--157413--(¿Klaus?) escribió:
La crítica posmoderna, cuyos orígenes se encuentran en el trabajo de los posestructuralistas franceses (Derrida, Foucault y Barthes, principalmente) se basa en cuatro principios metodológicos:
- El método genealógico creado por Nietzsche.
- La concentración en las operaciones metafóricas del lenguaje.
- La perspectiva antipositivista.
- El particularismo antitotalizador.
supertorpe escribió:
..yo creo que esas posiciones yerran cuando consideran los estudios científicos como un género literario más. El objetivo de la ciencia no es escribir textos, sino producir conocimiento. Al igual que el objetivo de un novelista no es escribir textos, sino transmitir una historia, y al igual que el objetivo de un compositor no es escribir una partitura, sino diseñar música. El medio escrito es un medio y no un fin. Pretender equiparar la ciencia a la poesía porque ambos generan textos es un error de dimensiones colosales.
Un poco de genealogía de la verdad, desenmascaramiento del positivismo y su raiz artificiosa:
"El propósito evidente de
Sobre verdad y mentira en un sentido extramoral es destruir la concepción tradicional de la verdad, imperante en Occidente desde los griegos. Se trata de la verdad como
adequatio (entre los griegos,
homoiosis), o sea, como adecuación entre el discurso (la proposición, el enunciado) y la realidad. Que la modernidad, a partir de Descartes, haya puesto el acento en la certeza, no alcanza a conmover el primado de la
adequatio, al menos en principio.
En realidad, lo que sorprende al joven Nietzsche en
Sobre verdad y mentira... es que en el ámbito del animal-hombre surja algo así como la verdad y, todavía más, un impulso a la verdad. Idéntico asombro anima un breve ensayo de la misma época, Sobre el
pathos de la verdad, que también permaneció inédito, formando parte de
Cinco prólogos a cinco libros no escritos, un conjunto de cinco opúsculos entre los que se destacan
El Estado griego y
El certamen de Homero.
¿Cómo en la esfera de este animal, ávido y voraz como todo lo viviente, condenado a luchar por la supervivencia y cuya consciencia no es más que un instrumento de engaño y disimulo al servicio de la conservación de la vida, puede haber surgido la “verdad”? Hay que explicarlo pero, al mismo tiempo, se hace necesario demoler toda ilusión de adecuación, la inveterada creencia de que dadas ciertas condiciones el lenguaje podría coincidir con la realidad.
En efecto, desde antiguo se sostiene que la verdad reside en el enunciado. Son las proposiciones, no las cosas, las que cabe calificar de verdaderas o falsas. Pero ¿qué pasa si el lenguaje se muestra radicalmente incompatible con la realidad, constitutivamente incapaz de reflejarla? Y ese es precisamente el caso. Como parte de un aparato de disimulo –en el límite, de distorsión- el lenguaje es por naturaleza retórico. Las figuras retóricas –Nietzsche privilegia con razón la metáfora- no son un acaecer circunstancial del lenguaje sino que el lenguaje, todo él, es esencialmente retórico, “trópico”. En cambio que reflejar la realidad, replicarla, la sustituye. Donde había cosas ahora hay palabras. Tales afirmaciones solo sorprenderán a quienes crean que las funciones primordiales del lenguaje son el conocimiento o la comunicación. Pero el lenguaje es ante todo vehículo de poder, continuación de la guerra por otros medios.
En el origen de la palabra sólo encontramos una serie de transposiciones, obra del intelecto artista, artífice inconsciente que desconoce la mediación. Las cosas transcurren aproximadamente así: la X de la cosa en sí, lo real, se presenta ante todo como estímulo nervioso. El estímulo nervioso se trasmuta en imagen. Primera transposición, primera metáfora; nada en común poseen el estímulo nervioso y la imagen. A su vez, la imagen se transfigura en palabra (sonido articulado). Segunda transposición, segunda metáfora, nuevo salto, ¿qué mínimo común denominador homogeneizaría imagen y palabra? Resuena en todo esto el conocido argumento de Gorgias, en especial su tenaz negativa a aceptar una comunidad sensorial, la “natural” traducción de las afecciones de un sentido a otro, su supuesta equivalencia.
