Recuerdo, como si fuese hoy, el día que una amiga me dijo que había páginas en internet en las que podías bajarte películas y discos...¡gratis!, completamente gratis. Yo creí que era broma, nadie regala nada.
Pasaron unos años con la borrachera de llenar discos duros de 500GB, con cientos de películas y miles de cds. Eran los tiempos del emule y del kaza. La gente iba por la calle con media sonrisa en la cara, te miraban de soslayo y levantaban una ceja como diciendo: ya tengo llenos cuatro discos duros... y sigo.
Pero el tiempo se encargó de borrarnos la sonrisa, dejando en su lugar una mueca.
Ahora hago un inciso y me voy a otro lado.
Mejor dicho, a otro tiempo, a mis diecisiete años. Estoy despertando a la música en todas la variables que puedo abarcar, no le hago ascos a nada, ni siquiera al free jazz, que ya es decir. Y a españa llegaban pocos discos. Mi grupo de amigos venían de alicante y de madrid con diez o doce nuevos discos, y hacíamos quedadas para escuchar, de forma religiosa, aquellas sabrosas novedades. El primero de Queen, el quinto de los Led, el doble en directo de los Allman, El doble aquel que llegó a españa de Cámel, El Red de los Crimson, el triple de Yes, El directo de Lou, uno doble recopilatorio de rock alemán (Can, Amon Duul, New!...), o el Aqualung de los Jethro. Eran muchos grupos, y había muchos más, pero teníamos la sensación de poderles seguir la pista disco a disco, canción a canción. Los escuchábamos intentando encontrar cada secreto escondido entre los surcos del vinilo. Es más, cada disco suponía un montón de escuchas, todas disfrutadas, escrutadas, analizadas y contrastadas.
Volvemos ahora a la mueca. Pronto nos dimos cuenta del truco, NO ÍBAMOS A TENER VIDA SUFICIENTE PARA VER TODAS LAS PELÍCULAS QUE NOS ESTÁBAMOS DESCARGANDO (yo no, claro, un amigo mío) ni los discos, ni la madre que los parió. Antes había poco y éramos felices. luego había mucho y nos entraba agobio. Siempre tenías la sensación de estar oyendo el disco equivocado. Seguro que entre los cientos y cientos para elegir, seguro que había muchos que eran mucho mejor que el que estoy oyendo ahora.
Bueno, esto te hace replantear las cosas, y para ello hubo que tratar con una herramienta: la decisión.
Porque, es verdad, ahora estamos muriendo de éxito. Tenemos todo, pero perdemos la vida intentando encontrar lo que de verdad nos llena.
Y todo se complica con la moda de poner etiquetas. Hay que bucear entre cientos de estilos y subestilos. Confieso que casi toda la música tecno la echo en un saco, al que llamo cariñosamente como "música tecno" (Sí, ya sé que es una aberración, sorry). Y así con todos los estilos "madre": rock, jazz, blues, pop, electrónica...
Con los instrumentos pasó otro tanto. Si eras guitarrista, como en mi caso, lo normal es que fueses de fender o de gibson. Si eras teclista, pues muy fácil, o roland o korg. Si eras batería, yamaha, sonor o premier. Amplis: fender o marshall. Y así.
Pero ahora nadamos en océanos de marcas, precios y calidades.
Y es que elegir entre ocho marcas me mola, pero elegir entre ochenta ya me pone un poco de los nervios. Esperaré a ver si en vuestros comentarios sufrís del mismo mal, o es que simplemente estoy chocheando (lo más seguro).
A veces pienso que vamos directamente hacia un precipicio, y que no caemos solos, sino acompañados por esas miríadas de marcas, modelos, estilos, grupos, aparatos tecnológicos, instrumentos novedosos...
Bueno, a lo mejor sólo se trata de eso, de elegir con cabeza, nadar entre tantas posibilidades y llegar hasta el objeto de nuestro deseo o necesidad con unos cuantos golpes de ratón.
Si quieres, cuéntanos cómo es tu percepción sobre este tema. ¿Nos ahoga la cantidad o nos da libertad?
¿Te sientes perdido ante ese infinito de variables, o más bien es el camino para lograr la perfección en la búsqueda de nuestras necesidades como músicos?