Hola a tod@s.
Una iniciativa estupenda la de este Hilo.
Una casualidad tremenda que en estas últimas semanas, haya estado diseñando un poster para mi Home Studio, a modo de homenaje nostálgico, recopilando los primeros teclados que tuve en casa. Al no tener la mayoría ya en mi poder y no haber fotos que hagan justicia a la imagen que tengo de ellos en mi cabeza (o más bien en mi corazón), decidí dibujarlos en el iPad a partir de las fotos que he encontrado en internet. Se ha hecho lo que se ha podido, porque no soy ilustrador ni mucho menos y voy a tratar de utilizarlos para amenizar un poco la lectura.
Me he leído todos vuestros posts, me he emocionado y me ha impresionado comprobar como tantos hemos visitado “lugares comunes” sin saberlo. Estímulos que a otros de nuestro entorno les pasaban de refilón, en nuestra infancia, a nosotros nos provocaban sensaciones únicas y nos dejaban huella, marcando su impronta en nosotros para siempre.
Ese cosquilleo en el estómago al escuchar una melodía en algún sitio, que luego al crecer resultó ser de un tal Jarre... o correr para ponerse delante de la Tele cada vez que la intro del programa documental de las tardes “La aventura de las plantas” comenzaba a sonar. Pelos de punta y una melancólica extraña para un niño que no tiene todavía pasado como quien dice ni entiende nada del mundo.
Recuerdo el descubrimiento de Carros de Fuego. Como un niño que era, la película me pareció un tostón más allá de los primeros 50 minutos, pero esa música...yo quería ser Vangelis. Luego vino Blade Runner, aunque la vi algo más adelante, primero descubrí su tema de los créditos en la sintonía de un programa de TV. O “Pulsar” en la cabecera de las noticias mientras viajaba en el autobús que me llevaba al colegio.
La vuelta ciclista a España provocó que pidiera a los Reyes Magos mi primer Disco de Vinilo, “The Night” de los grandísimos Azul y Negro.
Bueno, pues ahí estoy yo, inmerso en todo este ambiente que describo y ese caldo de cultivo. Cada vez que veía un trasto con teclas que pudiera hacer un ruido similar a lo que escuchaba, aunque fuera de lejos, me invadía una sensación que yo describiría como mágica. No me importaba nada más del entorno y mi atención era toda suya.
Así fue como visitando la casa de mis primos, tuve mi primer contacto con un teclado de verdad, más allá del típico xilófono y pianito de juguete de madera con animalitos donde recuerdo que tocaba el “Oh Susana”. Era un órgano Antonelli Golden VT-27-8 de color rojo, su sonido era muy similar al de un acordeón, no había más, pero me sentaba delante de él al llegar, pulsaba las teclas como podía tratando de formar melodías, y el mundo se paraba para mí hasta que mis padres me reclamaban para volver a casa.
Tan “pesao” me ponía cada vez que los visitábamos, que poco más adelante, al pasar una hepatitis y no poder salir de casa ni ir al colegio durante unas cuantas semanas, mis tíos me regalaron el Antonelli y mis padres me lo trajeron a casa para acompañarme en mi confinamiento.
Tenía siete años. No recuerdo ni siquiera encontrarme mal durante la convalecencia, solo las horas muertas en mi habitación y la felicidad de acabar con la hepatitis tocando un Vals a dos manos…
La hepatitis se curó y volví al colegio. En el autobús de vuelta a casa, mi fijación era el vaso de leche con galletas que me tomaría para merendar, ver algún programa infantil de la época en mi tele en blanco y negro e irme lanzado a mi cuarto a sentarme delante del Antonelli.
Al poco tiempo, en mi colegio, la maestra de música organizó unas clases de solfeo voluntarias para después del turno de comedor. Teníamos al menos una hora de patio después de comer y yo visité el aula para ver de qué iba el tema y me encontré con que para impartirla usaba ¡un precioso órgano de dos pisos lleno de botones de colores!. Esa misma tarde, imploré a mis padres que me apuntaran y enseguida cambié gran parte de ese patio de mediodía por las clases de música, donde los pocos alumnos que nos habíamos apuntado, guardábamos turno e íbamos desfilando por delante del maravilloso chisme. Saldríamos a razón de 10 minutos de teclas cada uno, pero puedo decir que para mí, merecía la pena completamente perderse el patio.
Después de unas semanas, la maestra llamó a mis padres para comentar que la cosa se me daba más o menos bien. A pesar de continuar con mi Antonelli, se me había quedado muy justito. Me había picado de lleno el gusanillo del Órgano de dos pisos del cole, con su acompañamiento, sus ritmos y esos sonidos. Incluso recuerdo el olor especial a nuevo, a teclas y a botones, que para mí sigue teniendo cualquier cosa con teclado y botones que pueda ver en cualquier tienda. A pesar de que seguramente es olor a plástico, me fascina.
