Yo prácticamente carezco de sentimiento de vergüenza, sobre todo por actos propios (aunque me consta que he hecho sentir vergüenza a gente próxima hasta el punto del tierra trágame), es que son gente modosa o tímida.
Pero creo que el momento en que peor rato he pasado por algo de esto fue presenciando esta anécdota cotidiana, más que nada por el mal rato que pasaron los implicados; yo era un mero testigo:
Estaba de visita en mi ciudad natal y quedé con un amigo a dar una vuelta por la plaza más importante de esa ciudad con los niños, que todavía eran pequeños.
Estábamos de parloteo y apareció un amigo común que hacía mucho que no veíamos, le saludamos y estuvimos hablando de generalidades, en esa plaza hay muchos niños que juguetean de un lado a otro y mi hija mayor, entonces una niña, y el mayor de mi amigo jugaban a cosas de críos al rededor del banco donde estábamos nosotros sentados, mi amigo de pie y el que se había incorporado, que pasaba también de pie a una distancia un poco menos cercana, lo normal.
Al rato un niño algo cabezón empezó a dar vueltas como una peonza alrededor de mi hija y del hijo de mi amigo, de esa manera cuando los niños se incorporan a un grupo haciendo la mosca, el avión, o el cencerro, cosas de niños.
El niño no paraba de revolotear y hacer ruido de moscardón y debía ser que la conversación con el viejo amigo que pasaba ya estaba agotándose, mi amigo con el que habíamos quedado increpó al niño-moscardón, ¿te has perdido majo?, ¿quieres que busquemos a tus padres?, Dios qué niño tan pesado y cabezón, a ver si se va con sus padres...
El que llegó dijo: - "es mi hijo".