Aristide 15. Una semana sin
Subido por Cuentos Musicales el 26/11/2011
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Descripción
Aristide, sentado en su sillón favorito, leía un libro fumándose una pipa. Ese era uno de sus momentos favoritos. Pero lo dejó por imposible. Era muy difícil pasar la hoja con la comadreja.
Se pasaba el día hecha un ovillo sobre su barriga, o enroscada en el cuello. No se la podía quitar de encima por más que la empujara. Hasta que llegaba la noche. Entonces, todo cambiaba. Su actividad se volvía frenética. La escuchaba saltar y correr durante horas, incansable. La primera noche entró en la cocina y rompió una montaña de platos con un estruendo ensordecedor que le despertó creyendo que la casa se estaba viniendo abajo. Mordía los muebles, tiraba las lámparas, lo dejaba todo hecho un desastre. De día era cariñosa y dulce. Quizás hasta demasiado. Sin embargo, cuando intentaba cogerla por la noche, la comadreja le recibía con uñas y dientes, salvaje como un diablo, como si no le reconociera. A la hora de darle de comer, Aristide se sorprendía. Parecía no tener fondo, devoraba cantidades enormes para su pequeño cuerpo.
-¿A quién te pareces tú?- le decía Aristide mientras rellenaba el plato ante la atenta mirada del animal.
Algunas tardes, Aristide salía al jardín y, cuando tenía ganas, la comadreja le acompañaba en sus paseos, aunque solía terminar saltando para que la cogiera y dormirse alrededor del cuello. Era capaz de hacerlo en condiciones inverosímiles. Y nada podía conseguirlo durante la noche. Aristide adecentó el cobertizo y decidió dejarla allí al acabar el día para evitar más desastres. Pero cuando la llevó se puso echa una fiera, pataleaba y quería huir de cualquier modo.
-¡Como no te quedes ahí quieta sin escaparte se lo diré a Pásula! -le riñó como si fuera un perro. Pero la comadreja se quedó parada, le miró fijamente y se enroscó en una esquina. Aristide pensó que el motivo sería el tono y no las palabras, pero la vida le había cambiado lo suficiente como para descartar nada, por absurdo que pareciera. Desde que había conocido a Pásula se dejaba llevar por la intuición, y esta le dijo en aquel momento que aquella criatura, de alguna forma, le entendía.
-Pásula quiere hablar contigo a la vuelta, algo habrás hecho -dijo mirando atentamente la reacción de la comadreja. Esta se aplacó e hizo ademán de subírsele de nuevo, pero con timidez. Aristide sintió pena del animal.
-Ven -y mira que es corta la palabra “ven”, pero antes de que terminara de pronunciarla ya había saltado entre sus brazos. Desde ese día se comportó mejor y pudo dejarla en casa sin que destrozara nada.
Por las noches, poco antes del amanecer, cuando había terminado de corretear, subía a su dormitorio y se acostaba hecha un bola sobre la cama. Cuando Aristide se despertaba, se iba hasta la almohada y allí se quedaba, la mitad de las veces molestándolo, aunque ya le estaba cogiendo cierto cariño. Cada mañana, al levantarse, Aristide se dirigía a la cocina mientras la comadreja le seguía enredándose entre los pies. Allí abría bien los ojos, esperando su ración, que solía ser cuatro o cinco veces lo que Aristide le ponía, teniendo que repetir la operación varias veces.
-Lo siento -le decía rellenándole el cuenco de nuevo-, no me acostumbro a que quepa tanta comida en un cuerpo tan pequeño, querida.
Ya estaba convencido de que entendía algo de lo que le decía.
-Tengo que ponerte un nombre. Ruda estaría bien -pero el animal no le hizo el menor caso.
La semana pasó entre pipas ante la chimenea, alguna visita esporádica de Mirin y paseos con la comadreja. Echaba de menos la presencia del hada, las difíciles conversaciones, la sorpresa. Su olor. Aristide acarició al animal pensando en ella. En la mano aún quedaban arañazos de los primeros días. Aristide no puedo evitar una carcajada. La comadreja abrió un ojo, alzó un poco la cabeza y volvió a meterla entre las manos invitándole a que siguiera con las caricias. Sonaron golpes en la puerta. Era Mirin.
