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La fascinante historia de la astrónoma ciega que estudia las estrellas escuchándolas

En el mundo antiguo, remontándonos a Egipto, pasando por Grecia e incluso llegando hasta la escolástica medieval europea, encontramos que el estudio del cosmos nunca ha estado separado de la escucha; y ni hablar de otras tradiciones como la hinduista, donde el sonido toma un protagonismo tal que estudiarlo, implica estudiar al universo entero. En la llamada edad media europea, es bien sabido que las conocidas siete artes liberales, constituían una base integral del conocimiento superior, divididas en dos segmentos, Trivium y Quadrivium, integrando este último la aritmética, la geometría y dos interesantes disciplinas más que quizás nunca puedan separarse: la música y la astronomía.

A lo largo de los años y según cada época, cultura y contexto se ha apostado por cierta fragmentación y separación entre el arte del sonido y la ciencia del espacio, al tiempo proclamando su inevitable diálogo, puesto que la poesía de una ecuación o la exactitud de una melodía son tan perennes como inevitables; mucho de matemática cósmica habrá en la música, como sinfonía se tocará entre los planetas y supernovas. La tarea de un cosmólogo ante su telescopio es tan espiritual y profunda como la del músico ante su instrumento; las cuerdas no vibran en un espacio aparte de los planetas, ni estos se mueven aislados en un universo sin violines. Por ello lo interesante no es quizás únicamente que ambos, sonido y universo, coexisten como un mismo campo integral, sino que además sus manifestaciones están basadas en las mismas fuerzas y leyes.

Para pocos será puesto en duda que la vibración per se constituye un elemento fundamental compartido entre las diferentes manifestaciones del cosmos. Vibra la luz, la materia, el sonido, una neurona o el corazón. Pero como vibran, oscilan, resuenan, se inter-conectan incluso superando los límites de la percepción. Por ello aquello que vibra y no se ve, se escucha, por ello aquello que no se oye, se ve, aunque quien sabe dejando qué tanto en el camino, que siempre rondará entre el misterio y los límites mismos de la sensibilidad humana.

Ahora bien, aunque es cierto que desde la mera escucha puede plantearse una cosmología no necesariamente materialista ni dependiente de concepciones de cuerpos, luces y campos específicos –como podría ocurrir con posturas donde la materia no sea el principal elemento de reflexión y se permita una apertura a lo intangible y onírico–, es claro que en la astronomía occidental hay una primacía del universo concebido desde la manifestación física, elástica, corpuscular y en la medida de lo posible, tangible; valores que a la larga terminan siempre condicionando el proceso de análisis, el método de estudio y los procedimientos experimentales que constituyen como tal la ciencia.

Aunque podría decirse que incluso desde la primitiva cosmología de los presocráticos hace poco más de 2.500 años ya había atisbos de la importancia del oído para el conocimiento del cosmos en concepciones como la la escucha de la denominada música de las esferas, es en nuestros tiempos donde podemos constatarnos de la importancia del sonido en vías positivas y experimentales que surgen del análisis de datos científicos en sí. Esto si bien lo han desarrollado de una forma u otra por siglos los grandes investigadores de la acústica o lo han intuido evidentemente muchos músicos, en la astronomía propiamente dicha se ha dado, como en muchos campos de nuestra cultura, el llamado “ocularcentrismo” o la predominancia de lo retinal, de lo visual, del ojo.

Lo interesante es que la misma astrofísica, que lidia con cuerpos de tamaños monumentales y con cantidades de energía realmente impresionantes, se ve limitada a la hora de depender únicamente de las manifestaciones observables y las formas visuales para comprender fenómenos como explosiones solares, formaciones de supernova o dinámicas planetarias; incluso agujeros negros que aunque no pueden verse, se escuchan, como bien lo expone la astrónoma Janna levin. Sin embargo, aún así lo visual predomina en el estudio de los fenómenos astronómicos y surge el problema de que quien no ve, se encuentra relegado en gran medida en este tipo de medios, como es el caso de la astrónoma Wanda Diaz Merced, quien narra una fascinante experiencia con una situación de estas.

