http://cultura.elpais.com/cultura/2014/01/20/actualidad/1390209352_076525.html
El último silencio de Claudio Abbado
La música entona un réquiem mundial por Claudio Abbado. La muerte de uno de sus hijos predilectos deja atrás una época. Hoy ya todo es silencio. Esa parte de la música que él tanto dominaba. Se va uno de los directores de orquesta más extraordinarios e influyentes de todos los tiempos. Una leyenda de la batuta. Su fichaje por la Filarmónica de Berlín a la edad de 56 años fue el momento cumbre de una carrera a la altura de los más grandes. Ocupaba el lugar de un mítico Herbert von Karajan, que había aportado a la formación berlinesa una cultura del sonido, perfección, virtuosismo, marketingy negocio discográfico. Donde su antecesor brilló como una estrella mundial, Abbado aportó conocimiento y sensatez. Diálogo con la orquesta, a quienes pedía que no le llamasen “maestro”. Solo “Claudio”, a secas. Afrontó el reto con ideales sólidos, personalidad equilibrada, gran dominio del repertorio, gusto por los compositores contemporáneos y una inquebrantable apuesta por el talento joven. Este ha sido parte de su gran legado: la cercanía a la juventud. Desde la renovación de los miembros de la Filarmónica de Berlín, su labor pedagógica, la tutela de estrellas como Gustavo Dudamel o la creación de magníficas orquestas como la Gustav Mahler Jugendorchester o la de Lucerna.
El aura de leyenda que le acompañó se forjó en los escenarios. A través de la música, pero también del combate público que mantuvo con la muerte enfrente mismo de los espectadores a causa de un cáncer de estómago. El Réquiem de Verdi que dirigió con la Filarmónica de Berlín en 2001, con visibles dificultades físicas sobre el podio, sonó a despedida. Pero venció al destino y le arrancó 13 años más a la vida. Luego, en su regreso definitivo, dedicado por completo a su pasión por los jóvenes, sonó la Segunda de Mahler: La resurrección. La suya.
De aquella inesperada prórroga, con la que ni él mismo contaba, sus interpretaciones fueron arrimándose cada vez más a lo místico, a la elevación metafísica.
De la arrolladora ciudad de Berlín se desplazó a la tranquila y plácida Lucerna. Allí construyó un proyecto a la medida de sus fuerzas. Vivió años pletóricos. La fe en la música fue alimento para su cuerpo maltrecho. “Siempre decía que era su mejor medicina”, explicaba ayer Martín Baeza-Rubio, trompeta y director español que le acompañó en la mayoría de sus proyectos. “Para él todo estaba en la música de cámara. Una orquesta era un quinteto de cuerda un poco más grande. Todo el mundo debía entender ese diálogo con el del al lado”, recuerda. (...). (EL PAÍS, 21-01-2014.)
D.E.P.
El último silencio de Claudio Abbado
La música entona un réquiem mundial por Claudio Abbado. La muerte de uno de sus hijos predilectos deja atrás una época. Hoy ya todo es silencio. Esa parte de la música que él tanto dominaba. Se va uno de los directores de orquesta más extraordinarios e influyentes de todos los tiempos. Una leyenda de la batuta. Su fichaje por la Filarmónica de Berlín a la edad de 56 años fue el momento cumbre de una carrera a la altura de los más grandes. Ocupaba el lugar de un mítico Herbert von Karajan, que había aportado a la formación berlinesa una cultura del sonido, perfección, virtuosismo, marketingy negocio discográfico. Donde su antecesor brilló como una estrella mundial, Abbado aportó conocimiento y sensatez. Diálogo con la orquesta, a quienes pedía que no le llamasen “maestro”. Solo “Claudio”, a secas. Afrontó el reto con ideales sólidos, personalidad equilibrada, gran dominio del repertorio, gusto por los compositores contemporáneos y una inquebrantable apuesta por el talento joven. Este ha sido parte de su gran legado: la cercanía a la juventud. Desde la renovación de los miembros de la Filarmónica de Berlín, su labor pedagógica, la tutela de estrellas como Gustavo Dudamel o la creación de magníficas orquestas como la Gustav Mahler Jugendorchester o la de Lucerna.
El aura de leyenda que le acompañó se forjó en los escenarios. A través de la música, pero también del combate público que mantuvo con la muerte enfrente mismo de los espectadores a causa de un cáncer de estómago. El Réquiem de Verdi que dirigió con la Filarmónica de Berlín en 2001, con visibles dificultades físicas sobre el podio, sonó a despedida. Pero venció al destino y le arrancó 13 años más a la vida. Luego, en su regreso definitivo, dedicado por completo a su pasión por los jóvenes, sonó la Segunda de Mahler: La resurrección. La suya.
De aquella inesperada prórroga, con la que ni él mismo contaba, sus interpretaciones fueron arrimándose cada vez más a lo místico, a la elevación metafísica.
De la arrolladora ciudad de Berlín se desplazó a la tranquila y plácida Lucerna. Allí construyó un proyecto a la medida de sus fuerzas. Vivió años pletóricos. La fe en la música fue alimento para su cuerpo maltrecho. “Siempre decía que era su mejor medicina”, explicaba ayer Martín Baeza-Rubio, trompeta y director español que le acompañó en la mayoría de sus proyectos. “Para él todo estaba en la música de cámara. Una orquesta era un quinteto de cuerda un poco más grande. Todo el mundo debía entender ese diálogo con el del al lado”, recuerda. (...). (EL PAÍS, 21-01-2014.)
D.E.P.