Ósmosis musical. Pones el disco y como su densidad musical es mayor que la de tu cuerpo, la música se filtra por tu piel, entra en las venas y por ahí se distribuye a las vísceras, órganos sexuales y cerebro. Llega turbia, pero te limpia por dentro. Su voz de lija te acaricia los tímpanos con la suavidad de un petalito de alhelí y uno no puede evitar sentirse bien. Te entra sed y ganas de estar en un sitio oscuro, tocando. Te recuerda la muerte y te hace pensar en ella y en no-ella. Te tiemblan las uñas.
Es una gozada para los sentidos.