevo. El hijo la abrazó y Leopoldo sintió una envidia malsana. Juntaron sus mejillas y compartieron las lágrimas, que se unían antes de resbalar por las pieles indistintas. Leopoldo sintió una rabia infinita y se acercó a su hijo extendiendo un brazo fantasmal con un resplandor rojizo y vibrante, lo extendió hasta tocarlo, y al hacerlo sintió la sangre correr bajo la piel, y siguió acercándose, rodeándole, cubriéndole bajo el manto oscuro que ahora era su cuerpo. Fue entrando en su cuerpo, extendiéndose por él, cubriendo sus poros y rodeando sus huesos a los que se aferraba con rabia, hasta que sintió que las corrientes eléctricas que lo movían estaban a su merced y los recuerdos de Leopoldo expulsaban sus propios recuerdos. Entonces acercó su mano a la de su esposa, se estremeció ante el tacto suave y amable de sus dedos, y las lágrimas volvieron a caer, aunque nadie podría afirmar cuál era su fruto.
-No soy un fantasma -pensó Leopoldo-. Soy un asesino.
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