La belleza del mal
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Hablando precisamente de todas esas veces que Gilles Villeneuve había destrozado sus automóviles, Ferrari demostraba mucha comprensión alegando que ese poder destructivo era un buen sistema para mejorar las máquinas de Maranello.
«Villeneuve hizo una enorme contribución con su gran sentido de la competición; su capacidad de tomar y destruir completamente cualquier objeto de naturaleza mecánica. Nos planteaba continuamente nuevos límites, sometiendo las máquinas a los ensayos más severos que nuestros técnicos nunca habían visto. Hacía acrobacias que ponían los pelos de punta; las más increíbles que he asistido jamás. Transmisiones, cambios, brazos de dirección... todos estaban sujetos al más duro de los tratamientos».
«Era realmente un Príncipe de la destrucción, pero su manera de conducir nos indicó que debíamos mejorar esas partes para que pudieran resistir a los ataques de cualquier piloto».
[Gerald Donaldson: Gilles villeneuve - la vida de un piloto legendario]
#1372
Muy bueno
En Flickr hay un grupo que se dedica a fotografiar paneles de control.
https://www.flickr.com/groups/controlpanel/pool/
Muy bueno
En Flickr hay un grupo que se dedica a fotografiar paneles de control.
https://www.flickr.com/groups/controlpanel/pool/
El desierto no entiende de dinero. Buena prueba de ello son las instantáneas del desierto a las afueras de Dubái captadas por el fotógrafo polaco afincado en Australia, Irenaeus Herok. Las imágenes de Herok son una muestra de cómo la arena es capaz de engullir millones y millones de euros en infraestructuras una y otra vez, por mucho que el hombre se empeñe en ganarle terreno.
En 1908, el poblado alemán de Kolmannskuppe nació en medio del desierto de Namibia como refugio de los buscadores de diamantes que llegaban del Viejo Continente en busca de fortuna. En apenas unos años se extrajeron de sus minas cerca de una tonelada de piedras preciosas y el asentamiento se convirtió en una ciudad en toda regla con casino, colegio, hospital, salón de baile y mansiones de estilo centroeuropeo.
Kolmasnskop fue, además, la primera localidad del continente africano en disponer de un aparato de rayos x, importado específicamente desde Alemania para vigilar que los mineros no ingirieran diamantes para venderlos en el mercado negro.
Sin embargo, el periodo de esplendor de la ciudad no duró demasiado. Las reservas de piedras preciosas se fueron agotando y las minas se fueron trasladando a otras localidades cercanas, que empezaron a ganar atractivo para los mineros. El resultado: Kolmasnskop acabó abandonada en 1954.
Durante seis décadas el desierto ha ido devorando poco a poco este pedacito de Baviera en África. Este es su actual aspecto retratado por el fotógrafo Romain Veillón.
Kolmasnskop fue, además, la primera localidad del continente africano en disponer de un aparato de rayos x, importado específicamente desde Alemania para vigilar que los mineros no ingirieran diamantes para venderlos en el mercado negro.
Sin embargo, el periodo de esplendor de la ciudad no duró demasiado. Las reservas de piedras preciosas se fueron agotando y las minas se fueron trasladando a otras localidades cercanas, que empezaron a ganar atractivo para los mineros. El resultado: Kolmasnskop acabó abandonada en 1954.
Durante seis décadas el desierto ha ido devorando poco a poco este pedacito de Baviera en África. Este es su actual aspecto retratado por el fotógrafo Romain Veillón.
En algún momento de la década de los 90 un avezado grupo de inversores pensó que construir un faraónico complejo con cinco hoteles de superlujo para turistas en medio del desierto de Egipto, en la península del Sinaí, era una buena idea. Al parecer, no contaron con los problemas legales para conseguir los permisos, las altísimas inversiones necesarias o la pérdida de turistas por el terrorismo islamista. El resultado: el resort jamás llegó a construirse y las estructuras acabaron abandonadas durante años.
Entre 2002 y 2005, las fotógrafas alemanas Stefanie Zoche y Sabine Haubitz recorrieron e inmortalizaron con sus cámaras las ruinas de aquellos megaproyectos que perduran hoy como testimonio de aquella locura urbanística, un sueño de cemento bautizado con nombres tan pomposos como ‘Sindbad’, ‘El palacio del sultán’, ‘Coral Beach’, ‘Magic Life Imerial’ o el ‘Resort del Faraón’. Con el tiempo, después de años abandonados, algunos de estos hoteles llegaron a terminarse, mientras que otros fueron víctimas definitivas de la piqueta.
