Si con la censura, el adoctrinamiento y la eugenesia hemos garantizado (es un decir) la excelencia de los guardianes (Los dirigentes), nos toca ahora ver cómo podría asegurarse el sometimiento y la aceptación de la voluntad del Estado entre todas las clases, incluyendo por tanto también a los productores(el populacho). Las recetas de Platón no difieren de las que a lo largo de la historia han implementado las diversas élites para mantener bajo control a la población. De entrada, abandonar a la muchedumbre en la ignorancia: cuanto menos sepan, mejor.
Debe excluirse, por lo tanto, la enseñanza de la filosofía a los ciudadanos, no fuera que a alguno se le ocurriera pensar por su cuenta . Platón ilustra lo inadecuado de enseñar filosofía a la multitud con una curiosa analogía que muestra bien a las claras su talante aristocrático y esnob.
Luego es evidente que deberemos formar los matrimonios más santos que nos sea posible, y estos serán sin duda los que resulten más beneficiosos para el Estado.
Eso es evidente.
Pero ¿cuáles serán los más beneficiosos? A ti te lo pregunto, Glaucón. Veo que en tu casa crías perros de caza y aves de presa en gran número. ¿Te has fijado en lo que se hace, cuando se los quiere aparear para que procreen?
¿Qué se hace?
¿Es indiferente para ti que se apareen entre sí sin distinción, o prefieres que lo hagan los mejores?
Es preciso, según nuestros principios, que los mejores individuos de uno y otro sexo se relacionen entre sí las más de las veces, y los inferiores con los inferiores: además, es preciso criar a los hijos de los primeros y no a los de los segundos, si se quiere que el rebaño no degenere.
Para evitar que estos últimos se quejen por no tener derecho a darse un revolcón con los miembros más agraciados del otro sexo (es decir, que en la fiesta les toque «bailar» siempre con la más fea o el más feo), el Estado inventará una gran mentira: simulará que las uniones son el resultado de un sorteo, que en realidad estará debidamente amañado para obtener los resultados deseados.
«Se sacarán a suerte los esposos, haciéndolo con tal maña, que los súbditos inferiores achaquen a la fortuna y no a los gobernantes lo que les ha correspondido». Las mujeres autorizadas a procrear tendrán entre veinte y cuarenta años, y los hombres hasta los cincuenta y cinco, y tanto unos como otras solo podrán hacerlo con la pareja sexual designada por el Estado. No se excluyen las relaciones sexuales fuera de estas condiciones, pero en tal caso deberán tomarse las oportunas precauciones para que no se traduzcan en partos. En efecto, los hijos que nazcan de ayuntamientos no regulados serán considerados hijos ilegítimos del Estado, y su destino no será otro que el aborto o el infanticidio («prevenirles expresamente de que no han de dar a luz ningún fruto concebido mediante tal unión [no permitida], y si a pesar de sus precauciones naciese alguno, deberán abandonarlo porque el Estado no se hará cargo de alimentarlo»). Un destino que compartirán con los hijos de las uniones reguladas que nazcan defectuosos o de padres mediocres, para garantizar la supervivencia solo de los aptos («Los hijos de los mejores ciudadanos serán llevados al redil común y confiados para su cuidado a ayas, que habitarán en un lugar separado del resto de la ciudad. En cuanto a los hijos de los súbditos inferiores, lo mismo que respecto de los que nazcan con alguna deformidad, se los ocultará, pues así es conveniente, en algún sitio secreto que estará prohibido revelar»). La procreación no tiene ni la más mínima dimensión humana, personal o sentimental, sino que es simplemente una actividad industrial o ganadera: se procrea para el Estado, para proporcionar nuevos y mejores miembros (Las mujeres darán hijos al Estado desde los veinte hasta los cuarenta años).
Este eran Platón; una mezcla entre Hitler y Stalin.