Independencia de Cataluña Vol.2

carlitus
#541 por carlitus el 12/10/2013
Max escribió:
Cada autonomía tiene su personalidad y costumbres propias. Creo que no es necesario manifestarse para recordarlo, ni en un lugar ni en otro.
Max escribió:
...imagino que TV3 no ha dicho nada al respecto.

Es que hay politicos que se hacen los sordillos y si no se les canta la caña se me apalancan... :trompeta: Y, repito, el curro de los politicos en este momento es: cumplir el mandato que el pueblo les ha encomendado. Y que lo hagan bien. Porque...se vá votando, mientras nadie lo impida.
Si, las noticias van llegando aqui, también. Pero han priorizado el desfile, esta tarde, TV3 y todas las TV. Lo más fastuoso, primero. El brindis del borbón..el pueblo siempre detrás.

#537 Quede claro que esto lo he dicho por contestar a un tema de esclavitud, que creo que se ha sacado a cuento de que dije que tengo con el pueblo Cubano una gran afinidad, y se aseguraba con argumentos que los Catalanes habíamos sido negreros. Pués si como ya he explicado: y muchos "otros". Y en referencia al origen de la estelada, si hay una afinidad con Cuba, repasense los interesados mi post original.. Yo no mezclaría ya churras con merinas.
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carlitus
#542 por carlitus el 12/10/2013
Antes llamado Carmelopec escribió:
Creo que viene de una bandera de señales naval.

Si señor, eres un erudito. La cuatribarrada de lejos, se veía de color naranja y decidieron abreviar barras, para que se apreciara mejor...de lejos...lo que no sé es que significa la señal. ¿No habías sido marino, nen?.
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Gracias a todos
#543 por Gracias a todos el 13/10/2013
Sí; Popeye...(ojo pop, vamos)
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Gracias a todos
#544 por Gracias a todos el 13/10/2013
Y ojo, sin ser catalán...
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Max
#545 por Max el 13/10/2013
#544
...perdonad el offtopic...perooo

CARMELO, TU AVATAR ES LEGAL ???

TE LO HAN AUTORIZADO ???

:susto:
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Gracias a todos
#546 por Gracias a todos el 13/10/2013
Yo soy una leyenda en esta Web, hamijo, tienes que entenderlo, son mis costumbres...
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Gracias a todos
#547 por Gracias a todos el 13/10/2013
carlitus escribió:
eres un erudito


No tanto; pero, te sigo hablando de memoria, como casi siempre; creo que era una bandera que usaba la marina del reino de Castilla; quizás la de Aragón y el condado de Barcelona (esto me lo imagino), por eso la adoptaron los reinos de España, ahora tan en crisis y tan poco deseable que todo el mundo quiere escindirse y huir.
Curioso, porque casi todos los fenómenos secesionistas (y sus precedentes) coinciden con crisis económicas y sociales profundas
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janfriboga
#548 por janfriboga el 13/10/2013
Max escribió:
o por los propios colores en sí


Por supuesto.. pero de igual manera me hubiera dolido los ojos ver muchas verdes, o azules, o rojas, o tricolores, o estrelladas...Por cantidad. La exaltación de las banderas y estandartes siempre me han dado la sensación de cierta inmadurez, igual que en la adolescencia algunos hacían lo posible para resaltar sus gustos y preferencias de las formas más pueriles y banales.
Soy de donde soy, sin más, sin sentimiento alguno, ni me enorgullece ni me avergüenza. Lo que hagan mis paisanos me trae sin cuidado siempre que no dañen ni perjudiquen a otros. Si uno triunfa, bien por él, si uno es un cenutrio, es él quien debe cargar con ello. ¿Las montañas de mi tierra son hermosas? También lo son las de mi vecino.

carlitus escribió:
#537 Quede claro que esto lo he dicho por contestar a un tema de esclavitud, que creo que se ha sacado a cuento de que dije que tengo con el pueblo Cubano una gran afinidad, y se aseguraba con argumentos que los Catalanes habíamos sido negreros. Pués si como ya he explicado: y muchos "otros". Y en referencia al origen de la estelada, si hay una afinidad con Cuba, repasense los interesados mi post original.. Yo no mezclaría ya churras con merinas.

