II. EL FEMINISMO Y EL «NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO»
Al final, sin embargo, ese proyecto se quedó en gran medida malogrado,
víctima de fuerzas históricas más profundas, que no fueron bien interpretadas en aquel momento. Con la ventaja que da la retrospectiva, vemos ahora que el ascenso de la segunda ola feminista coincidió con un cambio histórico en el carácter del capitalismo, de la variante organizada por el Estado, que acaba de analizarse, al neoliberalismo. Invirtiendo la fórmula anterior, que pretendía «usar la política para domesticar los mercados», los partidarios de esta nueva forma de capitalismo proponían usar los mercados para domesticar la política. Desmantelando elementos claves del marco de Bretton Woods, eliminaron los controles del capital que habían permitido la dirección keynesiana de las economías nacionales. En lugar del dirigismo, promovieron la privatización y la liberalización; en lugar de prestaciones públicas y ciudadanía social, «filtrado» y «responsabilidad personal»; en lugar de estados del bienestar y desarrollistas, el «Estado de la competencia» escueto y mezquino. Probado en América Latina,
este enfoque sirvió para guiar buena parte de la transición al capitalismo
en Europa oriental y central. Aunque públicamente preconizado por Thatcher y Reagan, en el Primer Mundo sólo se aplicó de manera gradual y
desigual. En el Tercer Mundo, por el contrario, la neoliberalización se impuso a punta de deuda, como un programa forzoso de «ajuste estructural» que echó abajo todos los principios fundamentales del desarrollismo y obligó a los estados poscoloniales a transferir sus activos, abrir sus mercados y recortar el gasto social.
Curiosamente, la segunda ola feminista floreció en estas nuevas condiciones. Lo que había empezado como un movimiento contracultural radical
pasaba ahora a convertirse en un fenómeno social de masas de base amplia. Atrayendo partidarios de toda clase, etnia, nacionalidad e ideología
política, las ideas feministas penetraron en todos los resquicios de la vida social y transformaron la idea que todos los afectados tenían de sí mismos. El efecto no sólo fue el de ampliar enormemente las filas de activistas sino también remodelar las percepciones lógicas de la familia, el trabajo y la dignidad.
¿Fue mera coincidencia que la segunda ola feminista y el neoliberalismo
prosperasen unidos? ¿O había una perversa y soterrada afinidad voluntaria entre ellos? Esta segunda posibilidad es herética, por su puesto, pero es peligroso no investigarla. Desde luego, el ascenso del neoliberalismo transformó drásticamente el terreno en el que operaba el feminismo de la
segunda ola. La consecuencia, argumentaré aquí, fue la de resignificar los ideales feministas. Aspiraciones que tenían un claro impulso emancipador en el contexto del capitalismo organizado de Estado asumían un significado mucho más ambiguo en la época neoliberal. Situados los Estados sociales y desarrollistas bajo el ataque de los partidarios del libre mercado, las críticas feministas al economicismo, el androcentrismo, el estatismo y el westfalianismo asumieron una nueva valencia. Permítaseme aclarar
esta dinámica de la resignificación volviendo a contemplar los cuatro centros de la crítica feminista.
— El antieconomicismo feminista resignificado. El ascenso del neoliberalismo coincidió con una gran alteración en la cultura política de las sociedades capitalistas. En este periodo, las exigencias de justicia se expresaron cada vez más como reivindicaciones para que se reconociesen la identidad
y la diferencia. Este cambio «de la redistribución al reconocimiento» fue acompañado por fuertes presiones para transformar el feminismo de la segunda ola en una variante de las políticas de identidad. Una variante progresista, sin duda, pero que tendía no obstante a ampliar en exceso la crítica de la cultura, al tiempo que restaba importancia a la crítica de la economía política. En la práctica, se tendió a subordinar las luchas socioeconómicas a las luchas por el reconocimiento, mientras que en los sectores académicos, la teoría cultural feminista empezó a eclipsar a la teoría social feminista. Lo que había empezado como un correctivo necesario al economicismo
evolucionó con el tiempo a un culturalismo igualmente tendencioso. Así, en lugar de llegar a un paradigma más amplio y rico, que pudiera abarcar
la redistribución y el reconocimiento, las feministas de la segunda ola cambiaron de hecho un paradigma truncado por otro.
El momento, además, no podía ser peor. El cambio al reconocimiento encajaba muy claramente con un neoliberalismo ascendente, que no quería más que reprimir cualquier recuerdo del igualitarismo social. Así, las feministas absolutizaron la crítica a la cultura precisamente en el momento en el que las circunstancias exigían redoblar la atención a la crítica de la economía política. A medida que la crítica se dividía, además, la corriente cultural no sólo se desgajó de la corriente económica, sino también de la crítica al capitalismo que previamente las había integrado. Desligadas de la crítica al capitalismo y dispuestas para articulaciones alternativas, estas corrientes podían ser atraídas hacia lo que Hester Eisenstein ha denominado «un vínculo peligroso» con el neoliberalismo
.
