Hubo una época en la que hacía yoga. La profesora trabajaba mucho la idea de la toma de conciencia del momento presente. Realizábamos ejercicios, además de las famosas posturas, momento en el que intentábamos conectar con cada músculo y cada sensación, sentir el instante y no mover un solo dedo sin pensar en cada uno de los elementos de nuestro cuerpo que intervenían a tiempo real.
Eso y el extremo contrario son factores que intervienen en el dominio del lenguaje musical propio. Tanto a nivel interpretativo como de creación.
Uno de los puntos de inflexión cuando uno comienza a aprender a tocar un instrumento sucede cuando comienza a realizar determinados movimientos sin pensar, de manera automática.
Por ejemplo, cuando uno aprende sus primeros acordes con la guitarra o el piano debe recordar qué teclas o trastes forman cada posición y cómo se distribuyen los dedos para ejecutarlos. Conforme avanza en el aprendizaje es capaz de pasar de unos acordes a otros sin pensar, de manera casi instantánea. Lograr hacer esto le permite hacer otras cosas al mismo tiempo, como cantar, componer, leer a tiempo real una partitura o progresión de acordes, etc. En definitiva darle verdadera intención musical a esos acordes. Con la composición y la improvisación ocurre algo muy similar.
Comparemos ambos ejemplos con la acción de caminar. Para aprender a andar hace falta saber como deben moverse las piernas, como sincronizar una con otra. Si aprendiéramos a andar de adultos prestaríamos atención a cada músculo e intentaríamos aprovechar para adquirir una buena técnica, una buena inversión para que nuestras piernas no sólo caminaran si no que lo hicieran lo más correctamente posible y, ¿por qué no?, con estilo...
Una vez logrado esto, lo siguiente sería automatizar ese movimiento para que al andar no tuviéramos que estar pendientes de nuestras piernas, poder fijarnos en las cosas que hay a nuestro alrededor, hablar, pensar, que no nos atropellen al cruzar la carretera, correr, etc...
Una buena técnica de ejecución y composición requiere de estos procesos. El de aprendizaje y el de automatización (no siempre en este orden como expondré al final). Este último hará que uno de nuestros sentidos más preciados, el “sexto” (con “t”...), el de la intuición, pueda ponerse en marcha.
Las ideas a menudo fluyen a velocidades de vértigo. Si esas ideas requieren de unas técnicas en las que estamos especializados podremos plasmarlas, pero si ese torrente creativo que llega a nuestra cabeza se encuentra con una técnica débil, donde hay que pararse una y otra vez para recordar cómo se hacía esto o lo otro, nos encontraremos probablemente con un desperdicio creativo importante.
Para automatizar algo propongo dos caminos, el habitual por el que transcurrimos todos y que consiste en practicar y practicar hasta que las cosas salgan “solas”, y otro, un pequeño atajo, mediante ejercicios explícitos, que no sólo consistirá en forzar esa automatización si no que también puede ayudar a consolidarla. En todo caso, el primer ejercicio es ser consciente de la existencia de esa automatización y de que somos totalmente responsables de ella.
El ser humano, normalmente, sólo es capaz de prestar plena atención a una sola cosa al mismo tiempo. Uno puede sentir que está pendiente de varias a la vez, pero en realidad lo que hace es ir saltando de una cosa a otra de manera muy rápida, generando, a menudo, pequeñas automatizaciones.
Cuando me saqué el carnet de conducir descubrí lo importante que era eso de la automatización. El primer día que cogí el coche me pareció imposible poder estar pendiente del volante, los pedales, el cambio de marchas, los espejos, el intermitente, la abuelita que cruzaba por donde no debía, etc...
El profesor comenzó desde el primer día a darme conversación, me preguntaba cosas y me obligaba a hablar mientras yo me volvía loco intentando no matar a nadie. Su intención no era la de conversar, ni lo hacía porque se aburriera o tuviera poco aprecio a la vida. Mi profesor tenía una técnica que he adoptado para mi mismo y para algunos de mis alumnos. Al obligarme a hablar sobre temas que no tenían nada que ver con la práctica de turno, aceleraba el proceso de automatización de cada aspecto de la conducción. Así funciona el cerebro, cuando se encuentra que tiene que hacer varias cosas al mismo tiempo intenta automatizar aquellas que menos proceso reflexivo precisan.
Esta técnica la he llevado a la práctica conmigo mismo en otros ámbitos y también con algunos alumnos, especialmente de instrumento (aunque se puede hacer también con realizaciones escritas y en teoría con cualquier cosa).
Cuando un alumno comienza, por ejemplo, a aprender a tocar la guitarra, tiende a tocar con un solo dedo las cuerdas con la mano derecha (diestro). La técnica de la mano derecha consiste en la alternancia de los dedos índice y medio, algo que se hace cuesta arriba para muchos alumnos al principio hasta que logran automatizarlo. Para acelerar esa automatización (esto también lo he puesto en práctica con el piano) les propongo ejercicios de dinámica. Es decir, que realicen subidas y bajadas de intensidad mientras alternan ambos dedos. Al estar pendientes de tocar de piano a fuerte o viceversa, de hacer crescendos, diminuendos, etc el cerebro se da más prisa en automatizar esa alternancia, ya que ese movimiento es más mecánico que la intención dinámica que precisa de más atención consciente.
Otro ejercicio, por ejemplo para automatizar acordes en instrumentos polifónicos, consiste en cantar (canturrear...) al mismo tiempo, aunque sean piezas instrumentales. El cerebro poco a poco irá poniendo el piloto automático en los aspectos más mecánicos de la ejecución sobre los que debemos evitar estar pendientes.
Es habitual que vayamos al ritmo de nuestro cerebro, pero si en algunas ocasiones podemos forzar que este vaya al nuestro mucho mejor.
El piloto automático suele funcionar muy bien, dejarse llevar, musicalmente hablando, por él en algunos aspectos es imprescindible para poder estar pendiente de otros. Pero el piloto automático, al igual que en los aviones, esta programado para hacer una serie de procesos concretos y quizá no siempre queramos que esto sea así, nuestro viaje probablemente no siempre sea el mismo. Es fácil que esto ocurra en al menos alguna ocasión a lo largo de nuestra carrera musical.
Cuando uno lleva mucho tiempo en esto acumula muchas automatizaciones. Nuestro cerebro, a menudo, nos lleva por una inercia donde muchas opciones creativas pueden pasarnos desapercibidas. O simplemente las herramientas que tenemos automatizadas no son las idóneas para un nuevo trayecto. Para ello, ejercicios como aquellos que hacía en yoga (evidentemente no es necesario hacer yoga exactamente), tomar contacto con el instante, parar el tiempo, cuestionarnos porque hacemos esto así y no de otra manera, descubrir como actuamos, etc... Nos hará ser dueños de nosotros mismos y por consiguiente de nuestra actividad como músicos. De automatizar lo que nos interese automatizar y prestar atención a lo que nos convenga en cada momento. Programando, o reprogramando ese piloto automático del modo en que más no interese. Porque lo automático, desde mi punto de vista, sólo es bueno cuando cumple el programa que diseñamos cuando aún no era automático. De lo contrario no es un proceso automatizado si no un proceso viciado.
Juan Ramos
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