Tu escribes;
"...Es que Cuba y Catalunya tuvimos muy buenas relaciones, en el pasado. Familias de Americanos, como se les llamaba aqui, a los que habían emigrado, hicieron verdaderas fortunas en Cuba. Por citar la más famosa Bacardí..."
Me tomo lo de "tuvimos muy buenas relaciones" en el sentido que estas hablando de toda Catalunya y toda Cuba tuvieron afinidad entre si... sácame de mi error si no es correcto.

De todos modos es difícil que se entienda por internet el tono de ironía con el que he cortado-pegado el artículo de los negreros...
Y no creo estar mezclando churras con merinas... Se habla de Cuba, se habla de Catalunya y yo expongo un episodio (aislado) de dicha unión, y repito, expongo un episodio AISLADO de dicha unión... algo que está muy de moda hacer en estos tiempos ( lo de aislar episodios de la historia según nos apetezca para nuestros intereses) ... Mea culpa por querer ser moderno.

Tu escribes:
Mi bisabuelo fué Capitán de infantería en aquella guerra. Volvió con un brazo amputado.

Mira por donde mi bisabuelo volvió con los dos brazos enteros, pero con los pulmones destrozados por una enfermedad que pilló en el barco y que le llevó pocos años después a la tumba, dejando a mi abuela y a su hermano huérfanos...de él heredaron los problemas pulmonares mi abuela, su hermano, sus hijos y parte de sus nietos.

Hala, y ahora, no se muy bien el porqué pero me ha entrado, así de pronto, una irritación general por todo el cuerpo... asinque us o dejo este discurso de Ortega y Gasset, a ver quien es capaz de leérselo entero:

Señores diputados: siento mucho no tener más remedio que hacer un
discurso doctrinal, de aquellos precisamente que el señor Companys, en
las primeras palabras que pronunció el otro día, se apresuraba a querer
extirpar de esta discusión. Según el señor Companys, a la hora del debate
constitucional se hicieron cuantos discursos doctrinales eran menester sobre
el problema catalán y sobre su Estatuto, y se hicieron –añadía- porque
los parlamentarios catalanes habían tenido buen cuidado de dibujar, de
prefijar en el texto constitucional cuantos temas afectan al presente Estatuto.
Y yo no pongo en duda que esta intervención de los parlamentarios
catalanes fuese un gambito de ajedrez bastante ingenioso, pero no tanto
que quedemos para siempre aprisionados dentro de él, hasta el punto de
que no podamos hacer hoy, con alguna razón, con buen fundamento, sobre
el problema catalán, sobre este enjundioso problema, algún discurso
doctrinal.

Porque acontece que el debate constitucional en su realidad no coincide,
ni mucho menos, con el recuerdo que ha dejado en la memoria del
señor Companys. Tan no coincide, que ni yo, ni creo que ningún otro señor
diputado recordará, antes de la intervención del señor Maura, ningún discurso
en el cual se tratase a fondo y de frente el problema de las aspiraciones
de Cataluña. Se ha hablado ciertamente, en general, de unitarismo y
federalismo, de centralismo y autonomía, de las lenguas regionales; pero
sobre el problema catalán, sobre lo que se llama el problema catalán, estoy
por decir que yo no he oído un solo discurso, ni siquiera una parte
orgánica de un discurso, como no consideremos tales las constantes salidas
expectorativas a que nos tiene acostumbrados la bellida barba de don
Antonio Royo Villanova. Se han hecho discursos sobre el pacto de San
Sebastián, que es un tema que no tolera ni mucha doctrina ni muy buena,
y que, por otra parte, no pretenderá resumir un problema viejo de demasiados
siglos. Por tanto, yo ruego al señor Companys que no vea en esta
justificación mía, a que él mismo me ha obligado, que no vea en ella enojo
para él ni para sus compañeros; es exactamente la respuesta adecuada a
la intención con que, como al desgaire y casi de pasada, obturaba el paso
a intervenciones que presumía irremediablemente doctrinales, como la mía.
Porque piensen el señor Companys y los demás señores diputados qué
pueden ser mis discursos, si no son doctrinales, representando yo una
fuerza política cuantitativamente imperceptible y siendo, por mi persona,
hombre de escasísimo arranque. Yo no puedo ofrecer otra cosa a la vida
pública de mi país que la moneda divisionaria, menos aún, la calderilla de
unas cuantas reflexiones sobre los problemas en ella planteados. Nadie
puede pedirme que dé más de lo que tengo; pero nadie tampoco puede
estorbarme que contribuya con lo que poseo. Porque la República necesita
de todas las colaboraciones, las mayores y las ínfimas, porque necesita –
queráis o no- hacer las cosas bien, y para eso todos somos pocos.