Pues mis padres llegaron a un acuerdo conmigo ese año. El trato era que si sacaba 7 sobresalientes en la última evaluación, me comprarían un órgano de dos pisos.
Para mí fue un notición y un pedazo de oportunidad. Conté con ello, pues era buen estudiante y me mantuve motivado durante todo el curso, imaginando en mi cabeza cuando llegara el día en que pudiéramos ir a comprar uno de esos y llevármelo a casa…
Finalizó el curso y el último día antes de vacaciones de verano, en la última clase, la maestra repartió los boletines de notas. Cuando lo vi rompí a llorar pues solo había podido obtener 6 de los 7 sobresalientes pactados. No conseguiría el órgano. Mi ilusión hecha añicos... Llegué en el autobús a casa desolado y con un soponcio de tres pares. Me abrieron la puerta mis padres, mis tíos también estaban por casa, me preguntaron qué me pasaba, les entregué las notas, les explique y corrí llorando a mi cuarto. De verdad, la pena era mayúscula. Creo que me dejaron llorar unos 5 minutos y recuerdo que mis padres vinieron a buscarme a la habitación y con una sonrisa me dijeron: -¿Pero tú has ido al comedor?, invitándome a salir y ver qué ocurría. La puerta estaba cerrada, abrí y al girarme, a mi izquierda vi algo, no me lo podía creer, literalmente me caí al suelo de la impresión y como no, rompí a llorar de nuevo como un loco. Allí estaba lo que sería el segundo teclado de mi vida:
Un flamante (para mí en aquel momento lo era) órgano de dos pisos GEM Wizard 326-L. Creo que puedo considerar ese momento como el más espectacularmente feliz de mi vida. Mis padres lo habían comprado desconociendo cuales iban a ser mis notas. Me dijeron que me había esforzado y que independientemente de las calificaciones que les fuera a llevar, lo volcado que estaba con la música, era suficiente. Os podéis imaginar el abrazo que les dí y lo que se lo agradecí en aquel momento y en adelante. Incluso ahora que ya no están, se lo agradezco con todo mi corazón.
La “L” del modelo, venía de que incorporaba sistema Leslie. Recuerdo lo alucinante de oír empezar a girar los altavoces cuando lo activabas, acelerando poco a poco y de la sensación envolvente que provocaba aquel trémolo tan “físico” que generaba. Lo que aprendí y disfruté con ese teclado no tiene precio. Las horas sin fin con los auriculares conectados mientras los demás hacían vida por casa y veían la tele, sacando y practicando temas de un libro de canciones con sus acordes, que compramos en lo que era Lluquet, de Valencia, la misma tienda donde mis padres compraron el órgano.
A parte de aprender y tocar las canciones del libro, que estaban muy bien pero que no hubieran desentonado en el hilo musical de alguna consulta médica de la época, me dedicaba a sacar de oído cosas más gratificantes. Todo lo que escuchaba por la radio o donde fuera que sonase a electrónico, me provocaba una sensación especial. Recuerdo cuando pude tocar la parte 2 de “Magnetic Fields”, ¡por fin podía incluir acompañamiento y ritmos mientras tocaba esa melodía!, tambíen “Enola Gay” de OMD, los temas del momento de Azul y Negro…
Le debo muchísimo a mis padres y a mi GEM.
Un par de años más adelante, vino un cambio de ciclo escolar y con ello nuevo centro, otros maestros y compañeros y un nuevo entorno. Y la adolescencia.
En el aula de música había un piano vertical Young Chang que nos dejaban tocar en los recreos. Yo empecé a asistir a clases de piano por las tardes después del colegio con una maestra Inglesa estupenda, con la que aprendí algo a leer partituras para piano y a hacer escalas. Me sirvió mucho.
Para entonces, yo escuchaba la música y me fijaba en cada teclado que aparecía en los playbacks de la tele. El sonido del GEM se había quedado anticuado y no tenía muchas posibilidades creativas. Recuerdo acudir los sábados por la tarde al Corte Inglés de mi ciudad, pues te dejaban trastear con los teclados expuestos. Iba “practicado” de casa y aunque era un crío, como sonaba más o menos bien, no me decían nada. Allí estaba yo alucinando de como se escuchaba todo comparado con casa. Cuando me encontré allí con un DX7 y lo escuché, entendí que el camino era hacerse con un sintetizador con MAYÚSCULAS como aquel.
Pero después de insistir en casa, finalmente me tuve que conformar con uno en minúsculas. En realidad era un Arranger de tecla pequeña, pero por primera vez para mí me encontré con posibilidades reales de alterar los sonidos. Sonaba mucho más moderno que mi Órgano. Fue en realidad mi primer sinte: Un Casio MT 400-V.
