La monodia acompañada de guitarra es quizás la más importante aportación de España a la música
moderna. La practica monódica responde a la forma de expresión más codiciada a finales del XVI y principios el XVII por V. Galilei, Peri, Caccini, Monteverdi: el ideal griego de la comprensión del texto cantado. Pero la influencia americana no se ve con buenos ojos a este lado del Atlántico. El estudio de la presencia de lo europeo en América ha sido y sigue siendo exhaustivo, no así al contrario.
Europa no acaba de asumir su pasado colonial y se resiste a admitir influjos foráneos y más si provienen de un mundo nuevo. Este rechazo se puede leer en estos versos de Bartolomé de Argensola (s. XVII):
…haz que en tus aposentos no consienta un paje disoluto ni allá suene canción de las que el vulgo vil frecuenta canción que de Indias con el oro viene como él a afeminarnos y perdernos y con lasciva cláusula entretiene.
Siglos después El Solitario Serafín Estébanez Calderón sigue en la misma idea:
En vano es que de las Indias lleguen a Cádiz nuevos cantares y bailes de distinta aunque siempre sabrosa y lasciva prosapia; jamás se aclimatan si antes, pasando por Sevilla, no dejan en vil sedimento lo demasiado torpe y lo muy fastidioso y monótono a fuerza de ser exagerado.
Son muchos y muy diversos los bailes que se han conservado en los libros de guitarra española desde el siglo XVI. Rastro que nos permite observar cuánto le debe el flamenco a la tradición monodista. Folías, Canarios, vacas, españoleta, gaita, gallarda, morisca, chacona, zarabanda, pasacalle, villano, tarantella, jácara, jota, fandango, cumbé, zorongo. En todos ellos podemos rastrear un buen número de elementos musicales que después encontramos en el flamenco, señal inequívoca de su relación. Tales como la rítmica acéfala, que tiende a dejar el primer tiempo del compás en silencio, propio de la música africana y presente, tanto en algunos de estos bailes ‘históricos’ como en el flamenco.
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