Sobre todo en estos dos enormes asuntos que ahora tenemos delante,
la reforma agraria y el Estatuto catalán, es preciso que el Parlamento se
resuelva a salir de sí mismo, de ese fatal ensimismamiento en que ha
solido vivir hasta ahora, y que ha sido causa de que una gran parte de la
opinión le haya retirado la fe y le escatime la esperanza. Es preciso ir a
hacer las cosas bien, a reunir todos los esfuerzos. El político necesita de
una imaginación peculiar, el don de representarse en todo instante y con
gran exactitud cuál es el estado de las fuerzas que integran la total opinión
y percibir con precisión cuál es su resultante, huyendo de confundirla con
la opinión de los próximos, de los amigos, de los afines, que, por muchos
que sean, son siempre muy pocos en la nación. Sin esa imaginación, sin
ese don peculiar, el político está perdido.


Continuará...
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janfriboga
#549 por janfriboga el 13/10/2013
En el último capítulo dejamos a Ortega y Gasset con un punto y aparte... Vuelve a tomar impulso y sigue diciendo:

Ahí tenemos ahora España, tensa y fija su atención en nosotros. No
nos hagamos ilusiones: fija su atención, no fijo su entusiasmo. Por lo mismo,
es urgente que este Parlamento aproveche estas dos magnas cuestiones
para hacer las cosas ejemplarmente bien, para regenerarse en sí mismo
y ante la opinión. Quién no os lo diga así, no es leal. (Muy bien.)
Y en medio de esta situación de ánimo, vibrando España entera alrededor,
encontramos aquí, en el hemiciclo, el problema catalán. Entremos en
él sin más y comencemos por lo más inmediato, por lo primero de él con
que nos encontramos. Y ¿qué es lo más inmediato, concreto y primero con
que topamos del problema catalán? Se dirá que si queremos evitar vaguedades,
lo más inmediato y concreto con que nos encontramos del problema
catalán es ese proyecto de Estatuto que la Comisión nos presenta y
alarga; y de él, el artículo 1.º del primer título. Yo siento discrepar de los
que piensan así, que piensan así por no haber caído en la cuenta de que
antes de ese primer artículo del primer título hay otra cosa, para mí la más
grave de todas, con la que nos encontramos. Esa primera cosa es el propósito,
la intención con que nos ha sido presentado este Estatuto, no sólo
por parte de los catalanes, sino de otros grupos de los que integran las
fuerzas republicanas. A todos os es bien conocido cuál es ese propósito.
Lo habéis oído una y otra vez, con persistente reiteración, desde el advenimiento
de la República. Se nos ha dicho: «Hay que resolver el problema
catalán y hay que resolverlo de una vez para siempre, de raíz. La República
fracasaría si no lograse resolver este conflicto que la monarquía no
acertó a solventar.»

