Cuidado con los defensores de animales...
Yo pasé muchos veranos en Mansilla de la sierra, un pueblo en la ladera sur de la Demanda, o en un recodo de esa sierra, más hacia Burgos que hacia la Rioja, un lugar que había vsito nacer a los Matute (Ana María, la escritora, ya nació en Barcelona, yo jugaba con sus sobrinos y me relacioné con algún hermano), a mi tía millonetis que le dio por comprar uan casa de las que se construyeron con tipología de pueblo serrano andaluz cuando se inundó el pueblo antiguo (en el que había hasta una publicación mensual) tras la construcción del embalse a manos de presos políticos (no hubo barrenos...). Quedaron casi todas las casas vacías y se vendieron por dos duros, todos se fueron, pocos casos como ese en la Rioja; pero fue.
Nos íbamos quince días o un mes, mi padre era pescador y mis tíos, se iban al Gatón, al cambrones, al Calamantío, o a algún coto alto del Najerilla y pescaban sin parar, comíamos todo el día trucha frita, venían a vender vendedores castellanos de todo un poco cada tres, o más días, el del pan cada tres (de Huerta de arriba, Burgos, con hogazas y tortas que duraban ese tiempo y más). Por la noche se organizaban timbas de su en el bar de la Quili o en casa y se empinaba el codo a discreción, los niños íbamos y veníamos por el monte que daba gusto
fogata by
Carmelo Peciña, en Flickr
Michel, Bobo, yo y un perro en Mansilla por Amador Ruiz, hacia el 1962 by
Carmelo Peciña, en Flickr.
Ese pueblo estaba lleno de perros (y de cagadas de cabra y vaca), los pocos vecinos que se quedaron se dedicaban a la ganadería de alta montaña.
Los perros no dejaban dormir por la noche y mi padre siempre inventaba algo, se hizo un tirachinas supertécnico , una i griega de madera de boj pulida con esmero, unas gomas capaces de lanzar un objeto a muchos metros y la parte trasera donde alojar las piedras de cuero, daba gusto ver su trabajo, lo manitas e inventivo que era mi padre. No usaba piedras; usaba bolas de cojinete de un centímetro o más...
Por la noche, cuando empezaban a ladrar los canelos, se escuchaba abrir la ventana del cuarto de arriba (donde dormían mis padres) al rato un zumbido soplaba el viento surcando la noche serrana, primero los ladridos., luego ese soplido
zisss y luego un
hiiii ide perro alcanzado.
Hasta que una noche no fue perro, sino el dedo gordo de mi padre, el que sujetaba el tirachinas, cuando esperabas escuchar al pobre perro gimiento fue el alarido de dolor de Don Carmelo Peciña padre el que aderezado por todo tipo de interjecciones y exabruptos interrumpió la noche.