Entre 2002 y 2005, las fotógrafas alemanas Stefanie Zoche y Sabine Haubitz recorrieron e inmortalizaron con sus cámaras las ruinas de aquellos megaproyectos que perduran hoy como testimonio de aquella locura urbanística, un sueño de cemento bautizado con nombres tan pomposos como ‘Sindbad’, ‘El palacio del sultán’, ‘Coral Beach’, ‘Magic Life Imerial’ o el ‘Resort del Faraón’. Con el tiempo, después de años abandonados, algunos de estos hoteles llegaron a terminarse, mientras que otros fueron víctimas definitivas de la piqueta.
El Irozaki Jungle Park abrió sus puertas en 1969 con una exhibición de plantas y árboles de más de 12.000 m2. Fue un éxito y, a mediados de los 70, llegó a su cénit con más de 750.000 visitantes anuales. A partir de ese momento, su popularidad empezó a decaer hasta que terminó cerrando sus puertas en 2003.
José Paronella tenía un sueño. En 1913 abandonó su Cataluña natal con destino a Australia para hacer fortuna y casarse con su amada, Margarita. Durante 11 años trabajó de sol a sol. Empezó cortando caña de azúcar, pero pronto compró unas hectáreas y se hizo productor. Fue propietario de varias fábricas y construyó un imperio. Vendió todo en 1924 y regresó a España en busca de Margarita.
Se casaron un año después y su viaje de novios les llevó de nuevo a Australia. Allí se enamoraron de un terreno de algo más de 5 hectáreas. Lo compraron en 1929 por apenas 120 libras (unos 130 euros). Primero construyeron una pequeña casa para vivir, que después se convirtió en un castillo.
El resto del terreno lo convirtieron en maravillosos jardines que abrieron al público en 1935. José Paronella se encargó de plantar 7.000 árboles con sus propias manos. Sin embargo, sólo pudo disfrutar de su sueño 11 años. En 1946 un deslizamiento de tierras provocado por las intensas lluvias arrasó parte de la finca. Un desastre del que Paronella nunca se recuperó: falleció de cáncer dos años después.
Aunque su mujer y su hija trataron de mantener vivo el sueño, pero finalmente no les quedó más remedio que venderlo en 1977. Poco después un incendio arrasó el edificio principal. Ese fue solo el comienzo del fin. El ciclón Wilfred arrasó la propiedad en 1986. Luego vivió unas inundaciones en 1994 y un huracán en 2006. Después el abandono.
Pero, en 2009 la suerte volvió a cambiar y un ambicioso proyecto de recuperación consiguió que Paronella Park recuperase parte de su atractivo original –aunque con un cierto aire decadente– y se confirmase como uno de los lugares que visitar cerca de Queensland.
Se casaron un año después y su viaje de novios les llevó de nuevo a Australia. Allí se enamoraron de un terreno de algo más de 5 hectáreas. Lo compraron en 1929 por apenas 120 libras (unos 130 euros). Primero construyeron una pequeña casa para vivir, que después se convirtió en un castillo.
El resto del terreno lo convirtieron en maravillosos jardines que abrieron al público en 1935. José Paronella se encargó de plantar 7.000 árboles con sus propias manos. Sin embargo, sólo pudo disfrutar de su sueño 11 años. En 1946 un deslizamiento de tierras provocado por las intensas lluvias arrasó parte de la finca. Un desastre del que Paronella nunca se recuperó: falleció de cáncer dos años después.
Aunque su mujer y su hija trataron de mantener vivo el sueño, pero finalmente no les quedó más remedio que venderlo en 1977. Poco después un incendio arrasó el edificio principal. Ese fue solo el comienzo del fin. El ciclón Wilfred arrasó la propiedad en 1986. Luego vivió unas inundaciones en 1994 y un huracán en 2006. Después el abandono.
Pero, en 2009 la suerte volvió a cambiar y un ambicioso proyecto de recuperación consiguió que Paronella Park recuperase parte de su atractivo original –aunque con un cierto aire decadente– y se confirmase como uno de los lugares que visitar cerca de Queensland.
De icono de la riqueza a paraíso de la decadencia y el crimen, esa es la triste historia de ponte city, el rascacielos más alto del continente africano. Esta imponente torre circular de 52 plantas se construyó en 1975 y pronto se convirtió en un símbolo de estatus social. Antes de su particular descenso a los infiernos, todo el mundo quería vivir allí: con 173 metros de altura, sus apartamentos de lujo de tres plantas con yacuzzi y unas infinitas vistas de la ciudad, era el lugar preferido de la élite Blanca de johannesburgo
Pero entonces llegó la democracia y todo cambió. En la década de 1990, con el fin del apartheid, muchas pandillas convirtieron el centro de la ciudad más poblada de Sudáfrica en un paraíso del crimen, se trasladaron al edificio y lo convirtieron en un gueto vertical. Ponte city se hizo extremadamente peligroso, se convirtió en refugio de delincuentes y en la prueba viviente de la decadencia urbana del antes cosmopolita barrio de hillbrow
“Con la democracia se inició el declive. Los blancos huyeron del centro de johannesburgo y la gente de raza negra ocupó la torre”, explica malcolm rees, periodista financiero, en el documental ‘ponte tower’ del realizador británico philip bloom. Rees es uno de los seis blancos que todavía viven en el rascacielos, todos ellos en la última planta.
