Era 2016 y son unas navidades alpinas, y a los alpino hay que sacarles punta.
#662 Con lo cojonudo que es el alemán para arengar, y lo feo que es para todo lo demás....
#665
Puede ser, pero en #662 están hablando en holandés.
#674 Cuento de Navidad:
Los tres reyes majos de esa historia son Felipón V de First Bourbon, Primín de Riverín y Assassin Franky Un Huevo.
Llevaron al niño Pepín tres regalos: nopienso, pirra, pira y odio. El primero con el nopienso quería centralizar, el segundo con la pirra y la pira quería quemar o que se pirasen, y el tercero con el odio quería mantener su dictadura.
Por suerte, el niño vio el engaño y creó una constituçao con un artículo 3.1.
Pero ah compañero; dijo el niño y siguió: no acaba la tierra donde empieza el mar, solamente se hunde, pues el mar no puede existir sin una tierra debajo que lo sostenga.
A esto, respondieron los tres reyecitos: pero la gente sólo verá mar, y más si lo repetimos hasta la saciedad.
A lo que dijo el niño: ciertamente, pero he ahí vuestro primer error, que de tanto repetirlo los únicos engañados seréis vosotros tres; el mundo seguirá girando a vuestro alrededor mientras os convertís en polvo y huesos.
A lo que respondieron los tres reyecitos: pero hemos descubierto la fuente de la inmortalidad; mira el panorama hoy.
A lo que dijo el niño: eso es lo que creéis y he ahí vuestro segundo error, pues el tiempo de la montaña es el tiempo de la humanidad, y el tiempo de vuestras ideas es el tiempo de las generaciones; la inmortalidad no pertenece ni a las montañas.
A lo que espetaron los tres reyecitos: nosotros estaremos más tiempo aquí que las montañas; ya lo verás.
A lo que sentenció el niño: he ahí vuestro tercer y peor error; peor que la locura a la que habéis arrastrado generaciones.
¡Qué error es ése, niño!; gritaron enfadados los tres reyecitos.
Que no soy un niño; soy vuestra conciencia, soy vosotros mismos, vuestra locura, soy vuestras generaciones, soy la tierra, el mar, el que todo lo ve y todo lo sabe, soy la montaña y la eternidad, y nadie puede engañarme, pues soy el engaño mismo.
Carta a los cifresnos, versículo seis, evangelio de San Ciruelo