The assassin's memory

The assassin's memory
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Subido por Doctor Grijander el 17/05/2010
Licencia Copyright
Descripción
* Este tema va dedicado a los creadores de la saga, perfil, escritos, relatos, enredos, musas y músicas de Memorias del Asesino.

https://www.hispasonic.com/diariodelasesino

* Se me ocurrió experimentar un poco con tempos (hay un poco de todo), escalas (a mogollón) y nuevos timbres (electrónica al poder !). No es una canción al uso, es sólo experimentar con diferentes conceptos.

* Ya de paso el nombre me sirvió para evidenciar que el exceso de pistas se come la memoria ram de mi pobre portátil ... ups ...

con todos ustedes = ¡ EL ASESINO DE LA MEMORIA !

* Dedicado con admiración a mis amigos Monster e IsmaelBerdei :-)

Añadido el 18 de mayo de 2010 (20:13 horas, sentado en el escritorio de mi casa, con un pantalón de rayas rojas y con un cigarro encendido ...) = no sé cómo (si lo tenía preparado más o menos, si se le ha ocurrido sobre la marcha, ...) "er tiparraco der" Monster ha ideado una historia para esta música ... Este tío es un genio, pero por avatares de la vida (avatares de cosas, no de na'vis ...) no está correctamente gestionao :-)

La pongo aquí en la descripción por si a alguien le resulta más fácil de leer y escuchar a la vez desde aquí (tened en cuenta que a la mayoría de los humanos XY nos cuesta un mundo hacer dos cosas a la vez, ¿eh? ;-)).

CAPÍTULO OFF TOPIC SIN TÍTULO SOBRE EL ASESINO DE LA MEMORIA (por Monster)

El doce de noviembre, el Presidente del partido opositor al Gobierno murió víctima de un atentado. Este ataque estuvo coordinado con el secuestro de la hija de un alto cargo del Estado.

Pero esta historia no trata de estos personajes, que no son interesantes. Es una historia más pequeña. Llamo historias pequeñas a las que atañen a personas pequeñas, porque hay una única verdad y más nos vale conocerla cuanto antes: No todos somos iguales. Y si no, que se lo digan a Guillaume.

Guillaume tenía una hija de ocho años que había desaparecido el diez de noviembre, dos días antes del atentado. Los investigadores se afanaban en buscarla, pero la mayoría de los recursos policiales se desviaron al nuevo asunto al que se le dio toda la prioridad.

La desesperación de Guillaume era absoluta. Viudo desde hacía tres años, Paulie era su única razón de vivir. El vacío terrorífico que sentía y la idea de que alguien le estuviera haciendo daño no se apartaba de su pensamiento ni un sólo instante.

Esa noche, su hermano Alan, terriblemente confundido, salía de casa de Guillaume hacia su apartamento después de haberle hecho compañía durante gran parte del día. Si Guillaume ya estaba abatido con anterioridad, la noticia del atentado y la evidencia del abandono de las pesquisas sobre el paradero de su sobrina le habían destrozado.

Alan arrancó su coche y se internó en la oscuridad de la carretera con una mezcla de furia, dolor, ira y confusión difícil de digerir. Tenía más de cien kilómetros por delante y sabía de antemano que el viaje se le haría eterno.

No había comido casi nada en todo el día y se detuvo en la gasolinera más por la debilidad que sentía que por hambre. La carretera secundaria estaba muy oscura y sólo algunas luces que colgaban altas sobre los surtidores iluminaban ese paraje que parecía conducir hacia la nada.

Pidió la cuenta y pagó el sandwich que estaba terminando cuando alzó la vista y miró por la ventana. Un hombre terminaba de utilizar el surtidor de gasolina y rodeó el coche para subir al asiento del conductor. Cuando dejó la manguera y se apartó, Alan pudo ver por la ventanilla el interior del vehículo.

¡Allí estaba Paulie!

