“El verdadero arte, es decir, el que no se contenta con variaciones sobre modelos hechos, sino que se esfuerza en dar una expresión a las necesidades interiores del hombre y de la humanidad de hoy día, no puede no ser revolucionario, es decir, no puede dejar de aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, para liberar a la creación intelectual de las cadenas que la obstaculizan y permitir a toda la humanidad ascender a grandezas que sólo genios aislados han alcanzado en el pasado”
Si damos por buena esta reflexión sólo podemos concluir que el verdadero arte, además de revolucionario tiene que ser de carácter vanguardista.
Si por música electrónica entendemos un discurso sonoro cuya formalización se da únicamente desde el medio electrónico, y no sólo a través él, nos hallamos entonces ante la expresión sonora más radicalmente vanguardista de cuantas se han dado hasta el día de hoy.
Pese a todo, el análisis socio-político y económico de la música electrónica, especialmente en sus expresiones más populares, es, fuera del circuito especializado y salvo honrosas excepciones, una cuenta pendiente.
La ‘cultura juvenil’ ha integrado el sonido sintético al imaginario del ocio contemporáneo, e incluso le ha impuesto un pasado que se articula en torno al fenómeno del ‘revival’.. Pese a todo, ciertos sonidos electrónicos mantienen intacto su potencial subversivo. Se trata, por supuesto, de los llamados ‘ruidos’.