Alguien escribió:
Desde el marxismo, la teoría de la plusvalía, pese a haber sido refutada en sus aspectos teóricos y en sus cimientos conceptuales, así como desmentidas sus consecuencias en la práctica, goza de una aceptación generalizada, aun por los no marxistas.Marx no se preocupó jamás por la forma en que habría de funcionar una comunidad socialista –en su etapa inicial de dictadura del proletariado, ni en la sociedad comunista ideal- y tampoco los primeros pensadores socialistas. Cuando las leyes inexorables de la historia ya habían señalado el camino y el futuro, ¿a quién podían preocuparle cuestiones tan pedestres como el funcionamiento de la sociedad ideal?
La teoría del valor trabajo –inicialmente, esbozada pero no como causa única del valor por economistas clásicos como Adam Smith y David Ricardo- es el soporte de la teoría marxista de la plusvalía, y a partir de allí, de las tendencias presentadas como ineluctables por Marx, de una pauperización creciente en los países capitalistas, las crisis cíclicas por subconsumo, y el imperialismo como etapa superior del capitalismo (Lenin). Las críticas de los economistas neoclásicos como Eugene Bohm Bawerk[1] –en que se criticaba la teoría del valor trabajo, y se mostraban con rigor lógico los esquemas iniciales de la teoría subjetiva del valor- en vez de ser analizadas con espíritu abierto y por su mérito intrínseco, concordando con ellas o refutándolas, fueron descalificadas por el marxismo como esquemas justificadores de la burguesía. Por primera vez desde Aristóteles, el argumento "ad hominem", que el estagirita había señalado como un sofisma lógico, adquirió prestigio intelectual: las ideas eran un subproducto de la "infraestructura económica". La "superestructura ideológica" –el cuerpo de ideas que defendía el sistema capitalista, o pretendía explicar su funcionamiento- carecía de entidad autónoma, y consecuentemente, su descalificación "a priori" pasó de ser, en vez de una muestra de charlatanería y superficialidad, una manifestación de independencia de espíritu. Insensiblemente, gran parte de las premisas marxistas terminaron incorporándose a las creencias de la población, e inclusive de individuos y partidos políticos ajenos y hasta contrarios a esa ideología. El repudio actual a la "sociedad de consumo" tiene lejano parentesco con el odio de Lenin al mercado (al que nunca comprendió ni intentó comprender). Muchos de los que formulan su crítica nada tienen que ver con Lenin ni el leninismo, pero su discurso se caracteriza por no haberse preocupado en estudiar lo que rechazan.
La lamentable ignorancia que se ha enseñoreado del discurso público –"progresista" o no- en los últimos años, hace que la referencia a la teoría marxista tenga un regusto a anacronismo. Me complacería que ese gustillo, proviniera del conocimiento de su refutación, y no del desconocimiento generalizado, tanto de la teoría como de sus contradictores.
El hecho de que la mayor parte de la izquierda ya no lea a Marx –y tampoco lo conozcan el centro y la derecha- no significa que en las clases cultas –y de allí, a la vulgarización periodística- la esencia del esquema marxista no se haya divulgado: los obreros son explotados por las empresas –sobre todo las grandes empresas- y nuestro país, así como la generalidad de los países desarrollados, es víctima de la codicia del imperialismo. Las concepciones del nacionalismo de derecha, dejando a un costado sus disidencias con el marxismo-leninismo en lo extraeconómico, son, respecto del imperialismo y del rol de los países centrales, muy similares, por no decir idénticas, a las de la izquierda.
Algunos prominentes soviéticos, que tuvieron que sufrir en carne propia las horrendas consecuencias del experimento marxista-leninista de ingeniería social, tenían las ideas más claras. Es interesante oír la opinión de alguien que integró el Instituto de Economía Mundial y de Relaciones Internacionales de la Academia de Ciencias de la URSS y Profesor de la Universidad Lumumba de Moscú, Michael Voslensky ("La nomenklatura. Los privilegiados en la URSS", Editorial CREA S.A., 1981, Buenos Aires, impreso en España por Chimenos S.A.). El autor no abandona las categorías marxistas en su análisis, pero justamente esa circunstancia –más el hecho de que fue un hombre de absoluta confianza de los jerarcas- acrecienta el interés de su lectura. Las opiniones sobre el mecanismo del mercado de este autor –por lo demás, marxista convencido, al menos en la época que escribió estos párrafos - llenarían de estupor a muchos de nuestros progresistas:
"…Esta teoría es actualmente sometida, en Occidente, a una crítica severa. El valor de una mercancía ¿depende sólo del tiempo de trabajo socialmente necesario para su fabricación, como afirma la teoría del valor? El mismo abrigo de pieles tendrá un precio distinto en siberia y en África, aunque el tiempo de trabajo socialmente necesario para su fabricación no resulte modificado de manera sustancial por el transporte. El valor no depende solamente del trabajo invertido en la mercancía, sino más bien, en apariencia de la demanda. Las firmas capitalistas, que no tienen pretensiones teóricas, han comprendido esto perfectamente. Por eso organizan las ventas de saldos de invierno y de saldos de verano, tan bien conocidas por el lector occidental (aunque no por el soviético)" (pág. 124).