— El antiandrocentrismo feminista resignificado. Sólo era cuestión de tiempo, por lo tanto, que el neoliberalismo resignificase la crítica feminista al androcentrismo. Para explicar cómo, propongo adaptar un argumento presentado por Luc Boltanski y Ève Chiapello. En su importante libro titulado Le nouvel esprit du capitalisme, estos autores sostienen que el capitalismo se rehace periódicamente a sí mismo en momentos de ruptura histórica, en parte recuperando corrientes de crítica dirigidas contra él. En dichos
momentos, elementos de la crítica anticapitalista se resignifican para legitimar una forma nueva y emergente del capitalismo, que por lo tanto se ve
dotado con un mayor significado moral necesario para motivar a las nuevas generaciones a respaldar el trabajo inherentemente absurdo de la acumulación indefinida. Para Boltanski y Chiapello, el nuevo «espíritu» que ha
servido para legitimar el flexible capitalismo neoliberal de nuestro tiempo surgió de la crítica «artista» de la nueva izquierda al capitalismo organizado de Estado, que denunciaba el gris conformismo de la cultura corporativa. Fue en los acentos de Mayo del 68, afirman, donde los teóricos de la gestión neoliberales propusieron un nuevo capitalismo «conexionista», de «proyecto», en el que las rígidas jerarquías organizativas dieran paso a equipos horizontales y redes flexibles, y liberasen así la creatividad individual. El resultado fue una nueva narrativa del II. EL FEMINISMO Y EL «NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO»
Al final, sin embargo, ese proyecto se quedó en gran medida malogrado,
víctima de fuerzas históricas más profundas, que no fueron bien interpretadas en aquel momento. Con la ventaja que da la retrospectiva, vemos ahora que el ascenso de la segunda ola feminista coincidió con un cambio histórico en el carácter del capitalismo, de la variante organizada por el Estado, que acaba de analizarse, al neoliberalismo. Invirtiendo la fórmula anterior, que pretendía «usar la política para domesticar los mercados», los partidarios de esta nueva forma de capitalismo proponían usar
los mercados para domesticar la política. Desmantelando elementos cla-
ves del marco de Bretton Woods, eliminaron los controles del capital que
habían permitido la dirección keynesiana de las economías nacionales. En lugar del dirigismo, promovieron la privatización y la liberalización; en lugar de prestaciones públicas y ciudadanía social, «filtrado» y «responsabilidad personal»; en lugar de estados del bienestar y desarrollistas, el «Estado de la competencia» escueto y mezquino. Probado en América Latina,
este enfoque sirvió para guiar buena parte de la transición al capitalismo
en Europa oriental y central. Aunque públicamente preconizado por Thatcher y Reagan, en el Primer Mundo sólo se aplicó de manera gradual y
desigual. En el Tercer Mundo, por el contrario, la neoliberalización se im-
puso a punta de deuda, como un programa forzoso de «ajuste estructural» que echó abajo todos los principios fundamentales del desarrollismo y obligó a los estados poscoloniales a transferir sus activos, abrir sus mercados y recortar el gasto social.
Curiosamente, la segunda ola feminista floreció en estas nuevas condicio-
nes. Lo que había empezado como un movimiento contracultural radical
pasaba ahora a convertirse en un fenómeno social de masas de base amplia. Atrayendo partidarios de toda clase, etnia, nacionalidad e ideología
política, las ideas feministas penetraron en todos los resquicios de la vida social y transformaron la idea que todos los afectados tenían de sí mismos. El efecto no sólo fue el de ampliar enormemente las filas de activistas sino también remodelar las percepciones lógicas de la familia, el trabajo y la dignidad.
¿Fue mera coincidencia que la segunda ola feminista y el neoliberalismo
prosperasen unidos? ¿O había una perversa y soterrada afinidad volunta-
ria entre ellos? Esta segunda posibilidad es herética, por su puesto, pero es peligroso no investigarla. Desde luego, el ascenso del neoliberalismo transformó drásticamente el terreno en el que operaba el feminismo de la
segunda ola. La consecuencia, argumentaré aquí, fue la de resignificar los ideales feministas. Aspiraciones que tenían un claro impulso emancipacióndor en el contexto del capitalismo organizado de Estado asumían un significado mucho más ambiguo en la época neoliberal. Situados los Estados sociales y desarrollistas bajo el ataque de los partidarios del libre mercado, las críticas feministas al economicismo, el androcentrismo, el estatismo y el westfalianismo asumieron una nueva valencia. Permítaseme aclarar
esta dinámica de la resignificación volviendo a contemplar los cuatro centros de la crítica feminista.
