Yo hice la mili tarde, también con prórrogas de estudios, fui a ver un concierto de Génesis en el Calderón, fui solo y ya me encontraría a amigos, me encontré a uno flipando y a otros con los que nos fuimos a pillar y acabamos flipando también, era junio o así El lunes me fui en un tren y llegúe a León, de ahí nos recogieron y nos llevaron al Ferral, un C.I.R. de infantería donde había una división (o algo así) de infantería mecanizada con blindados y carros de combate. Tenía veintiocho años, y salvo consejo de guerra o arresto, sabía que mucho no iba a durar aquello, como mucho seis meses.
Era todo muy chocante, yo llevaba un enchufe del Alto Estado Mayor, para qué nos vamos a engañar, así que imagino que eso me hacía tener un plus, aunque en realidad los plus me los fui ganando (como buena parte de las cosas que he disfrutado) por méritos propios (o deméritos ajenos).
Venga, que os voy a contar mi mili.
Capítulo primero (el CIR)
La primera semana nos vestimos de reclutas y los que éramos ya de una cierta edad llamábamos bastante la atención (nos reconocimos entre nostros, sin necesidad de estrellas) éramos los que habíamos estudiado y pedido prórroga.
El primer paseo, por la tarde del primer día, fue chocante ver como se nos cuadraban el resto de reclutas porque les parecíamos mandos, no sabría decir si como sargentos, alféreces de milicia, o cabos primeros.
Al día siguiente unos cabos y veteranos organizaron a las compañías para hacer unos exámenes de cualificación (téngase en cuenta que allí había gente muy cateta) y a los que habíamos estudiado nos conminaron a que corrigiésemos las pruebas y test de evaluación ( allí había un latiguillo que era
a la puta:
a la puta carrera,
a la puta fila, y nosotros, los que habíamos estudiado, fuimos llamado
a la puta corrección, era un CIR de la movida, algo cheli.
El primer fin de semana no salimos del campamento, pero a lgunos que despertábamos simpatías por un simple dominio de la situación, cierta compostura o sentido común (quizás el enchufe) recibimos un pase de tarde el domingo para salir a León, a donde se podía ir dando un paseo.
Fue bastante triste sentirse recluta y aprovechar para disfrutar del gótico esencial y afrancesado de la Catedral mientras algunos jóvenes locales se mofaban de mi uniforme de bonito (que es como se llamaba al que no era de faena, desde luego no un prodigio de la sastrería marcial ni en el paño ni las hechuras). también se mofaban algunas chicas, algunos quizás acabarían en los brazos de algún militar
Cuando regresé al cuartel, a mi hora, cumplidor, noté que en mi compañía pasaba algo, ya desde lejos, se oían gritos, ruido de objetos y algarada.
La chiquillería recluta, poco acostumbrada a la ingesta de bebidas alcohólicas, estaban desaforados, era una escena bastante grotesca, había una especie de referendum para no recuerdo qué elección (eran tiempos en los que la democracia era relativamente joven, 1986, creo) y el recuento no era del agrado del electorado, los observadores internacionales, los cabos, otros dos chiquillos, estaban totalmente cocidos y se lío una parad en al que volaban las almohadas, las gorras y todo tipo de objetos. Como ye tengo ciertas dotes de mando o liderazgo, más edad y mayor experiencia (y que iba sin alcohol en el cuerpo), los puse a todos firmes y se calmó la revuelta en cinco minutos.
Al rato apareció el capitán (san Martín creo que era, un tipo sensato y afable) y, directamente vio el nivel de potas, las caritas descompuestas de aquellos niños borrachos y me preguntó, no le había taratdo mucho; pero calculé que el militar, tanto en tiempos de guerra como de paz, debía de ser Generalmente (éste era capitanmente) una persona práctica, de economizar esfuerzos e ir a la solución rápida, entendió mi capitán que con aquella milicia de reemplazo y arrabal, por mucha instrucción, había peligro de borrachera y trifulca a la mínima, y los tiempos eran confusos, entendió con buen criterio que era mejor fiarse de mí que me hacía respetar e imponía cierta cordura y les dijo a los cabos, a partir de ahora, haced lo que os diga éste, él es que va a recibir instrucciones mías. Les arrestó el siguiente fin de semana y les echó un rapapolvo bastante parvulario a la compañía, Yo, la verdad, les hubiera mandado a todos a galeras.
El siguiente fin de semana ya volvimos a Madrid y me pregunto que si me quería traer el coche, que lo aparcara al lado de la compañia, así que mi coche era el único de un recluta aparcado junto a la compañía.