Yo he oído esto muchas veces y otras tantas me he callado, porque a
las palabras habían precedido los actos y por muchas otras razones. Aunque
me gusta grandemente la conversación, no creo ser hombre pronto ni
largo en palabras. A defecto de mejores virtudes, sé callar largamente y
resistir a las incitaciones que obligan a los hombres, que les fuerzan para
que hablen a destiempo. Pero ha llegado el minuto preciso en que hay que
quebrar ese silencio y responder a lo tantas veces escuchado, que si se
trata no más que de una manera de decir, de un mero juego enunciativo,
esas expresiones me parecen pura exageración y, por tanto, peligrosas;
pero si, como todos presumimos, no se trata de una figura de dicción, de
una eutrapelia, que sería francamente intolerable en asunto y sazón tan
grave, si se trata en serio de presentar con este Estatuto el problema catalán
para que sea resuelto de una vez para siempre, de presentarlo al Parlamento
y a través de él al país, adscribiendo a ello los destinos del régimen,
¡ah!, entonces yo no puedo seguir adelante, sino que, frente a este
punto previo, frente a este modo de planteamiento radical del problema, yo
hinco bien los talones en tierra, y digo: ¡alto!, de la manera más enérgica y
más taxativa. Tengo que negarme rotundamente a seguir sin hacer antes
una protesta de que se presente en esta forma radical el problema catalán
a nuestra Cataluña y a nuestra España, porque estoy convencido de que
es ello, por unos y por otros, una ejemplar inconsciencia. ¿Qué es eso de
proponernos conminativamente que resolvamos de una vez para siempre
y de raíz un problema, sin para en las mientes de si ese problema, él por sí
mismo, es soluble, soluble en esa forma radical y fulminante? ¿Qué diríamos
de quien nos obligase sin remisión a resolver de golpe el problema de
la cuadratura del círculo? Sencillamente diríamos que, con otras palabras,
nos había invitado al suicidio.

Pues bien, señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos
los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema
que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto,
conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos
que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen
que conllevarse con los demás españoles.

Yo quisiera, señores catalanes, que me escuchaseis con plena holgura
de ánimo, con toda comodidad interior, sin ese soliviantamiento de la atención
que os impediría fijarla en lo que vayáis oyendo, porque temierais
que, al revolver la esquina de cualquiera de mis párrafos, tropezaseis con
algún concepto, palabra o alusión enojoso para vosotros y para vuestra
causa. No; yo os garantizo que no habrá nada de eso, lo garantizo en la
medida que es posible, cuando se tienen todavía por delante algunos cuartos
de hora de navegación oratoria. Nadie presuma, pues, que yo voy a
envenenar la cuestión. No; todo lo contrario; pero pienso que, sólo partiendo
de reconocerla en su pura autenticidad, se le puede propinar y a ello
aspiro, un eficaz contraveneno. Vamos a ello, señores.

Digo, pues, que el problema catalán es un problema que no se puede
resolver, que sólo se puede conllevar; que es un problema perpetuo, que
ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá
siendo mientras España subsista; que es un problema perpetuo, y que a
fuer de tal, repito, sólo se puede conllevar.

¿Por qué? En rigor, no debía hacer falta que yo apuntase la respuesta,
porque debía ésta hallarse en todas las mentes medianamente cultivadas.
Cualquiera diría que se trata de un problema único en el mundo, que anda
buscando, sin hallarla, su pareja en la Historia, cuando es más bien un
fenómeno cuya estructura fundamental es archiconocida, porque se ha
dado y se da con abundantísima frecuencia sobre el área histórica. Es tan
conocido y tan frecuente, que desde hace muchos años tiene inclusive un
nombre técnico: el problema catalán es un caso corriente de lo que se
llama nacionalismo particularista. No temáis, señores de Cataluña, que en
esta palabra haya nada enojoso para vosotros, aunque hay, y no poco,
doloroso para todos.

