¡Qué crisis! ¡Esto es un nuevo escenario!
¿Han oído Vds. ese chiste, con toda la pinta de estar basado en la realidad más castiza, que cuenta que un tabernero andaluz ha colgado en la pared de su taberna un letrero que dice “prohibido hablar de la cosa” y que cuando los parroquianos le preguntan qué es la cosa, explica que cada vez que entra un cliente y se acoda en la barra lo primero que pregunta es ¿qué, cómo va la cosa?.
Miren, les voy a pedir un favor, y les voy a hacer una promesa. El favor es que nadie me vuelva a hablar ya nunca más de la crisis (de la cosa). A partir de ahora, si no les importa, vamos a hablar de nuevo escenario o de nueva situación, pero no volvamos a hablar de crisis. ¡Me tienen rayado con la crisis! como diría un adolescente...
Y esto ¿por qué? Dos razones y no solo una son las que me animan a pedirles este favor.
La primera porque tenemos que empezar a llamar a las cosas por su nombre y esto ya no es una crisis. Cuando hablamos de crisis estamos dando por sentado que algún día las cosas volverán a ser como antes. Y eso no va a ocurrir. Si quieren podemos reservar el término crisis para el periodo de estrés implícito a cualquier trasformación. Cuando una oruga se trasforma en una mariposa podemos considerar que pasa una crisis en algunos momentos puntuales de ese proceso, pero visto en perspectiva, lo que le ocurre no es una crisis sino una transformación, por cierto, en algo mucho más hermoso que antes. Llevamos ya casi cinco años, desde que empezó la cosa, hablando de crisis, ¿no es demasiado tiempo como para que empecemos a comprender que esto es algo más que una crisis pasajera más o menos pertinaz? Si dura otros diez años ¿seguiremos hablando de crisis? Seamos realistas, lo que está pasando es que está cambiando el escenario. Y como nadie nos ha preguntado, el cambio no nos gusta. Pero, ¿quién sabe?, a lo mejor es para bien. En el nuevo escenario el sistema financiero va a ser bastante distinto del actual (no es una mala noticia necesariamente), la relación entre los países va a ser también diferente a la que ha sido hasta ahora, los países que van a tener poder van a ser otros, los modelos de negocio de muchas empresas actuales van a desaparecer o a reducirse sustancialmente y aparecerán otros nuevos y diferentes, los hábitos de consumo y de vida serán otros (ya estamos viendo cambios muy significativos), los modelos de “bienestar” serán sustituidos seguramente por modelos de “biencurrar” ,y la gente que estará montada en el dólar también serán otros diferentes a los que han estado montados hasta ahora. Es decir: un cambio. La vida es cambio y el cambio es vida. ¿Dónde está el problema?
Bueno, el problema está en los que tenemos algo o mucho que perder con el cambio, pero no en los que sólo tienen que ganar porque ahora mismo no tienen nada que perder. El nuevo escenario serán nuevas oportunidades que algunos aprovecharán como otros aprovecharon las anteriores.
La segunda razón que me lleva a pedirles no volver a mencionar “la cosa” es puramente práctica: cada vez que la mencionamos engorda. Entre otras causas porque “la cosa” tiene su origen en el cerebro de todos nosotros: se trata de una crisis de confianza, de puro miedo, que limita el consumo y las inversiones y eso genera círculos retroalimentados que afectan a todos los niveles. Es decir, que cada uno de nosotros podemos estar haciendo o no haciendo cosas que la mantienen viva más tiempo. Y en ese sentido les ruego a los medios de comunicación que revisen el enfoque de sus noticias económicas (es decir, de sus noticias). No se puede salir de una situación de este tipo si todos los días se levanta uno escuchando una selecta colección, adecuadamente ampliada y dinamizada, de todas las consecuencias y facetas negativas que “la cosa” nos proporciona. Les sugiero que hagan un esfuerzo por ayudarnos a todos ofreciéndonos un enfoque de normalidad que sustituya al de alarma nuclear cada vez que la prima de riesgo se dispara. (¿Recuerdan?: los expertos nos dijeron que a los 400 puntos nos intervenían el país, hasta que llegamos a los 464 y no pasó nada).