A la hora de buscarnos ocupación en el periodo de instrucción elegí la banda, la verdad es que siempre me han atraído las topetas, hasta las cornetas o los cornetines de órdenes, se contaba por tiempos y no por compases y no había armadura un cabo primero con cara de legionario dirigía aquella agrupación, ya había un segundo (que también era cabo primero) un asturiano gordito y rubicundo que decía O, y que le llamaba a un reloj que me había regalado mi esposa (luego ,me lo robó un yonqui en un portal en la plaza de Santa Ana) el reloj de combate, y a mi coche
el turbinas y es que, si lo pienso bien, aquella parte de mi servicio militar fue como un campamento de verano, en la tercera o cuarta semana, no se bien por qué, organizamos los de la banda una merienda un perolo enorme de callos, además volviendo como a las doce, en un chigre cercano, dentro de una alameda, nos agarramos un pedo enorme y volvimos al cuartel en un estado bastante horrible después de haber infringido normas del código militar y de la circulación, nunca pasaba nada, entramos por la puerta, nada de entrar a gatas por la parte de atrás del acuartelamiento.
Un día soplando y luchando con aquella boquilla (me acabé llevando una de una trompeta mía) apareció un brigada con el que me llevaba muy bien,no se si sería por enchufe, por la razón que fuera, le daba al alpiste y yo le acompañaba, me contaba historias de la guerra de Ifni (tenía tantas condecoraciones que no le cabían, una fue una acción de guerra sonada defendiendo su cuartel de unos infiltrados con bombas) y apareció por el frontón donde ensayábamos a reclamarme. Le dice el cabo primero,
si este es el mejor corneta que tengo, mi brigada no se lo lleve , -"nada, al puto
escaqueo", le respondió.
Yo, ya arrepintiéndome de llevar tanto enchufe, joder, para qué hostias, con lo bien que estaba yo hay con la banda..., y resulta que este brigada era el de plana Mayor y me explica, oye, que me ha llamado el coronel que quiere que hables con él y le expliques lo de los chavales raros esos que has visto, joder, ¿los chavales raros...?(me pregunté), y resulta que cuando fuimos al tiro (que por cierto muy bien, disfruté como un enano y me dieron la calificación de tirador de primera, ah, y la primera vez que cagaba en el campo, que cagar en el cuartel costaba y lo hice con la ropa de campaña apoyándome en el cetme logrando un bastón de más de un metro de trago, verlo para creerlo, la mierda de cuatro o cinco días), cuando fuimos, como estaba contando, a hacer las prácticas de tiro, detecté que había algunos subnormales físicos entre la topa, en particular uno no mucho más tonto que la mayoría, pero microcefálico, como de la película freaks, este otro claramente oligrofrénico, y un chaval que era el único sustento de su familia (algo que era de escándalo y que él no habría sabido hacer valer o las cajas de reclutas, zafias de natural o follonas no había sabido o querido tratas como la excepción prevista.
Total que fui al donde el coronel y, sabedor ya por varios arrestos a pobres veteranos incautos a causa de alguna broma no excesiva a novatos que denotaban una preocupación nueva en aquel ejercito por la mala imagen ante la prensa, le dije que esos eran carne de artículo periodístico.
Al día siguiente licenciamos a tres reclutas
A esa altura del periodo de instrucción yo iba con otros dos o tres a Madrid los fines de semana, el dinero que nos daban nuestras abnegadas esposas nos los gastábamos de camino en la bodega Yllera, o en algún lupanar leonés, más que nada haciendo el tonto, la verdad.
Llegó la jura de bandera y nuestro capitán nos concedió la gracia de ir a dormir con nuestras esposas a un compañero y a mí, pero habñía programada una juega esa noche con otros mayores de veintiocho, total, que salimos del cuartel con pase pernocta, nos despedimos de nuestra mujeres en una cafetería del León, se fueron al hotel y nostros nos fuimos de pedo, fue terrible, en tugurios imposibles de describir, más que nada porque para eso de las dos de la mañana no veíamos.
Llegamos a eso de las seis a la cama y, al rato, retreta y a jurar, sin dormir, con una resaca indescriptible, con aquel calor, comprobé que los unísonos de las cornetas que habíamos ensayado , encajaban bien con la banda completa venida de Valladolid, no me tenía de pie, estuve, bajo un sol implacable varias veces a punto de desfallecer, fue la primera vez que toqué con play back.
Es sí, me condecoró el capitán, me dieron un condecoración curiosa que es la de soldado distinguido creo. Con este era normal que nos cambiáramos la gorra por estar mucho rato justos organizado (de repente miraba la gorra y coño, capitán San Martín, como de estar en la güera; pero, no estábamos en aquel campamento infantil de verano. En la guerra a alguno de los dos nos hubiera matado el fuego enemigo por culpa del despiste, que es malo para el combate.
Esa misma tarde emprendí mi primer permiso militar, el de jura de bandera, porque jurar, juré, casi traspuesto, fue emotivo; pero si alguna vez he de retractarme, siempre puedo alegar que estaba catatónico. Me fui con mi mujer a Asturias y Galicia, la primera vez que iba al noroeste brumos de la península, al rato tuve que parar, pasado Ponferrada, a dormir un poco, no podía conducir
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Capítulo segundo (las maniobras)
Y llegó el momento temido, hay que aclarar que yo he sido poco de ejercicio y forma física y para los casi veintinueve años estaba ya fuera de forma y poco musculado, el único deporte que había practicado era el teto y el mus.