En suma, entre palabra y cosa ningún puente conduce de una a otra orilla. La ilusión de la adecuación queda definitivamente rota. Realidad y lenguaje se excluyen recíprocamente, no reconocen punto alguno en común.
Ahora bien, ¿qué valor tienen estas afirmaciones de Nietzsche sobre la naturaleza y la (imposible) “génesis” del lenguaje? ¿Qué teorías las respaldan? ¿Cuál es la consistencia de éstas? Además de Gorgias, parece primar un empirismo psicologista que recuerda vagamente a Hume. No falta algún eco kantiano, remoto y distorsionado. Pero en realidad esto no importa en lo más mínimo. Porque si no existe la verdad como adecuación, el papel de la teoría cambia drásticamente. En efecto, ya no es cuestión de sopesar la verdad o falsedad de una teoría (carecería de sentido) sino de armar construcciones precarias, provisorias y conjeturales a fin de obtener ciertos resultados. Ficciones útiles, que se toman o edifican por un momento y luego de cumplida su función se abandonan sin más trámite. Si no hay verdad tampoco hay lugar para el enamoramiento o la nostalgia.
Debido a la naturaleza del lenguaje, la adecuación es imposible. Sin embargo, la idea tradicional de verdad se ha instalado y persiste. ¿Cómo entenderlo? Por un lado, el engaño (el autoengaño) se perfecciona con el tránsito de la palabra al concepto, taumaturgia de un olvido que consumando la alineación a lo real, permite la cristalización del concepto tradicional de la verdad y el nacimiento de la ciencia. La constitución del concepto tradicional (también vulgar) de verdad presupone el borramiento de lo real. Provista de sus conceptos, la ciencia se anticipará a sí misma en lo real elidido y luego, olvidando este paso, encontrará lo que puso de antemano como si hubiera estado desde siempre allí. Sustraído lo real, podrá hacerse valer uno de los axiomas implícitos de la práctica científica: todo lo racional es real, todo lo real, racional. No obstante, con esto no está dicha, ni mucho menos, las última palabra sobre el olvido y sobre la ciencia, dos tópicos que preocuparán a Nietzsche desde el principio hasta el final de su obra y que irán desplegando distintas facetas, no siempre congruentes, a la luz el perspectivismo mencionado más arriba.
Pero además, a pesar de la imposibilidad intrínseca de la adecuación, la idea de verdad ha surgido y se ha impuesto por imperiosas necesidades prácticas. Decir la verdad, esto es, decir siempre aproximadamente lo mismo sobre lo mismo, atenerse a las convenciones prescritas, equivale a sellar un tratado de paz entre los hombres. No es sólo que la palabra apacigüe. Urge que el otro llegue a ser previsible pues de lo contrario se padecerá un perjuicio. El mentiroso, es decir, quien transgrede el acuerdo y adultera el sentido establecido de las palabras, deberá ser castigado, excluido de la comunidad.
Se entenderá ahora tal vez la conocida fórmula, las frases más difundidas del texto que estamos comentando: “Por tanto, ¿qué es la verdad? Una multitud en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos; en una palabra, un conjunto de relaciones humanas que, elevadas, traspuestas y adornadas poética y retóricamente, tras largo uso el pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas ya utilizadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas” (F. Nietzsche,
Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.) ".
http://www.elsigma.com/filosofia/el-problema-de-la-verdad-en-nietzsche/3223
P.D: La filosofía, contrariamente a lo que se dice a veces, nunca es contraria a la ciencia, sino que reflexiona sobre la ciencia: no otra otra cosa es la
episteme. . La crítica al positivismo no es la negación de la ciencia, sino el develamiento de su relatividad, de su perspectiva como convención totalizadora.