Su tamaño razonablemente compacto, me permitió llevarlo al colegio. En otros compañeros se habían ido despertando también inquietudes musicales y comenzaban a darle a la música. Uno de ellos, un par de años mayor, tocaba la guitarra eléctrica. La pieza fundamental se incorporó al centro al curso siguiente, un magnífico maestro que había estado de excedencia, de los que se vuelcan con los alumnos y que era un gran amante de la música, del rock y de la guitarra.
Animados por él, montamos un pequeño grupo escolar con más devoción que resultados. Practicamos durante el curso y “culminamos” con un pequeño concierto con versiones de temas de Pop Rock de la época. El momento que guardo con más más cariño de aquella actuación, es cuando un amigo que había adquirido un teclado Casio similar al mío y yo, interpretamos un tema con ambos teclados que suponía mi primera composición musical. Lo titulé “Polvo Cósmico”, y no os quiero ni contar las carcajadas que provocó entre el público de padres cuando me pidieron que dijera el título por el micro. Pero bueno, pararon de reírse y luego el tema parece que les encantó. Recuerdo la actuación y el tema con muchísimo cariño. Sé que se grabó en video, pero nunca lo vi. No era como ahora que todos los padres grabamos las cosas de l@s hij@s en móviles en vez de mirarlas directamente y que si lo pides por el grupo de WhatsApp de turno, tienes grabaciones desde 8 ángulos distintos si quieres.
Se utilizó la cámara del centro con una cinta de vídeo (me gustaría pensar que Beta en lugar de VHS para más nostalgia), que intenté conseguir sin éxito, ya de adulto.
Me encantaría poder vernos allí entregados con los Casio y enseñárselo a mi hija hoy en día.
Tenía entonces trece años.
Disfruté muchísimo de él, pero no era un sinte de verdad, un poco un quiero y no puedo. Con el tiempo lo solucioné poniéndole unas pegatinas naranjas súper horteras por detrás formando las palabras “YAMAHA DX7”. Bueno así y consiguiendo que mis padres consintieran en intercambiar mi pasión por la música y mis buenas calificaciones (algo de tratar de apaciguar mi carácter insoportable de adolescente y una dosis de amor incondicional también hubo), por un flamante sinte:
Un señor Roland D-20 con el que por primera vez pude secuenciar temas completos. Primero los de otros y enseguida los míos propios.
Le acompañaron después un Atari 1040ST con PRO 24 y C-LAB Notator, que más adelante se convirtieron en Cubase y Logic. Eso era ya otro mundo.
Recuerdo que ver en los créditos de los CD’s (si, ya CD) de Mike Oldfield que utilizaba el mismo ordenador y secuenciador que yo, me parecía alucinante.
Pero claro, con distinto resultado… Guardo un montón de cintas de cassette con las maquetillas que grababa en aquella época. El tiempo y los campos electromagnéticos han ido haciendo su camino y recientemente me las digitalicé antes de perderlo todo.
Después se unió al equipo un Yamaha TG-77 que todavía conservo. Pudimos hacer incluso un par de pésimas actuaciones con un todavía más pésimo cover en una Discoteca de moda de la época y otra en la fiesta de un programa de radio éxito de aquel entonces.
Durante los años del despegue de internet, trabajé en una empresa donde me encargaba entre otras cosas de componer músicas corporativas para CD’s multimedia. Compré para el trabajo un Yamaha EX5 que sonaba increíble junto con un mítico Roland JV-2080, y un módulo Alesis D4 para completar la parte rítmica. Las composiciones tampoco eran nada del otro mundo, pero algunas más que otras las guardo con mucho cariño y para vergüenza mía y escarnio público las tengo colgadas en SoundCloud.
Después cambié de trabajo y hoy día soy un informático por fuera con alma de músico frustrado por dentro.
He hecho algún Jingle para la radio e incluso en una ocasión un tema para un spot publicitario para la TV nacional. De vez en cuando me siento y simplemente toco o compongo alguna cosilla para mí. Pero eso es todo. Me he considerado siempre un simple aficionado.
En casa sólo conservo el Roland D-20 (en el trastero, el pobre), un Roland JV-1010 y el Yamaha TG-77 que he montado en el home studio que estoy tratando de rearmar. Tenía algo guardado esperando el momento oportuno para esto y me he auto regalado un Roland Fantom 8 (bestial) y estoy detrás de ver si se anima ya la gente de Apple para sacar el iMac con procesador Silicon o voy a por el último Intel.
Sin grandes pretensiones y combinándolo con la cotidianidad de la vida en familia, pretendo ir dándole luz poco a poco desde dentro de mí, a aquel crío al que se le encogía el estómago delante del escaparate de la tienda de música antes de entrar a probar un teclado.
Quise homenajear a esos primeros teclados que me marcaron y que tuve en casa. A esas sensaciones maravillosas que muchos de nosotros hemos experimentado sobre todo en nuestra infancia. Por eso me puse con el diseño del poster. Justo al finalizarlo me encuentro con este hilo maravilloso. Esta es mi aportación, disculpad el rollo off topic, pero no lo he podido evitar.