¿Qué es el nacionalismo particularista? Es un sentimiento de dintorno
vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se
apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir
aparte de los demás pueblos o colectividades. Mientras éstos anhelan lo
contrario, a saber: adscribirse, integrarse, fundirse en una gran unidad histórica,
en esa radical comunidad de destino que es una gran nación, esos
otros pueblos sienten, por una misteriosa y fatal predisposición, el afán de
quedar fuera, exentos, señeros, intactos de toda fusión, reclusos y absortos
dentro de sí mismos.

Y no se diga que es, en pequeño, un sentimiento igual al que inspira los
grandes nacionalismos, los de las grandes naciones; no; es un sentimiento
de signo contrario. Sería completamente falso afirmar que los españoles
hemos vivido animados por el afán positivo de no querer ser franceses, de
no querer ser ingleses. No; no existía en nosotros ese sentimiento negativo,
precisamente porque estábamos poseídos por el formidable afán de
ser españoles, de formar una gran nación y disolvernos en ella. Por eso, de
la pluralidad de pueblos dispersos que había en la Península, se ha formado
esta España compacta.

En cambio, el pueblo particularista parte, desde luego, de un sentimiento
defensivo, de una extraña y terrible hiperestesia frente a todo contacto
y toda fusión; es un anhelo de vivir aparte. Por eso el nacionalismo
particularista podría llamarse, más expresivamente, apartismo o, en buen
castellano, señerismo.

Pero claro está que esto no puede ser. A un lado y otro de ese pueblo
infusible se van formando las grandes concentraciones; quiera o no, comprende
que no tiene más remedio que sumirse en alguna de ellas: Francia,
España, Italia. Y así ese pueblo queda en su ruta apresado por la atracción
histórica de alguna de estas concentraciones, como, según la actual astronomía,
la Luna no es un pedazo de Tierra que se escapó al cielo, sino al
revés, un cuerpo solitario que transcurría arisco por los espacios y al acercarse
a la esfera de atracción de nuestro planeta fue capturado por éste y
gira desde entonces en su torno acercándose cada vez más a él, hasta que
un buen día acabe por caer en el regazo cálido de la Tierra y abrazarse con
ella.

Pues bien; en el pueblo particularista, como veis, se dan, perpetuamente
en disociación, estas dos tendencias: una, sentimental, que le impulsa
a vivir aparte; otra, en parte también sentimental, pero, sobre todo,
de razón, de hábito, que le fuerza a convivir con los otros en unidad nacional.
De aquí que, según los tiempos, predomine la una o la otra tendencia
y que vengan etapas en las cuales, a veces durante generaciones, parece
que ese impulso de secesión se ha evaporado y el pueblo éste se muestra
unido, como el que más, dentro de la gran Nación. Pero no; aquel instinto
de apartarse continúa somormujo, soterráneo, y más tarde, cuando menos
se espera, como el Guadiana, vuelve a presentarse su afán de exclusión y
de huida

Este, señores, es el caso doloroso de Cataluña; es algo de que nadie
es responsable; es el carácter mismo de ese pueblo; es su terrible destino,
que arrastra angustioso a lo largo de toda su historia. Por eso la historia de
pueblos como Cataluña e Irlanda es un quejido casi incesante; porque la
evolución universal, salvo breves períodos de dispersión, consiste en un
gigantesco movimiento e impulso hacia unificaciones cada vez mayores.
De aquí que ese pueblo que quiere ser precisamente lo que no puede ser,
pequeña isla de humanidad arisca, reclusa en sí misma; ese pueblo que
está aquejado por tan terrible destino, claro es que vive, casi siempre,
preocupado y como obseso por el problema de su soberanía, es decir, de
quien le manda o conquien manda él conjuntamente. Y así, por cualquier
fecha que cortemos la historia de los catalanes encontraremos a éstos,
con gran probabilidad, enzarzados con alguien, y si no consigo mismos,
enzarzados sobre cuestiones de soberanía, sea cual sea la forma que de la
idea de soberanía se tenga en aquella época: sea el poder que se atribuye
a una persona a la cual se llama soberano, como en la Edad Media y en el
siglo XVII, o sea, como en nuestro tiempo, la soberanía popular. Pasan los
climas históricos, se suceden las civilizaciones y ese sentimiento dilacerante,
doloroso, permanece idéntico en lo esencial. Comprenderéis que un pueblo
que es problema para sí mismo tiene que ser, a veces, fatigoso para
los demás y, así, no es extraño que si nos asomamos por cualquier trozo a
la historia de Cataluña asistiremos, tal vez, a escenas sorprendentes, como
aquella acontecida a mediados del siglo XV: representantes de Cataluña
vagan como espectros por las Cortes de España y de Europa buscando
algún rey que quiera ser su soberano; pero ninguno de estos reyes acepta
alegremente la oferta, porque saben muy bien lo difícil que es la soberanía
en Cataluña. Comprenderéis, pues, que si esto ha sido un siglo y otro y
siempre, se trata de una realidad profunda, dolorosa y respetable; y cuando
oigáis que el problema catalán es un su raíz, en su raíz –conste esta
repetición mía-, cuando oigáis que el problema catalán es un su raíz ficticio,
pensad que eso sí que es una ficción.


