El otro día me vi a las tantas Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music), ese drama para toda la familia en el que el comité para la conservación del buen gusto elogiaba a la Austria no anexionada, a Salzburgo (de Osma), a la Europa de las buenas costumbres (la del TEE, Place Vandôme, Montecarlo, y un poco de las siete colinas) y al telón de acero, mientras que yo la recordaba como un coñazo almibarado al que nos llevaron a mí y a todos mis primos de la Otan. Curiosamente le pregunté a mi mujer si quería verla y aún está sin hablarme (ella fue en el mismo plan con sus primos y su tía Dorita).
No la veáis, bueno, sí, si andáis extreñidos; pero la música...
Joder, qué buenas piezas tiene.
Y qué versiones tan variadas y ñoñas (pero de calidad)
Los originales con Plumber (el apellido le hace justicia) y con Julie Andrews (Dalí dijo que era tan buena actriz como él pintor, o sea que no se tenía por bueno, y hacía bien, era mediocre) casi que me las ahorro.
No la veáis, bueno, sí, si andáis extreñidos; pero la música...
Joder, qué buenas piezas tiene.
Y qué versiones tan variadas y ñoñas (pero de calidad)
Los originales con Plumber (el apellido le hace justicia) y con Julie Andrews (Dalí dijo que era tan buena actriz como él pintor, o sea que no se tenía por bueno, y hacía bien, era mediocre) casi que me las ahorro.