Un tsunami de 240 metros trajo esta roca hasta aquí. Un equipo de científicos documenta la primera prueba de un megatsunami provocado por un colapso volcánico. La ola cubrió y desplazó material hasta una isla vecina a 50 km de distancia.
En el año 2005 el geólogo Ricardo Ramalho viajó hasta la isla de Santiago, en Cabo Verde, para preparar su doctorado. Mientras caminaba por uno de las altiplanicies de la isla se dio cuenta de que, dispersas aquí y allá, había una serie de rocas enormes que parecían no corresponder con el paisaje. Las gigantescas rocas están a 650 metros del mar y a una altitud de más de 200 metros. Algunas son tan grandes como un camión y pesan más de 700 toneladas, y su composición es muy diferente del joven suelo volcánico sobre el que se encontraban, así que no se habían formado en aquel lugar. En principio Ramalho no le dio importancia, pero cuando otros colegas le explicaron que habían descubierto en la costa posibles depósitos procedentes de un tsunami se le encendió una luz. ¿Y si aquellas rocas habían llegado hasta aquella altura de la isla desplazadas por un evento catastrófico?
Si uno viaja 55 kilómetros en línea recta hacia el oeste desde la isla de Santiago se topa que uno de los mayores volcanes activos del mundo, el Fogo, que sigue dando sustos a la población local de cuando en cuando y la última hace apenas un año. Una de sus laderas está completamente derrumbada por una erupción que tuvo lugar hace unos 73.000 años. Cuando los científicos analizaron los isótopos de las rocas de Santiago comprobaron que las fechas coincidían. Aquellos enormes pedazos de tierra habían sido arrancados literalmente de la isla vecina y habían llegado junto con toneladas de material volcánico en lo alto de la ola más enorme jamás imaginada.
En un estudio publicado en Science Advances, el equipo de Ramalho presenta las pruebas de que el colapso del volcán Fogo provocó una ola de hasta 240 metros de altura tras la caída de golpe al océano de unos 160 kilómetros cúbicos de material. Como comparación, los tsunamis más violentos vividos en la historia reciente, como el del Índico en 2004 y el de Japón en 2011, alcanzaron una altura de 30 y 40 metros respectivamente. "Nuestra aportación es que los colapsos laterales se pueden producir extremadamente rápido y de forma catastrófica, y por lo tanto son capaces de provocar tsunamis gigantes", explica Ramalho. "Probablemente no suceden con mucha frecuencia", añade, "pero tenemos que tenerlos en cuenta cuando pensamos sobre los riesgos potenciales que tienen este tipo de eventos volcánicos".
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El volcán Fogo tiene en la actualidad 2829 metros de altitud y es uno de los volcanes activos más grandes del planeta. Los geólogos calculan que se despierta cada veinte años y la última sucedió en otoño del año pasado. La isla de Santiago, donde se sufrieron las consecuencias del brutal tsunami hace 73.000 años, tiene ahora una población de 250 000 personas. Aunque nadie cuestiona que el colapso de un cono volcánico puede producir un peligro (ha habido algunos en los últimos siglos en Alaska, Japón y otros lugares que han causado miles de muertos) la comunidad científica empezada a pensar que el colapso era más paulatino y la violencia de estos eventos no era tan grande. En 2011, un equipo francés que estudió el colapso del Fogo estableció que se había producido en varias etapas en unas fechas de entre hace 124 000 y 65 000 años con olas de unos 13 metros.
Los datos de los isótopos hacen ahora inequívoco que el evento que tuvo lugar hace 73 000 años hizo subir las enormes piedras hasta las alturas de la isla de Santiago y demuestra por primera vez sin género de duda que estos colapsos pueden suceder en un instante y de forma brutal. Hasta ahora, los científicos consideraban que el principal peligro de tsunami procedía de los movimientos sísmicos en mitad del océano, como el que asoló Japón en 2011, y los testimonios de olas a partir de derrumbamientos se limitaban a zonas donde el agua estaba confinada, no en mar abierto. En 1792, por ejemplo, parte del monte Unzen, en Japón, se vino abajo y cayó en una serie de bahías locales provocando olas de hasta 90 metros que mataron a 15 000 personas. El peor de estos eventos ocurrió el 9 de julio de 1958 en la bahía Lituya, al noreste del golfo de Alaska cuando el derrumbe de una montaña tras un seísmo provocó un megatsunami de 516 metros de altura que se llevó todo a su paso y aún consta como la ola más grande de la que se ha tenido registro. Dos pescadores que estaban por la zona fueron desplazados varios kilómetros hasta quedar en lo alto de un bosque y sobrevivir milagrosamente.
Estos nuevos resultados, como advierten los autores, indican que movimientos de tierra modestos pueden tener un efecto notable y producir olas que se noten en costas que se hallan frente a frente. "Ahora mismo", asegura Ramalho, "la gente de Cabo verde tiene cosas más importantes de las que preocuparse, como reconstruir sus casas tas la última erupción. Pero Fogo podría colapsar otra vez algún día y debemos estar atentos".