Lo siento... continuará...
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janfriboga
#550 por janfriboga el 13/10/2013
De nuevo dejamos en el anterior capitulo a Ortega y Gasset en un punto y aparte...

Y sería desconocer por completo la realidad de este morbo que se trata
de curar (una realidad que es la específica de España, la única que no se
puede copiar de ningún programa político extranjero, sino que hay que
descubrirla con la propia intuición y con el propio pensamiento); sería ignorar,
digo, la realidad que se trata de corregir, esperar que la provincia
anhele y pida autonomía. Desde el punto de vista de los altos intereses
históricos españoles, que eran los que a mí me inspiraban, si una región
de las normales pide autonomía, ya no me interesaría otorgársela, porque
pedirla es ya demostrar que espontáneamente se ha sacudido la inercia, y,
en mi idea, la autonomía, el régimen, la pedagogía política autonómica no
es un premio, sino, al revés, uno de esos acicates, de esos aguijones, que
la alta política obliga por veces a hincar bien en el ijar de los pueblos
cansinos. Así concebía yo la autonomía.

Y una vez que imaginaba a España organizada en nerviosas autonomías
regionales, entonces me volvía al problema catalán y me pregunta
ba: «¿De qué me sirve esta solución que creo haber hallado a la enfermedad
más grave nacional (que es, por tanto, una solución nacional), para
resolver el problema de Cataluña?» Y hallaba que, sin premeditarlo, habíamos
creado el alvéolo para alojar el problema catalán. Porque, no lo
dudéis, si a estas horas todas las regiones estuvieran implantando su autonomía,
habrían aprendido lo que ésta es y no sentirían esa inquietud,
ese recelo, al ver que le era concedida en términos estrictos a Cataluña.
Habríamos, pues, reducido el enojo apasionado que hoy hay contra ella en
el resto del país y lo habríamos puesto en su justa medida. Por otra parte,
Cataluña habría recibido parcial satisfacción, porque quedaría solo, claro
está, el resto irreductible de su nacionalismo. Pero ¿cómo quedaría? Aislado;
por decirlo así, químicamente puro, sin, sin poder alimentarse de
motivos en los cuales la queja tiene razón.

Esto venía yo predicando desde hace veinte años, pero no sé lo que
pasa con mi voz, que, aunque no pocas veces se me ha oído, casi nunca
se me ha escuchado; se me ha hecho homenaje, que agradezco, aunque
no necesito, dado el humilde cariz de mi vida, pero no se me ha hecho
caso. Y así ha acontecido que lo que yo pretendía evitar es hoy un hecho,
y como os decía en discurso anterior, se hallan frente a frente la España
arisca y la España dócil. (Rumores.)