"…Marx explica que la plusvalía sólo puede nacer de la fuerza del trabajo humano. Entretanto, la revolución científica y técnica ha mostrado claramente que esta afirmación es falsa. Si no fuera así, el propietario de una empresa capitalizaría menos plusvalía en la medida que mayor intervención tuvieran las máquinas, y en caso de una automatización completa del trabajo, no habría ya plusvalía. Si esto fuese así, el sistema capitalista no utilizaría otra cosa que el trabajo humano" (pág. 124).
Voslensky continúa atado al lastre de las concepciones marxistas, pero advierte su insuficiencia. Por mi parte, destacaré algunas de las muchas objeciones que pueden hacerse y que se han hecho a la teoría de la plusvalía:
* Aunque no lo formule en esos términos, la teoría presupone que en forma permanente y esencial, el ingreso marginal del trabajo es superior a su costo marginal. En otras palabras, que siempre e indefectiblemente un trabajador adicional –y cada uno de ellos- añade a la empresa más ingresos que el incremento de costos que representa la contratación de una unidad adicional. Eso es falso, tanto desde el punto de vista teórico, como de una simple observación de la realidad. Teóricamente, la firma obtiene su beneficio máximo, cuando el costo marginal (cambio en el costo total) es igual al ingreso marginal (cambio en el ingreso total), no cuando el costo marginal es menor al ingreso marginal. La razón es que, mientras cada unidad proporcione un incremento de los ingresos superior al incremento de los costos, convendrá contratar nuevos trabajadores, hasta que se llegue a la igualdad.
Las demostraciones matemáticas son frecuentes[2], pero para la comprensión de este razonamiento no resultan indispensables: aunque la productividad marginal de los trabajadores es finalmente decreciente, y el costo marginal es creciente, siempre que la contratación de una unidad adicional genere mayores ingresos que costos, convendrá contratar más mano de obra –y análogo razonamiento puede hacerse respecto de todos los factores de producción- hasta el punto en que se igualen costo marginal e ingreso marginal.
Esta construcción del marginalismo ha sido impugnada por los críticos al capitalismo como artificial –efectivamente, existen muchos casos de indivisión o especificidad de los factores de producción- pero es considerablemente más realista que el esquema marxiano en cuanto a las tendencias fundamentales del sistema económico. La gran aporía del marxismo es que presupone a la vez que la fuerza de trabajo es el único factor de producción que genera un plusvalor –es decir, que genera más ingresos que costos- y sin embargo, en su concepción, esa situación, lejos de ser transitoria, es permanente, y coexiste con un "ejército de reserva" de desempleados; en otras palabras, para la teoría marxista hay una tendencia estructural en el propio sistema a que un factor de producción sea a la vez barato, productivo y con tendencia a ser sub-utilizado.
En la economía de mercado no existe ningún factor de producción que reúna permanentemente y en forma simultánea esos caracteres: lo que es barato porque produce en valor más de lo que cuesta, tiende a no sobrar sino a escasear. No puede ser una explicación de las ganancias empresarias –cuando las hay- un fenómeno coyuntural y que la propia dinámica del sistema tiende a eliminar. Ningún factor de producción, ni ningún bien de bajo costo respecto de su productividad o utilidad, tiende a sobrar en el mercado. Eso lo saben no sólo los teóricos de la economía, sino los que tienen alguna experiencia mercantil: para dar un ejemplo, en el mercado inmobiliario, no se encuentran fácilmente los departamentos o fincas rurales de bajo costo y características excepcionales. Puede ocurrir que existan, pero no es la tendencia fundamental del mercado.
Si el trabajo generase plusvalía como tendencia inherente al sistema, la desocupación y los despidos masivos en épocas de crisis no tendrían explicación: parece inexplicable que los empresarios prescindan de un factor que por hipótesis siempre produce más de lo que cuesta. Inclusive no se explicaría que las empresas contraten un plantel limitado de trabajadores; el hecho de que lo hagan significa que para la empresa, llega un punto que un trabajador adicional cuesta más que los servicios productivos que añade.
* Otra deficiencia del enfoque marxista, es que no analiza ni brinda un marco causal adecuado, a las sustanciales diferencias de retribución de los asalariados. Se consideró como inherente al funcionamiento del capitalismo, que el valor de la fuerza de trabajo fuera estrictamente la suma necesaria para su conservación y reproducción, sin valorar que incluso en el siglo XIX, ya existían asalariados que ganaban importes mayores, y la tendencia fue, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, al aumento de los salarios reales.
Una concepción preocupada por la crítica teórica y la demolición práctica del sistema capitalista, jamás tuvo ningún interés en interiorizarse de su funcionamiento. Esa despreocupación descalifica al marxismo como sistema científico, pero la ignorancia de algunos y la auto-censura de otros ha permitido que persista en el vulgo la respetabilidad de las teorías de Marx.
El análisis marginalista y de la oferta y la demanda, por el contrario, es mejor herramienta para analizar las diferencias salariales, y para predecir las tendencias de largo plazo. Suelen ser superiores, porque parten de bases metodológicas más firmes, las teorías que intentan desentrañar las relaciones causales entre los fenómenos, a las que procuran meramente cuestionar lo que no analizan a fondo.
Eso no significa que se predique la resignación frente a la pobreza, sino que la legítima preocupación –es más, el moralmente plausible desvelo- por los sectores más humildes debe ir acompañada de una disposición mental al análisis lógico y empírico. La medicina estaría en pañales, si se pensara que el estudio de las enfermedades implica conformidad con ellas, pero en las ciencias sociales no faltan los que identifican la racionalidad económica con frialdad o insensibilidad.