Magacín

Alva Noto y Ryuichi Sakamoto esculpiendo calma entre sonido y arquitectura

Aún cuando el mundo parece sacudirse de un lado a otro, la escucha puede permanecer en un territorio que reclama la tranquilidad innata de la vida hallada en la música, aquella referida al sonido en su más pura y abierta posibilidad, demostrando que aunque lo sonoro puede formarse de estridentes resonancias, saturados discursos y tonos confusos, es ante todo un llamado constante a la calma, la atención y la disposición a buscar aquello que se oye sutilmente, aún entre tantos susurros que parecen escucharse.

La contemplación es una rareza necesaria en nuestros días, y las artes sonoras, desde hace milenios, han sido formas fidedignas de contemplar, aquietarse y atender al entorno en su desnudez. Esto es quizás porque el silencio es base del proceso de la escucha y la representación del sonido, pero también porque la quietud, la atención y la permanencia temporal en el acto de escuchar son elementos que condicionan radicalmente una experiencia sonora. Aunque habrá ocasiones para cantar o bailar, hay muchas formas de la creación sonora que están creadas para callar, detenerse y ser conscientes no de determinados elementos externos al sonido, sino de sus fibras más íntimas.

Es por ello que la experimentación musical y el arte sonoro en general no solo beben del tiempo, sino que diseñan el espacio. Esto es porque, por un lado, son conscientes de la estrecha relación entre la forma del sonido y el espacio sonoro, donde factores como la reverberación de un lugar inciden en la morfología y viceversa. En los comienzos de la música concreta y electroacústica, por ejemplo, ya era muy presente la idea de cómo el espacio afectaba los sonidos mismos y cómo estos no se ubicaban dentro de un espacio sino que se moldeaban con las características del mismo en su interacción resonante.

De esta manera, los sonidos no se ubican, no pertenencen a un lugar, no están dentro de un recinto, sino que los recintos son parte del sonido mismo. Es fácil comprobar esto con un efecto de reverb: en ningún momento crea un espacio donde habitan sonidos, sino que al aplicarlo, altera los sonidos, agregando ecos, rebotes, alteraciones armónicas, etc, para así conseguir una ilusión espacial, que no es otra cosa que variación morfológica sobre las texturas y objetos sonros.

Esto se torna interesante, sin embargo, cuando nos adentramos en la relación que existe por ende entre arquitectura y composición sonora, donde los espacios no solo afectan lo que se interpreta sino que el espacio mismo se valora como instrumento, siendo responsable de aquello que se construye sonoramente, como bien enseñó Alvin Lucier.

De esta forma el artista está llamado a tomar el espacio como insumo sonoro y no como mero valor agregado o receptáculo de sonidos, resultando esto en una interesante consciencia sobre lo que sucede entre los ecos que rebotan con la materia y la forma como lo espacial dispone la composición y la escucha, generando espacios habitables en la vibración acústica que a su vez se extienden hasta las más sutiles formas del espacio, inaudibles, propias del sentimiento.

Un ejemplo reciente de esta interesante exploración contemplativa del entorno es el performance de un dúo que expresa la finura de lo clásico y lo contemporáneo intersectados, en este caso juntos en un espacio capaz de representar la armonía arquiectónica en su simpleza más honda. Hablamos de Alva Noto y Ryuichi Sakamoto y su reciente acto en vivo en el icónico espacio Glass House, residencia del famoso arquitecto estadounidense Philip Johnson. Escuchemos:

Este dúo, conocido por asombrosos performances audiovisuales, bellos diálogos de piano y electrónica, ejerce acá una impecable declaración de riqueza sonora que no cae en la saturación, yéndose a una zona aún más contemplativa que conserva el minimalismo particular de sus composiciones, pero se abre a corrientes sonoras más diluidas y suaves, donde se puede apreciar una profunda y delicada experimentación sonora que, además de reunir un variopinto conjunto de instrumentos donde se hallan cuencos de cuarzo, sintetizadores analógicos, ensembles de Reaktor o resonancias metálicas, se extiende como un profundo juego en el espacio.

Este juego con el espacio es supremamente interesante, particularmente cuando se trata del ambient, para el que Sakamoto claramente no está sólo, como bien lo demostró en su Boiler Room junto a uno de los grandes del ambient contemporáneo, Taylor Deupree. Y es que si con algo juega el ambient es con la idea de la atmósfera y la posibilidad de disponer el sonido y el espacio en paralelo para crear no tanto lugares físicos, como estados emocionales, mentales, de formas más abiertas donde la escucha es respiración entre las ondas.

En lo particular del performance, esta forma de esculpir el espacio se refleja tanto en los sonidos elegidos y cómo en la manera en que la reverberación del lugar afecta los procesos de la composición, pero además se escucha en el crujir de las estructuras arquitectónicas en sí, cuando Sakamoto, posterior a una detenida observación del espacio, se dispone a frotar las paredes de vidrio, resultando en barridos que parecieran brotar de uno de los sintes presentes.

Estos elementos al combinarse resultan en un viaje meditativo entre gotas de lluvia que se cuelan en la composición, orquestadas a la par de el sol, que al caer se filtra en las observaciones de los artistas, quienes reflejan en suma una maravilla electroacústica donde instrumentos y edificiación son una misma red resonante que se teje en un espaciotiempo onírico, abierto, digno de una escucha que es madre, a la vez, de la calma y el movimiento.

Miguel Isaza
EL AUTOR

Miguel es un investigador que relaciona la filosofía, el arte, el diseño y la tecnología del sonido. Vive en Medellín (Colombia) y es fundador de varios proyectos relacionados con lo sonoro, como Éter Lab, Sonic Field y Designing Sound.

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