Se quedó paralizado mientras el hombre arrancaba el coche y se adentraba en la carretera desapareciendo en la oscuridad. Reaccionando al fin, miró a su alrededor mientras se levantaba de un salto, pero en el restaurante no había nadie a la vista.

Salió corriendo hacia su coche temblando tanto que sólo consiguió meter la llave de contacto con mucho esfuerzo, tras lo que aceleró en la dirección en la que se había marchado el vehículo con Paulie.

No había distinguido aún las luces luces traseras de ningún coche cuando llegó a un cruce. Alan clavaba los dedos en el volante bajo una enorme presión mientras trataba de tomar una decisión. La vida de su sobrina y la de su hermano dependían de ella. Alan era cobarde y estaba muerto de miedo aunque la fuerza de su decisión hacía por ignorarlo.

Eligió el camino de la derecha y en seguida se arrepintió al no encontrar rastro alguno del vehículo que perseguía. Ya estaba pensando en si sería mejor volver al cruce cuando le pareció ver un destello rojizo en la lejanía que desapareció en un instante. Aceleró por esa carretera desconocida que iba ascendiendo en amplias curvas recreando en su cabeza continuamente lo que había visto en la gasolinera. Tenía la imagen de Paulie apoyando las manos en la ventanilla como si no pudiera salir de allí y la del hombre algo alterado que se subió al coche y salió de la gasolinera con brusquedad. El rostro de su sobrina indefensa esperando ayuda espoleaba a Alan en su persecución.

¡Allí estaba de nuevo! ¡Había vuelto a ver la luz! Ahora que estaba más cerca se dio cuenta de que aparecía y desaparecía cuando el auto entraba en una curva y la montaña lo ocultaba a la vista.

En pocos minutos ya lo tenía delante. Alan había empezado a pensar que podría no ser el coche que buscaba, pero cuando se acercó pudo distinguir los rubios cabellos de Paulie en el asiento del copiloto.

Muy nervioso, aterrado con la idea de enfrentarse a alguien peligroso y pensando en cuánto dependía de lo que hiciera a continuación, Alan comenzó a adelantarlo con la idea de sacarlo del camino y la esperanza de que el hombre huyera cuando lo abordara. Colocado en paralelo, miró al conductor y en el momento en que este le devolvía la mirada, Alan dio un volantazo y su coche impactó contra la rueda delantera del auto del secuestrador. Este, como cualquier conductor corriente, hizo todo lo contrario de lo que debía y giró el volante haciendo que el coche diera un vuelco antes de desaparecer rodando por la pendiente que se encontraba a su derecha. Alan no había visto el terreno hacia donde pensaba empujarlos ni se encontraba en condiciones mentales para ello.

Frenó el coche aterrado ante la idea de haberle hecho daño a Paulie. Sin embargo, se aproximó lentamente esperando no encontrarse allí al hombre que se la había llevado. Su prudencia le dictaba que debía darle un poco de tiempo para que esto sucediera.

Bajó por la pendiente sorteando en la oscuridad altos macizos de arbustos que le impedían moverse con soltura. Alan no veía prácticamente nada, la ausencia de luz era casi absoluta. Con los sentidos alerta, escuchó un ruido que parecía el crujido de algo metálico y se encaminó en esa dirección.

De repente, se topó con el coche. Se encontraba boca arriba, pero el techo estaba aplastado y le faltaba el capó. Se acercó con mucho cuidado para ver el interior y advirtió que el conductor era un bulto inmóvil. Sacó un mechero y lo encendió. No alumbraba nada hasta que lo acercó a la ventanilla. La cabeza del hombre se apoyaba contra el volante con el rostro lleno de sangre. El pelo también estaba apelmazado y sanguinolento. Alan rodeó el coche y el mechero se apagó. Cuando llegó a la ventanilla donde estaba Paulie, cerró los ojos y rezó con fuerza para que estuviera bien.

Encendió el mechero y se encontró con dos visiones terribles.

La niña estaba muerta.

No era Paulie.
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