Nos llevaron al campo de maniobras de Monte la Reina, un lugar de monte bajo cerca del Teleno, creo recordar, cerca de Toro y de Zamora, un lugar que pese a las protestas de los ecologistas, me sorprendió por estar (salvo por algún casquillo o resto de pólvora) absolutamente virgen, con una riqueza de insectos asombrosa.
Hacia una calor intensa y los grillos y las chicharras sonaban frenéticos, la luz reverberaba.
El primer día nos llevaron a cavar zanjas, trincheras serían, el nuevo capitán que dirigía aquellas maniobras de campamento (o segundo periodo de instrucción) era un tipo peculiar, tenía en su despacho un póster tamaño tripe o mayor como de última cena de una torda en pelota de aquellas sin recato de aquella época de libertad libertaria y eso le hacía ser mal visto de superiores e inferiores, le importaba todo tres cojones, iba con pantalones
de bonito y camisa de faena, con botas de equitación, o lo parecían.
Como yo era Historiador y había leído la tesis de licenciatura y estaba con el doctorado, el tío estaba fascinado (los militares son unos fanáticos de la historia), total que llega donde estábamos cavando y la verdad es que los soldados eran muy vagos, había mucha gente del extrarradio de Madrid que flipaban sólo con que viviera en Moncloa, algunos habían ido al centro una vez en su vida ( uno de estos era yonki y lo libré de la mili también) y yo, ya que estaba (y no es que sea muy de currar) dale que dale a la pala, va aquel capitán se encarama en una creta del terreno y les arenga a los chonis:
tiene diez años más que ustedes y diez veces más copones, vosotros vais a ser carne de supermercado, él algún día dirigirá su destino, yo no sabía dónde meterme, los colegas muertos de la risa, va elñ tío y me empieza a preguntar por las fortificaciones romanas, y yo lo único que recordaba era de la Guerra de las Galias y le cuento una de fortines cubanos que recordaba.
Al día siguiente hicimos una marcha cargados y por la tarde nos dieron una charla sobre minas, la dio un teniente sopazas, de academia; pero escaso mérito y pobre hoja de servicio, un flojo. El capitán se la tenía jurada, era tirria visceral.
Nos habían dado de comer a modo, a los mayores ración doble de vinate y de brontosaurio con tomate, un sopor que no veas, la chjavalería en su actitud habitual, pasando de aquello que nos contaba el teniente, que también es cierto que era bastante plomizo.
Y aparece el capitán a joder al teniente:
a ver el teniente mengano... lo que es capaz de enseñar a este atajo de holgazanes
A a ver tú, ¿qué es una mina?, balbuceo, ni zorra idea, ojos en blanco y así dos o tres, ya el teniente , apurado, me pregunta a mí, y como soy bastante aficionado al armamento y cuatro cosas que se me habían quedado de la charla del teniente me levanto y empiezo a elaborar medio sabiendo, medio improvisando una charla fácilmente de una hora, yo miraba a los de al lado y todo el mundo tieso, el teniente que no sabía donde meterse y el capitán, con aquel uniforme híbrido tan de mariscal del Afrika Corps, mirando al infinito.
Acabo, me despido de la audiencia, como en una charla, una ponencia o una conferencia y el capitán manda formar y nos dirige a una explanada, manda formar a todas las compañías y se sube a una piedra grande; y dirige más o menos esta arenga a la tropa:
Tienen más de diez años que vosotros, pero diez veces más cojones y más mérito, por eso vosotros vais a ir a vuestros destinos y ellos van a tener diez días de permiso, menos a xxxxxxx y al juez (y es que el XXXXX era un rarito, que casualidades lo conocía de logroño, que había estado su padre destinado en la base aérea y ahora trabajaba en el cuartel del Aire de Moncloa y el juez un gilipollas engreído por su grado y poco querido por el resto )
El resto de la tropa, la chavalería, no daba crédito.
Luego me encontré con uno de los mayores, que trabajaba en el cine, que había quedado en Madrid con ese capitán para que le presentase tías buenas de moral relajada del cine español. Creo que la liaron parda en algún garito nocturno de copas.
Y así me fui diez días de permiso, que me fui a la Rioja.
Mañana sigo con el destino en Valladolid y mi vuelta a Madrid por estar casado, las anécdotas de la mejor biblioteca de novela negra, las guardias, la cerda enorme, la garita arrestada y la maqueta de trenes del cuartel de ferrocarril de Fuencarral; seis meses de mili que iba a hacer y ya llevaba dos permisos, uno de una semana y otro de diez, aun quedaban dos...