Estos procesos transformativos vistos en perspectiva son bastante positivos: limpian el mercado de empresas no competitivas, impulsan el esfuerzo por mejorar, ofrecen nuevas oportunidades a personas y grupos que nunca los hubieran tenido, cambian las reglas del juego político, rompen los paradigmas de un pensamiento acomodado y son la oportunidad de producir cambios que, sin ellos, serían impensables.
Por ejemplo el derroche del gasto público. Era algo a lo que ya casi hasta nos habíamos acostumbrado. Lo considerábamos parte del sistema. Pero todos veíamos que eso estaría bien que cambiara y a la vez que resultaba prácticamente imposible cambiarlo. Bueno, pues ahora no solo es posible, sino que va a ser obligatorio. Con el consumismo privado nos pasaba lo mismo. Nos sorprendía en los viajes fuera de Europa descubrir que se podía ser feliz con mucho menos, pero nosotros no nos atrevíamos a probarlo. Ahora vamos a experimentarlo en propia carne. Y ¡verán qué bien!, ¡Hay otras maneras de superar una depresión que no sea yéndose de compras!
Tengamos en cuenta que “la cosa” durará tanto como nosotros tardemos en aceptar que no es una crisis, que es un cambio de escenario. Y que, dado lo que nos estamos resistiendo, tiene pinta de que va a durar bastante. El cambio tiene que completarse, es ley natural. El sistema tiene que reajustarse de nuevo.
Para que este reajuste se produzca lo antes posible es imprescindible que aceptemos algunas premisas básicas. La primera es que no tenemos dinero para mantener el ritmo de gasto público y privado que hemos llevado hasta ahora. Pero lo que se observa es que aquí seguimos en la fiesta con la copa en la mano y la música a todo trapo. Nos quejamos porque nos han bajado un poco la música y a algunos los han echado de la fiesta, pero la mayoría, aunque con un poco de miedo de que también les echen a ellos, seguimos bailando sin mirar el reloj y sin pensar en la factura. ¡Ya verás el susto que nos llevamos cuando la fiesta se apague de verdad y veamos la cara de todos los que llevan años en la cola intentando entrar sin tener ninguna oportunidad de hacerlo y encima les pedimos que nos limpien la discoteca.
Es necesario que comprendamos rápidamente este sencillo mensaje: ¡no tenemos dinero para llevar el ritmo de vida que hemos llevado hasta ahora!. Por tanto los recortes no es que sean necesarios, son imprescindibles. Podemos debatir acerca de la prioridad de los mismos, pero en todos los actos de protesta me cuesta encontrar cuál es la alternativa que proponen. Todo el mundo transmite el mismo mensaje: ¡a mí, no!
Y por supuesto que, a la vez que fijamos la mirada en el corto plazo y recortamos gasto, necesitamos levantar la mirada al largo plazo, preocuparnos de los ingresos y hacernos la pregunta del millón: En este nuevo escenario que está naciendo ¿Cómo vamos a competir? ¿Cómo va a competir Europa? ¿Cómo va a competir España? ¿Cómo va a competir el País Vasco? ¿Cómo va a competir Gipuzkoa? ¿Cómo va a competir Vd. mismo?. La competitividad estratégica hay que planificarla, invertir en ella, apostar fuerte. Empieza a perfilarse con bastante claridad la forma en la que van a competir algunos países y regiones. Pero aquí se oye muy poco hablar de esto. Estamos centrados en resistirnos a los recortes.
Por estas razones les ruego que a partir de ahora hablemos de nuevo escenario, el que está empezando a surgir, el que se está empezando a perfilar, el que nos acompañará las próximas décadas. Y respecto a mi promesa: ¡yo les juro que a partir de ahora no volveré a usar nunca más la palabra crisis en vano!
José Manuel Gil