"Quien haya entrado alguna vez a una discoteca sabe lo que es volverse sordo por un rato: la música —a todo volumen— parece pegar contra el pecho, y retumba en los oídos con toda su potencia; apenas se escucha la propia voz y hay que hablar a los gritos.
Y aunque uno no haya pasado mucho tiempo ahí, a la salida tendrá la sensación de que los oídos se taparon totalmente, que zumban.(...) Los especialistas sostienen que el riesgo de sufrir daños auditivos en este tipo de situaciones es grande. Y que los jóvenes de 17 a 25 años son los más expuestos a la contaminación sonora.
(...)Por encima de los 85 a 90 decibeles, los riesgos de tener trastornos auditivos son elevados. Y superando los 100 se entra en el umbral de dolor. Un sonido intenso y repentino, por encima de los 165 db (una explosión, por ejemplo) puede producir lesiones irreversibles como la rotura del tímpano. Y con un solo segundo y 140 db los daños pueden ser graves.
Las mediciones que hizo ADELCO en 7 discotecas arrojaron datos alarmantes. En la pista, la intensidad sonora iba de los 104,1 a los 124,2 db. En las barras, las intensidades variaban de 99,2 a 116,1 db. En los baños, el ruido iba de 78,3 a 106,5 db y en las entradas, el sonido ya era alto: de 63,7 a 94 db."
"Además, otros estudios indican que la pérdida de audición es cada vez más común entre la gente joven, aumentando la importancia de proporcionar información y tratamientos, incluyendo la utilización de audífonos."
"Heather Ferguson añade, que parece existir una incoherencia entre lo que sabemos ahora y cómo nos comportamos. Mientras que se ha comprobado científicamente que demasiado ruido es prejudicial para nuestra audición, y todos deberíamos utilizar tapones para los oídos al acudir a conciertos. Vemos con frecuencia a los músicos utilizando tapones, pero apenas vemos a alguien del público tomando alguna precaución."