En poco tiempo, la basura enterró tres pisos en el corazón del edificio, conocido desde entonces como ‘la torre oscura’. Desahuciado, a mediados de aquella década, hubo planes para convertir la construcción en una enorme prisión vertical al estilo de las vistas en películas como ‘brazil’ o, más recientemente, ‘dredd’
Al final, el proyecto no se materializó y en 2007 ponte city cambió de dueños. Los nuevos propietarios pusieron en marcha un proyecto de renovación llamado ‘new ponte’, que incluía la rehabilitación de 467 apartamentos, además de áreas comerciales y de ocio. Sin embargo, la crisis económica acabó con la resurrección del rascacielos: los bancos no proporcionaron la financiación necesaria y la ambiciosa obra acabó cancelada
Ahora ‘la torre oscura’ está en una especie de limbo. Los propietarios han realizado algunas mejoras, pero no las suficientes como para quitarse el estigma de edificio maldito: es considerado uno de los 10 edificios más feos del continente africano y su patio interior circular ha registrado más suicidios que ningún otro lugar de johannesburgo.
Pero entonces llegó la democracia y todo cambió. En la década de 1990, con el fin del apartheid, muchas pandillas convirtieron el centro de la ciudad más poblada de Sudáfrica en un paraíso del crimen, se trasladaron al edificio y lo convirtieron en un gueto vertical. Ponte city se hizo extremadamente peligroso, se convirtió en refugio de delincuentes y en la prueba viviente de la decadencia urbana del antes cosmopolita barrio de hillbrow
“Con la democracia se inició el declive. Los blancos huyeron del centro de johannesburgo y la gente de raza negra ocupó la torre”, explica malcolm rees, periodista financiero, en el documental ‘ponte tower’ del realizador británico philip bloom. Rees es uno de los seis blancos que todavía viven en el rascacielos, todos ellos en la última planta.
En poco tiempo, la basura enterró tres pisos en el corazón del edificio, conocido desde entonces como ‘la torre oscura’. Desahuciado, a mediados de aquella década, hubo planes para convertir la construcción en una enorme prisión vertical al estilo de las vistas en películas como ‘brazil’ o, más recientemente, ‘dredd’
Al final, el proyecto no se materializó y en 2007 ponte city cambió de dueños. Los nuevos propietarios pusieron en marcha un proyecto de renovación llamado ‘new ponte’, que incluía la rehabilitación de 467 apartamentos, además de áreas comerciales y de ocio. Sin embargo, la crisis económica acabó con la resurrección del rascacielos: los bancos no proporcionaron la financiación necesaria y la ambiciosa obra acabó cancelada
Ahora ‘la torre oscura’ está en una especie de limbo. Los propietarios han realizado algunas mejoras, pero no las suficientes como para quitarse el estigma de edificio maldito: es considerado uno de los 10 edificios más feos del continente africano y su patio interior circular ha registrado más suicidios que ningún otro lugar de johannesburgo.
A mediados de los años 70, la compañía británica AIR (Associated Independent Recording) creó el lugar perfecto para que los grandes de la música del momento dejaran rienda suelta a su creatividad: un estudio de grabación con la última tecnología situado en la paradisiaca isla caribeña de Montserrat. Por sus instalaciones pasaron los Rolling Stones, Michael Jackson, The Police, Elton John, Paul McCartney, Pink Floyd, Duran Duran o Supertramp, entre otros intérpretes, hasta que el huracán Hugo arrasó el lugar en 1989, dejándolo en ruinas.
Más de un cuarto de siglo después de que la música dejase de sonar en Air Studio Montserrat, el fotógrafo Shane Thoms se ha colado en aquel lugar en el que se hizo historia de la música y que hoy se encuentra abandonado y a merced de un volcán.
Más de un cuarto de siglo después de que la música dejase de sonar en Air Studio Montserrat, el fotógrafo Shane Thoms se ha colado en aquel lugar en el que se hizo historia de la música y que hoy se encuentra abandonado y a merced de un volcán.
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