-Todavía no entiendo lo de la comadreja -decía Mirin.
-Es que no me he explicado bien -respondió Aristide, que no sabía qué decir sobre aquel animal-. Pásula la ha traído, creo que la tenía de mascota.
-¿Una comadreja? -dijo con fastidio sacando la libreta-. Cada vez es más difícil encontrarle coherencia a este cuaderno. Se está convirtiendo en un galimatías sin sentido.
-Así es ella.
-No sé, algo raro hay, eso es seguro -olfateó el aire-. Ya no huele la casa como antes. Ahora huele a... no sé... algo raro...
-¿A comadreja? -sonrió Aristide.
Mirin le miró y empezaron a reír.
-¿Cuándo vuelve Pásula?
-Hoy.
-¿Hoy mismo?, quizás me quede a comer.
La comadreja dormía plácidamente, pero abrió un ojo y se revolvió nerviosa.
-Acabo de aprovisionarme, tengo de todo.
-Esa mujer come mucho, ¿verdad? -dijo Mirin levantándose y acercándose a la comadreja, que le siguió con la mirada.
-Ella dice que no come nada.
-Pero... -dijo acariciando al animal detrás de las pequeñas orejas.
-Pero come mucho -rieron los dos-, acompáñame a la cocina, lo quiero dejar todo bien preparado para cuando llegue.
-Volverá seguro, ¿verdad? -preguntó Mirin, con un punto de preocupación.
-Supongo que sí -respondió Aristide que tampoco las tenía todas consigo, sin desvelar que también estaba nervioso pensando en que eso no ocurriera.
-Porque si no vuelve...
-Tendremos que ocuparnos entre los dos de la comadreja.
Mirin la miró.
-Pobrecilla. No me importaría cuidar de ella de vez en cuando -respondió toqueteándola mientras el bicho cerraba los ojillos-, aunque aquí parece que está bien.
-A veces, las cosas no son lo que parecen.
-Dímelo a mí. Recuerda con quién estoy casado.
Música: andarín, de ZaAJeerF
Texto: Monster
Ilustración:
http://www.layoutsparks.com/1/175023/enchanted-forest-t5-woods.html
Se pasaba el día hecha un ovillo sobre su barriga, o enroscada en el cuello. No se la podía quitar de encima por más que la empujara. Hasta que llegaba la noche. Entonces, todo cambiaba. Su actividad se volvía frenética. La escuchaba saltar y correr durante horas, incansable. La primera noche entró en la cocina y rompió una montaña de platos con un estruendo ensordecedor que le despertó creyendo que la casa se estaba viniendo abajo. Mordía los muebles, tiraba las lámparas, lo dejaba todo hecho un desastre. De día era cariñosa y dulce. Quizás hasta demasiado. Sin embargo, cuando intentaba cogerla por la noche, la comadreja le recibía con uñas y dientes, salvaje como un diablo, como si no le reconociera. A la hora de darle de comer, Aristide se sorprendía. Parecía no tener fondo, devoraba cantidades enormes para su pequeño cuerpo.
-¿A quién te pareces tú?- le decía Aristide mientras rellenaba el plato ante la atenta mirada del animal.
Algunas tardes, Aristide salía al jardín y, cuando tenía ganas, la comadreja le acompañaba en sus paseos, aunque solía terminar saltando para que la cogiera y dormirse alrededor del cuello. Era capaz de hacerlo en condiciones inverosímiles. Y nada podía conseguirlo durante la noche. Aristide adecentó el cobertizo y decidió dejarla allí al acabar el día para evitar más desastres. Pero cuando la llevó se puso echa una fiera, pataleaba y quería huir de cualquier modo.
-¡Como no te quedes ahí quieta sin escaparte se lo diré a Pásula! -le riñó como si fuera un perro. Pero la comadreja se quedó parada, le miró fijamente y se enroscó en una esquina. Aristide pensó que el motivo sería el tono y no las palabras, pero la vida le había cambiado lo suficiente como para descartar nada, por absurdo que pareciera. Desde que había conocido a Pásula se dejaba llevar por la intuición, y esta le dijo en aquel momento que aquella criatura, de alguna forma, le entendía.