Su apasionante recorrido por la astronomía la condujo al estudio de movimientos de energía titánicos –como ella misma los describe– viéndose atraída particularmente fenómenos como las explosiones de rayos gama y la manera como reaccionan los campos electromagnéticos de cuerpos celestes, para los cuales se suelen utilizar datos extraídos de telescopios y vehículos espaciales, los cuales son traducidos a gráficas visuales que permiten comprender diversos elementos de los mismos, primeramente basándose en la diminuta porción del espectro electromagnético que se hace visible por la luz.

Hasta ahí todo normal, pero… ¿Qué sucede si un astrónomo dedicado a observar estas gráficas, pierde su vista? Es el caso de esta científica quien, a causa de una enfermedad degenerativa quedó invidente, con ello perdiendo con ello la oportunidad de ver este tipo de gráficas, dejándola sin su ciencia y trayéndole una profunda transformación que, según comenta, se presentó en muchos aspectos de su vida. Sin embargo, no se dió por vencida y tras un tiempo de reflexión cuenta que ahondó en el hecho de reconocer que se trata en gran medida de un montón de números convertidos a una gráfica visual, y por ello luego con unos colaboradores tradujo estos datos en sonido y pudo desde allí estudiar las estrellas.

Esto se logra mediante un proceso denominado sonificación, tan popular en la ciencia de nuestros días y utilizado a menudo para asimilar diferentes campos, ondas, manifestaciones vibratorias, etc, como la textura sonora solar en Júpiter que hace poco explorábamos. De esta forma, en lo que parecería una curiosa secuencia MIDI, se puede así estudiar por ejemplo, una explosión de rayos gama del espacio sideral, pudiendo reconocer resonancias características de diversos fenómenos, cambios en intensidad, frecuencia, o distribución de campo, que lo interesante es que no solo presentan una interesante relación con la gráfica visual, sino que además aportan nuevos conocimientos y datos desde el sonido mismo y la posibilidad de escuchar la información espacial.

“Escuchar este estallido de rayos gama nos llevó a la noción de que el uso del sonido como un elemento complementario a la visualización gráfica puede también ayudar a los astrónomos en la búsqueda de más información en los datos. … Cuando perdí la vista, me di cuenta que no tenía acceso a la misma cantidad y calidad de información que un astrónomo vidente tenía. No fue sino hasta que innovamos en el proceso de sonificación que recuperé la esperanza de ser un miembro productivo en el campo en el cual había trabajo duro para ser parte”

Esto no solo la lleva a una maravillosa reflexión en la importancia del sonido como tal, sino ante todo a una crítica directa sobre la dictadura de lo visual y lo necesario que es replantearse en ciertos casos el interés real en las formas de información que se obtienen a partir de una determinada “discapacidad”, la cual desde cierta perspectiva rompe las barreras para adentrar a la persona en mundos insospechados. Sin embargo esto no es fácil, en tanto comenta que fueron varios los países donde le dijeron que el estudio de las técnicas de percepción para estudiar datos astronómicos no tenía mucho sentido, respuesta contraria a la que recibió en el Observatorio Astronómico de Suráfrica donde actualmente trabaja en métodos de sonificación, astronomía radial y análisis de diversos fenómenos del campo, con estudiantes que cuentan con múltiples discapacidades y para quienes han ido desarrollando diversas estrategias de exploración que no solo pretenden expandir la ciencia a todo tipo de personas, sino que además busca valorar que quienes cuentan con alguna discapacidad, pueden aportar algo único, inesperado y totalmente novedoso. Qué mejor que sus propias palabras para expresarlo:

“Pienso que la ciencia es para todos. Pertenece a la gente y ha de estar disponible para todos, porque todos somos naturalmente exploradores. Pienso que si limitamos a la gente con discapacidades de participar en la ciencia, cortaremos nuestros vínculos con la historia y la sociedad. Sueño con un nivel de exploración científica en el cual las personas inciten respeto y respeto por el otro, donde la gente intercambie estrategias y descubra en conjunto. Si a la gente con discapacidades se le permite adentrarse en el terreno científico, una explosión, una inmensa y titánica explosión de conocimiento, tendrá lugar, estoy segura”.

Vía microsiervos

Miguel Isaza
EL AUTOR

Miguel es un investigador que relaciona la filosofía, el arte, el diseño y la tecnología del sonido. Vive en Medellín (Colombia) y es fundador de varios proyectos relacionados con lo sonoro, como Éter Lab, Sonic Field y Designing Sound.

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