coño esto se merece un copy/paste
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el artista —en este caso el músico, lo mismo si trabaja en solitario que si trabaja en grupo— es, por definición, aquel que crea de la nada con entera libertad y pone “en solfa” una obra que no responde a más imperativo que el dictado por su propia conciencia.
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en consecuencia, el artista es responsable único de su obra y tiene todo el derecho a hacerla y gestionarla como mejor le plazca. Por decirlo de una forma un poco más jurídica, el artista tiene todos los derechos sobre su obra.
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consideremos al artista un profesional cuando lo que pretende es vivir de su obra y sacarle el máximo provecho; en otras palabras, cuando utiliza su impulso creativo para llenar el estómago… y lo considera su trabajo como un empleo más, un empleo como cualquiera otro.
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esto le obliga a comercializarse, o a comercializar su obra, y a adentrarse en el terreno resbaladizo de la competitividad, teniendo en cuenta que ésta es una guerra que se libra en los espacios establecidos por todo aquel brutal entramado de iniciativas comerciales de carácter nacional, multinacional, o incluso mundial al que llamamos industria.
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la industria —un monstruo de mil rostros sonrientes que esperan a los artistas con los brazos abiertos para ofrecerles todo un abanico de facilidades, comodidades y lujo— se alimenta precisamente de esto, de artistas, unos animalitos que se comen crudos, a puñados y con obra incluida, realizada o en potencia.
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aquí se realiza un salto cuantitativo: la obra que había de alimentar al artista, ahora tiene que alimentar a la industria. Y claro está, una cosa es el estómago particular del músico, de dimensiones humanas, y otra muy distinta el insaciable y portentoso estómago del monstruo, que necesita mucho más de todo para sobrevivir.
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producir música a este nivel —el industrial— y controlar, además, toda la sacrosanta cadena de producción, fabricación, difusión, distribución y venta del propio producto, siempre han sido tareas onerosas que el músico no ha podido o no ha querido enfrentar y que más bien ha rechazado por impropias y no deseadas
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y es precisamente valiéndose de este hecho que, tradicionalmente, la industria se ha puesto al lado del músico para ofrecerle soluciones a todas las tareas que no sean la necesidad —o, si nos descuidamos, la obligación— de crear, lo cual ha hecho que proliferaran empresas de gestión de toda clase que brindan al músico sus servicios a cambio de lo único que un músico puede ofrecer: participación en futuros beneficios
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esto significa derechos y más derechos sobre su obra, presente y futura, carta blanca en materia de merchandising, mamoneo y todo el trapicheo a que el mordisco de los derechos del artista pueda llegar a dar derecho, amén de bonitos porcentajes sobre su sueldo, abusivos pactos de exclusividad, ataduras de por vida y certificados de propiedad no sólo sobre la obra sino sobre la persona en si
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de esta manera, el músico profesional vive continuamente acechado por la industria y, para sobrevivir, no le queda más remedio que pactar —es decir, luchar y defenderse— de: empresas discográficas, oficinas de management, centros de producción, redes de distribución, tiendas de discos, promotoras de conciertos, medios especializados y, naturalmente, asesorías jurídicas y empresas de gestión de los derechos… o migajas de derechos… que finalmente le puedan quedar
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y todo esto, sin contar, todavía, con la vasta nebulosa de vampiros e intermediarios instalados en el lujo que se dedican a comprar artistas y a ponerlos en nómina, tal y como el proxeneta compra mujeres para el harem del sultán… dónde, como se sabe, rige una sola ley: si no eres la favorita, es decir, si no eres un superventas, caes en desgracia y vives en el ostracismo hasta que te liberan por puro aburrimiento.
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¿es muy difícil entender que todo este panorama no haya hecho otra cosa que ir enviciando y extralimitando las relaciones entre la industria y los creadores, exorbitando los costes globales de producción de toda obra artística y encareciendo los productos hasta el absurdo? sin embargo…
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la industria siempre ha ido a remolque de los adelantos tecnológicos. Y, mira por dónde, son precisamente estos adelantos —ordenadores, estudios virtuales, grabadores digitales, Internet…— los que de repente, y a un coste francamente asequible, han puesto a manos del músico la posibilidad de ejecutar y controlar su obra a lo largo de todo el proceso de producción, sin mengua de calidad y con resultados profesionalmente homologables, no sólo en el campo de la producción estrictamente dicha, sino también en los de la fabricación, la distribución y la venta.
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este simple hecho rompe el maleficio y permite al músico optar entre a) ponerse en manos de terceros como ha tenido que hacer hasta ahora o b) gestionar por si mismo y según los propios criterios, necesidades y ambiciones, algún segmento o la totalidad del recorrido de su obra sin tener que ceder más derechos que los que crea convenientes.
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esto, el irreversible acceso del músico a la posibilidad de autogestión y autoedición, cosa que le devuelve la libertad y un control tan grande como quiera sobre su obra, ha descolocado a la industria, ha roto sus esquemas y ha abierto una crisis de caballo en el sector.
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por lo tanto, es la guerra… o, más exactamente, la revolución: ahora todas las posibilitados están abiertas y tanto la industria —que hace como sí nada y sigue en sus trece— como los artistas —que están enviciados y no pueden llegar a creer que la informática haya cambiado las cosas hasta tal punto— necesitan replantear sus estrategias, redefinir sus objetivos y abrir nuevos campos de relación.
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Y es en este contexto que presentemos la PAE, la Plataforma de Autoeditores, que no es otra cosa que una iniciativa encaminada a que todos los músicos que lo deseen y hayan optado por esta segunda vía, puedan contar con una base para asociarse y relacionarse, unir esfuerzos, intercambiar experiencias, reivindicar sus derechos, reclamar ayudas en igualdad de oportunidades, tanto a las instituciones como a los medios de comunicación y fabricación, contar con asesoramiento técnico, legal o de lo que sea, experimentar con nuevas fórmulas de difusión, distribución y venta, abrir debates, organizar actos, hacerse oír, hacerse ver…
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Si los socios fundadores de la PAE hemos optado por esta vía, es porqué creemos que es una buena opción y que además una —por no decir “la”—opción de futuro. Queremos por lo tanto que se nos tenga en cuenta.
100% deacuerdo tambien