Susan y el robot 2. Transmisión

Susan y el robot 2. Transmisión
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Subido por Susan y el robot el 04/04/2020
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Descripción
Todo empezó el día en que una nave descendió sobre un planeta levantando el polvo que llevaba reposando desde que se formó. El planeta se hallaba al fondo de un sistema solar, apartado de la estrella, frío, oscilando tímidamente en uno de sus extremos y aislado en una oscuridad casi perpetua. Solo una luz oblicua, mansa y difuminada, rozaba la superficie desolada durante unas pocas horas al día. Hasta donde se perdía la vista era liso, grisáceo, sin nada que perturbara la monotonía, y de repente, hacia el este, se elevaban unas montañas con picos que formaban afiladas aristas a intervalos regulares, como si allí hubiera muerto un animal gigantesco del que solo quedara una mandíbula que aún conservara los dientes. Pero la nave que se posaba no entendía de dientes, ni de mandíbulas. Nunca había visto ninguna, ni desde luego esperaba encontrarla en aquellos lugares desolados.
De un agujero abierto sobre el fuselaje descendió un robot que recordaba vagamente una forma humana, dos ojos colocados al frente de una cara lisa y pálida, plana, con una ranura donde debería haber estado la boca que aparecía algo más abajo que en un humano dando la impresión de un dibujo infantil sobre un plato. La nave comenzó a hacer los cálculos y el robot contempló la vasta planicie hasta que vio las aristas montañosas hacia el este. Las miró durante un rato, circulando con la vista por los bordes irregulares. A pesar de la maravilla de sus ojos no podía ver con claridad a aquella distancia entre el polvo en suspensión y la oscuridad que cubría las montañas. Detrás de los picos comenzaba a asomar un resplandor, una luz muy suave, casi imperceptible aún, proveniente de algún reflejo lunar que pronto comenzaría a recortar los dientes de las montañas contra el cielo donde brillaban estrellas lejanas.
La nave se encendió a su espalda iluminando la tierra y dibujando sobre el suelo la sombra de monstruo alargado del robot en pie a su lado. Este comenzó a andar con sus altas piernas y la tierra crujió bajo sus pasos. Mientras se alejaba conectó de nuevo con la nave y durante unos segundos se sumergió entre sus cálculos. Análisis químicos de suelos, gases, tamaños, temperaturas y un río infinito de valores que centelleaba absorbiendo números en cascadas, números con tantos decimales que parecían colas de cometas que se reunían alrededor de un remolino de cifras luminoso y vibrante. El robot volvió a desconectar y se dirigió hacia las montañas precedido por su sombra, una sombra helada dibujada con luz artificial que iba desapareciendo a medida que se alejaba. La estrella que iluminaba el sistema con su brutal fulgor no era allí más que un leve suspiro de luz rápidamente absorbida por la superficie oscura del planeta, y el robot, alejado ahora del resplandor artificial de la nave, se desplazaba como un alfiler negro hacia el este, dejando una estela de nubecitas de polvo flotando en cada uno de sus rápidos pasos. El resplandor de la luna comenzaba a aparecer sobre el perfil de los picos, trazando sus líneas con un halo luminoso. El robot se detuvo. Una grieta enorme, como una cicatriz sobre el rostro del planeta, apareció recorriendo la llanura de un extremo a otro.
La cicatriz se estrechaba y se ensanchaba, siempre sin dejar ver el fondo, que se perdía de la vista perfecta del robot al que no le importaba mirar de frente la oscuridad más cerrada ni las llamas de un sol cercano. Pensó en llamar a la nave, pero prefirió estar solo y continuó hacia el norte hasta que divisó una estrechez en la cicatriz que le permitía salvarla de un salto.
El suelo se estremeció al caer el robot del otro lado levantando una nube de polvo que le envolvió por completo. Las partículas revolotearon iluminadas por la luz de una luna que ya comenzaba a asomar tras las montañas resaltándolas sobre el valle sombrío.
El robot se encaminó hacia ella con rápidos pasos. Se diría que le acosaba la impaciencia, aunque él mismo hubiera afirmado que eso era imposible. La luna era ya un rostro pálido y silencioso que se alejaba colgándose en el cielo en todo su esplendor. Su tenue luminosidad hacía retroceder las sombras hacia las grietas, bajo los granos de arena.
El robot se detuvo ante el espectáculo luminoso provocado por el astro enorme.
-Transmisión -dijo la nave.
-¿Qué tipo de transmisión? -contestó el robot sin dejar de mirar la bruma blanca.
-Desconocida.
La idea de desconocida tardó en entrar en su cerebro y lo hizo con dificultad.
-¿De dónde proviene?
-De un lugar desconocido.
-¿Distancia?
-Es difícil de asegurar -reconoció la nave.
-¿Cómo la has detectado?
La nave tardó unos instantes.
-Mientras hacía los cálculos he extendido el lazo.
-¿Por qué?
-No lo sé.
El robot dejó pasar unos segundos mientras exprimía toda su capacidad de análisis.
-¿Estás conectada a la ramificación?
-No.
-No hagas nada. Espérame ahí.
Quería tiempo para pensar. Su misión consistía en comprobar si el planeta servía para ser colonizado, y si era así pronto albergaría grandes estructuras bajo las cuales máquinas construirían máquinas. Pero ahora el robot se encontraba con un pensamiento perturbador que nada tenía que ver con su misión, tan carente de lógica que no encontraba respuesta para explicarlo. Corrió hacia la grieta, la saltó y siguió corriendo hasta la nave.

Música: En Esencia (piano), de Maabo:
https://www.hispasonic.com/musica/esencia-piano/125796
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