— El antieconomicismo feminista resignificado. El ascenso del neoliberalismo coincidió con una gran alteración en la cultura política de las sociedades capitalistas. En este periodo, las exigencias de justicia se expresaron cada vez más como reivindicaciones para que se reconociesen la identidad
y la diferencia. Este cambio «de la redistribución al reconocimiento» fue acompañado por fuertes presiones para transformar el feminismo de la segunda ola en una variante de las políticas de identidad. Una variante progresista, sin duda, pero que tendía no obstante a ampliar en exceso la crítica de la cultura, al tiempo que restaba importancia a la crítica de la economía política. En la práctica, se tendió a subordinar las luchas socioeconómicas a las luchas por el reconocimiento, mientras que en los sectores académicos, la teoría cultural feminista empezó a eclipsar a la teoría social feminista. Lo que había empezado como un correctivo necesario al economicismo
evolucionó con el tiempo a un culturalismo igualmente tendencioso. Así, en lugar de llegar a un paradigma más amplio y rico, que pudiera abarcar
la redistribución y el reconocimiento, las feministas de la segunda ola cambiaron de hecho un paradigma truncado por otro.
El momento, además, no podía ser peor. El cambio al reconocimiento encajaba muy claramente con un neoliberalismo ascendente, que no quería más que reprimir cualquier recuerdo del igualitarismo social. Así, las feministas absolutizaron la crítica a la cultura precisamente en el momento en el que las circunstancias exigían redoblar la atención a la crítica de la economía política. A medida que la crítica se dividía, además, la corriente cultural no sólo se desgajó de la corriente económica, sino también de la crítica al capitalismo que previamente las había integrado. Desligadas de la crítica al capitalismo y dispuestas para articulaciones alternativas, estas corrientes podían ser atraídas hacia lo que Hester Eisenstein ha denominado «un vínculo peligroso» con el neoliberalismo
.
— El antiandrocentrismo feminista resignificado. Sólo era cuestión de tiempo, por lo tanto, que el neoliberalismo resignificase la crítica feminista al androcentrismo. Para explicar cómo, propongo adaptar un argumento presentado por Luc Boltanski y Ève Chiapello. En su importante libro titulado Le nouvel esprit du capitalisme, estos autores sostienen que el capitalismo se rehace periódicamente a sí mismo en momentos de ruptura histórica, en parte recuperando corrientes de crítica dirigidas contra él. En dichos momentos, elementos de la crítica anticapitalista se resignifican para legitimar una forma nueva y emergente del capitalismo, que por lo tanto se ve
dotado con un mayor significado moral necesario para motivar a las nuevas generaciones a respaldar el trabajo inherentemente absurdo de la acumulación indefinida. Para Boltanski y Chiapello, el nuevo «espíritu» que ha
servido para legitimar el flexible capitalismo neoliberal de nuestro tiempo surgió de la crítica «artista» de la nueva izquierda al capitalismo organizado de Estado, que denunciaba el gris conformismo de la cultura corporativa. Fue en los acentos de Mayo del 68, afirman, donde los teóricos de la gestión neoliberales propusieron un nuevo capitalismo «conexionista», de «proyecto», en el que las rígidas jerarquías organizativas dieran paso a equipos horizontales y redes flexibles, y liberasen así la creatividad individual. El resultado fue una nueva narrativa del capitalismo con consecuencias en el mundo real; una narrativa que envolvió a las nuevas empresas tecnológicas de Silicon Valley y que hoy encuentra su más pura expresión en los valores de Google.El argumento de Boltanski y Chiapello es original y profundo. Sin embargo, al no tener en cuenta el género, no capta todo el carácter del espíritu del capitalismo neoliberal. Ciertamente, ese espíritu incluye una narrativa masculinista del individuo libre, sin trabas, automodelado, que ellos describen muy bien. Pero el capitalismo neoliberal se relaciona tanto con Walmart, las maquiladoras y el microcrédito como con Silicon Valley y Google. Y sus trabajadores indispensables son desproporcionadamente mujeres, no sólo mujeres jóvenes y solteras, sino también casadas y con hijos; no sólo mujeres racializadas, sino también mujeres prácticamente de todas las nacionalidades y etnias. Como tales, las mujeres han entrado en tromba en los mercados de trabajo de todo el mundo; la consecuencia ha sido la de menoscabar de una vez por todas el ideal de salario familiar que el capitalismo organizado de Estado propugnaba. En el «desorganizado» capitalismo neoliberal, ese ideal se ha sustituido por la norma de la familia con dos perceptores de salario. No importa que la realidad que subyace al nuevo ideal sean los niveles salariales deprimidos, la caída de la seguridad en el trabajo, el descenso del nivel de vida, un fuerte aumento del número de horas trabajadas a cambio del salario por familia, la exacerbación del doble
turno –ahora a menudo triple o cuádruple– y el aumento de los hogares en los que el cabeza de familia es una mujer. El capitalismo desorganizado saca peras del olmo elaborando una nueva narrativa del avance femenino y la justicia de género.
(NANCY FRASER. El feminismo, el capitalismo y la astucia de la Historia.)