gooves de bajo que revindica Klausmaría son bajos de sintetizadores.
Yo, vuelvo a lo escrito, creo que la guitarra está menos de moda que hace cuarenta años, que a los chavales les parece demasiado obvia, con un sonido básico, poco vibrante y contundente.
Además, el nivel de malestudiantismo alcanza cotas nunca vistas, así que es más tentador ser plodustor y ser del tiempo de uno que parecer un jipi haciendo un solo en Hey Joe, como tercera generación, que ya está todo muy trillado, aprenderse doce acordes ya es muchi y, si se da bien y entran ganas acabar estudiando armonía y encima como lo suelen hacer los guitarristas: tarde, dejándolo todo por ello y acabando por explicar el origen del universo a través de dominantes secundarios, sustitutos de tritono, paralelismos y todo aquello que traslade la paradoja de ese instrumento imperfecto, de regazo y de falsetas a la reflexión teórica, puro experimentalismo vital desasosegante.
¿Barnizar a la gama laca con muñequilla o dar cera-aceite?
Mientras tanto, los produstoles, lejos de querer ser teclistas o, ni de lejos pianistas (varios años de estudios básicos primero y escalas), quieren ser, al fin, limpios, ir aseados, ser no ya como una operadora de teléfono de los cuarenta, osea como Wakeman o Nacho Cano; no, cuatro cosas, no es que quieran ser conceptuales, o sacar el conejo de la chistera con sus encantos, no, pir la patilla, que se les vea la carita de pimpollos, repeinados como el interventor de una sucursal de empresas de Bankia.
Lo jipi, las huellas de la experiencia vital ya huelen a rancio, lo pulcro, lo acomodado y con poco, no ya esfuerzo; desgaste, lo anti relic de Fender.
Y no vale uno como Klaus, teclista y vividor, amante de la alta cocina, eso está caduco.
Mamá, quiero ser produstol, quiero ser alguien en la vida.
Kraftwerk tenía razón en su visión prospectiva.
Muchos de esos
Yo, vuelvo a lo escrito, creo que la guitarra está menos de moda que hace cuarenta años, que a los chavales les parece demasiado obvia, con un sonido básico, poco vibrante y contundente.
Además, el nivel de malestudiantismo alcanza cotas nunca vistas, así que es más tentador ser plodustor y ser del tiempo de uno que parecer un jipi haciendo un solo en Hey Joe, como tercera generación, que ya está todo muy trillado, aprenderse doce acordes ya es muchi y, si se da bien y entran ganas acabar estudiando armonía y encima como lo suelen hacer los guitarristas: tarde, dejándolo todo por ello y acabando por explicar el origen del universo a través de dominantes secundarios, sustitutos de tritono, paralelismos y todo aquello que traslade la paradoja de ese instrumento imperfecto, de regazo y de falsetas a la reflexión teórica, puro experimentalismo vital desasosegante.
¿Barnizar a la gama laca con muñequilla o dar cera-aceite?
Mientras tanto, los produstoles, lejos de querer ser teclistas o, ni de lejos pianistas (varios años de estudios básicos primero y escalas), quieren ser, al fin, limpios, ir aseados, ser no ya como una operadora de teléfono de los cuarenta, osea como Wakeman o Nacho Cano; no, cuatro cosas, no es que quieran ser conceptuales, o sacar el conejo de la chistera con sus encantos, no, pir la patilla, que se les vea la carita de pimpollos, repeinados como el interventor de una sucursal de empresas de Bankia.
Lo jipi, las huellas de la experiencia vital ya huelen a rancio, lo pulcro, lo acomodado y con poco, no ya esfuerzo; desgaste, lo anti relic de Fender.
Y no vale uno como Klaus, teclista y vividor, amante de la alta cocina, eso está caduco.
Mamá, quiero ser produstol, quiero ser alguien en la vida.
Kraftwerk tenía razón en su visión prospectiva.