-Pásula quiere hablar contigo a la vuelta, algo habrás hecho -dijo mirando atentamente la reacción de la comadreja. Esta se aplacó e hizo ademán de subírsele de nuevo, pero con timidez. Aristide sintió pena del animal.
-Ven -y mira que es corta la palabra “ven”, pero antes de que terminara de pronunciarla ya había saltado entre sus brazos. Desde ese día se comportó mejor y pudo dejarla en casa sin que destrozara nada.
Por las noches, poco antes del amanecer, cuando había terminado de corretear, subía a su dormitorio y se acostaba hecha un bola sobre la cama. Cuando Aristide se despertaba, se iba hasta la almohada y allí se quedaba, la mitad de las veces molestándolo, aunque ya le estaba cogiendo cierto cariño. Cada mañana, al levantarse, Aristide se dirigía a la cocina mientras la comadreja le seguía enredándose entre los pies. Allí abría bien los ojos, esperando su ración, que solía ser cuatro o cinco veces lo que Aristide le ponía, teniendo que repetir la operación varias veces.
-Lo siento -le decía rellenándole el cuenco de nuevo-, no me acostumbro a que quepa tanta comida en un cuerpo tan pequeño, querida.
Ya estaba convencido de que entendía algo de lo que le decía.
-Tengo que ponerte un nombre. Ruda estaría bien -pero el animal no le hizo el menor caso.
La semana pasó entre pipas ante la chimenea, alguna visita esporádica de Mirin y paseos con la comadreja. Echaba de menos la presencia del hada, las difíciles conversaciones, la sorpresa. Su olor. Aristide acarició al animal pensando en ella. En la mano aún quedaban arañazos de los primeros días. Aristide no puedo evitar una carcajada. La comadreja abrió un ojo, alzó un poco la cabeza y volvió a meterla entre las manos invitándole a que siguiera con las caricias. Sonaron golpes en la puerta. Era Mirin.
-Todavía no entiendo lo de la comadreja -decía Mirin.
-Es que no me he explicado bien -respondió Aristide, que no sabía qué decir sobre aquel animal-. Pásula la ha traído, creo que la tenía de mascota.
-¿Una comadreja? -dijo con fastidio sacando la libreta-. Cada vez es más difícil encontrarle coherencia a este cuaderno. Se está convirtiendo en un galimatías sin sentido.
-Así es ella.
-No sé, algo raro hay, eso es seguro -olfateó el aire-. Ya no huele la casa como antes. Ahora huele a... no sé... algo raro...
-¿A comadreja? -sonrió Aristide.
Mirin le miró y empezaron a reír.
-¿Cuándo vuelve Pásula?
-Hoy.
-¿Hoy mismo?, quizás me quede a comer.
La comadreja dormía plácidamente, pero abrió un ojo y se revolvió nerviosa.
-Acabo de aprovisionarme, tengo de todo.
-Esa mujer come mucho, ¿verdad? -dijo Mirin levantándose y acercándose a la comadreja, que le siguió con la mirada.
-Ella dice que no come nada.
-Pero... -dijo acariciando al animal detrás de las pequeñas orejas.
-Pero come mucho -rieron los dos-, acompáñame a la cocina, lo quiero dejar todo bien preparado para cuando llegue.
-Volverá seguro, ¿verdad? -preguntó Mirin, con un punto de preocupación.
-Supongo que sí -respondió Aristide que tampoco las tenía todas consigo, sin desvelar que también estaba nervioso pensando en que eso no ocurriera.
-Porque si no vuelve...
-Tendremos que ocuparnos entre los dos de la comadreja.
Mirin la miró.
-Pobrecilla. No me importaría cuidar de ella de vez en cuando -respondió toqueteándola mientras el bicho cerraba los ojillos-, aunque aquí parece que está bien.
-A veces, las cosas no son lo que parecen.
-Dímelo a mí. Recuerda con quién estoy casado.
Música: andarín, de ZaAJeerF
Texto: Monster
Ilustración:
http://www.layoutsparks.com/1/175023/enchanted-forest-t5-woods.html
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