El paso del tiempo, el lienzo del músico.

Sé que irás con prisa pero, por favor, deja pasar cinco segundos (aprox...) antes de comenzar a leer el artículo.

Recuerdo un fenómeno muy curioso que me ocurrió en repetidas ocasiones en la época en la que estudiaba guitarra clásica en el conservatorio. Había obras, posturas, pasajes que al principio me parecían imposibles de pulir. Atravesaba fragmentos donde el avance era muy lento, apenas notaba mejorías de una semana a otra. Recuerdo esa época con cierta incomodidad, ya que, por aquel entonces yo estaba más interesado en las asignaturas de armonía, análisis, etc, que en la del propio instrumento, el cual durante todo el ciclo de grado medio (ahora grado profesional) es obligatorio.

Por tanto, en épocas de vacaciones yo dejaba a un lado la guitarra clásica y me centraba en avanzar más en las asignaturas teóricas o simplemente aprovechar ese tiempo para componer.

Al regresar a clase, tras esos días en los que no había tocado absolutamente nada la guitarra (hablo de una semana o dos como máximo) mi sorpresa era que no sólo el nivel de ejecución no había disminuido sino que notaba que tocaba mejor, ¡y tocaba mejor!. Me encontraba mucho más suelto por aquellos pasajes en los que antes mi mano se mantenía totalmente rígida, y las piezas fluían de una manera más natural.

Si el tiempo de descanso era mayor (los periodos veraniegos y una época en la que sufrí una tendinitis) luego sí que precisaba un tiempo de adaptación para recuperar el nivel. Aun así parecía que algo había avanzado en mí, en cuanto a ejecución instrumentística, el tiempo en que había permanecido parado.

Una pediatra me dijo no hace mucho que los recién nacidos y los niños necesitan muchas horas seguidas de sueño, ya que ese es el momento en el que el cerebro fija todos los recuerdos y asienta todo lo aprendido. Me parece que esto puede extrapolarse a otras muchas cosas durante el resto de nuestras vidas.

En nuestras vidas hay momentos en los que se hace necesario recapitular, poner en orden todas nuestras cosas, hacer balance. Al parecer nuestro organismo funciona de la misma manera y necesita periodos de descanso regulares para asentar lo aprendido.

Los deportistas de élite saben esto bastante bien y dedican al menos un día a la semana a descansar para que el cuerpo “asimile” todo el ejercicio desarrollado en las intensas jornadas de entrenamiento. Incluso algunos deportistas dedican varios días seguidos al descanso en vísperas de competiciones importantes.

Supongo que esto tendrá una gran variedad de explicaciones, pero al igual que al amor se le puede dar una explicación romántica o una explicación asépticamente química, con esto también puede hacerse algo parecido.

Por favor, deja pasar cinco segundos más antes de continuar.

Muchas de las facetas de un músico instrumentista son fácilmente comparables a las de un deportista. Pero no sólo el ejercicio físico necesita periodos “sabáticos”. El trabajo mental y el “espiritual” (o como cada cual quiera llamarlo), también precisa de esos tiempos.

Para que algo se integre dentro de nosotros hace falta que pase el tiempo. Para que algo madure tienen que pasar los días. Hay cosas que sólo el tiempo puede generarlas, que no dependen en parte de nosotros. El tiempo mantiene todo en movimiento, la propia música se nutre de él. Sin el paso del tiempo y la percepción que nosotros tenemos de él, la música no existiría, lo necesita como nosotros el oxígeno. Otros artes no requieren por igual de ese paso del tiempo. Si una obra musical dura 20 minutos, hay que escucharla esos 20 minutos para conocerla, no sirve hacer una sinopsis de ella, ni una mirada fugaz.

Es evidente que sin el tiempo nada existiría pero la música tiene una especial dependencia e integración con él. Probablemente esa sea una de las causas por las que la música es tan poderosa.

En el artículo anterior hablaba de las apoyaturas, para que una apoyatura tenga sentido ha de pasar el tiempo. Ha de haber una tensión y una resolución. Y no es como una película, no pueden contártela, no pueden resumírtela ni acortarte la escena, hay que dejar que el tiempo transporte el pasaje sin una sola interrupción. No es como un libro que podemos cerrarlo un día y continuar al día siguiente incluso a mitad de un capítulo. Una canción no se puede dejar a mitad. No es como un cuadro donde el espectador decide el tiempo que le va a dedicar a observarlo. La música te impone un tiempo determinado del que no te puedes salir. La música trabaja de tú a tú con el tiempo y comparte con él muchos elementos.

Por favor, deja pasar cinco segundos y continúa.

La música en sí misma también necesita silencios, necesita pausas. No sé si habrás parado a lo largo de este artículo en los momentos en los que te lo pedía. Si lo has hecho (en caso contrario también puedes imaginarte haciéndolo) habrás notado cómo prestabas más atención a lo escrito, cómo quizá te sumergías algo más en el texto y cómo, obviamente, se delimitaban más unos párrafos de otros. Al igual que necesitamos del aire (entre otras cosas) para respirar, necesitamos del tiempo (entre otras cosas) para poder transmitir ciertas sensaciones, para pulir ciertas ideas. Simplemente del tiempo, dejando que pase.

Los grandes silencios en música provocan una sensación similar, te sumergen en la obra, desnudan esa complicidad que tienen con el transcurrir del tiempo y, de paso, hacen que se asiente y quede más concretado. Y en cierto modo le otorga cierta solemnidad tanto al pasaje anterior como al siguiente. El músico esculpe directamente en el tiempo y los efectos que produce el tiempo van a impregnar su música. Somos como pintores que hacen sus garabatos en el tiempo en lugar de hacerlos en un lienzo.

Esa es una de las tres razones por las que te pedía que pararas, en varias ocasiones, durante el transcurso del artículo, para que comprobaras esa sutil (o no tan sutil) diferencia de percepción del texto. Otra es comprobar cómo, para que eso tuviera sentido, al final debía darte una explicación. De nuevo hacía falta tiempo. Muchas cosas sólo pueden entenderse correctamente con la perspectiva que da el tiempo. Por tanto, la razón más importante viene al “final” :)

¿Una última pausa antes de concluir?

En este artículo he tenido que pedirte que pararas, tú podías hacerlo o no, dependía de ti. En la música la cosa cambia, el espectador está a merced de la obra, tú no pides que paren, la música los para. Tú los mueves, los arrastras al ritmo de tus pasos por el camino que has trazado. Tú conduces y sólo tú tienes el volante. Podrán “apearse” cuando quieran pero mientras estén montados contigo tú has sincronizado sus relojes con el tuyo.

Si van a escuchar nuestra música, si por tanto van a entregarse, a dejarse llevar por el camino que hemos diseñado, merecen que les mostremos un buen recorrido.

Juan Ramos

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