Aunque en peores condiciones, es de todos modos necesario e ineludible
intentar esta solución autonómica. La autonomía es el puente tendido
entre los dos acantilados, y ahora lo que importa es determinar cuál debe
ser concretamente la figura de autonomía que hoy podemos otorgar a Cataluña.
Con ello desemboco en la tercera y última parte de mi discurso (el
auditorio respira animoso cuando oye que el orador anuncia que en su
discurso comienza la vertiente de descenso); pero esta vez esa tercera
parte ha de ser, creo que breve, aunque en definitiva, la decisiva, porque
será aquella en la cual un grupo de hombres, el que forma nuestra minoría,
exprese lo que ahora es urgente que todos expongan: cuál es su opinión
concreta, taxativa, sobre lo que va a constituir el Estatuto de Cataluña.
Pues es problema tan hondo, de tan largas consecuencias, que es preciso
que todos los grupos de la Cámara, como les pedía el señor Maura en su
discurso del viernes pasado, digan lo que opinan concretamente sobre ello
antes de comenzar la discusión del articulado. Parece que hay algún vago
derecho a solicitarlo así. Todos los grupos de la Cámara, sobre todo los
grandes partidos, y más aún el mayor de los grandes partidos, que es el
partido socialista, deben exponer su opinión. El partido socialista tiene el
gran deber en esta hora de hablar a tiempo, con toda altitud y precisión,
por dos razones; la primera, ésta: el partido socialista fue en tiempos de la
monarquía un magnífico movimiento de opinión que vivía extramuros del
Gobierno; doctrinalmente no revolucionario, era de hecho
semirrevolucionario por su escasa compatibilidad con aquel régimen; pero
desde el advenimiento de la República, el partido socialista es un partido
gubernamental, y esté o no esté en el banco azul, un partido gubernamental
es cogobernante, porque se halla siempre en potencia próxima de ponerse
a gobernar. Es, pues, preciso que este partido, que es un partido de
clase, al hacerse partido de gobierno, nos vaya enterando de cómo logra
articular su interés de partido de clase con el complejo y orgánico interés
nacional, porque gobernar, sólo puede un partido por su dimensión de nacional;
lo otro, es una dictadura. Pero la otra razón, que obliga al partido
socialista a declararse bien ante la opinión, es que estamos ahora discutiendo,
junto a esta reforma de la organización catalana que nos trae el
Estatuto, otra reforma, germinada con ella o como melliza, que es la reforma
agraria, de interés muy especialmente socialista, aunque yo creo que,
además, es de interés nacional. Es menester que en esta combinación de
los dos temas llegue el partido socialista a igual claridad con respecto al
uno y con respecto al otro; es ésta una diafanidad a que el partido socialista
español, por su propia historia, nos suele tener acostumbrados, pero
que mucho más tiene que hacer ahora plenamente transparente, plenamente
clara y plenamente prometedora.

Pues bien; voy ahora a decir rápidamente, no lo que, en cada una de
las líneas del proyecto de esa Comisión, ha puesto, contrapuesto o subrayado
nuestro grupo, en largas reuniones de meditación sobre el tema; pero
sí voy a designar cuáles son las normas concretísimas que nos ha inspirado
ésta que consideramos corrección del proyecto y que da a nuestro voto
particular casi un carácter –si no fuera pretensión- de contraproyecto


Siempre hay un final... último continuará...
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Gracias a todos
#551 por Gracias a todos el 13/10/2013
(Mientras contunúas), hago un inciso; o más bien un inciso contuso: qué bueno es mirar atrás (también adelante, más que nada para no darse con las farolas) y no hace falta irse muy lejos, mirar a Ortega y Gasset (o a Serrano, que hay tiendas de postín) o a Azaña o a otros grandes hombres, no como Mas, que más que más parece menos.
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janfriboga
#552 por janfriboga el 13/10/2013
Esta vez dejamos a Ortega y Gasset en un punto y seguido.

Ante
todo, como he dicho, es preciso raer de ese proyecto todos los residuos
que en él quedan de equívocos con respecto a la soberanía; no podemos,
por eso, nosotros aceptar que en él se diga: «El Poder de Cataluña emana
del pueblo.» La frase nos parece perfecta, ejemplar; define exactamente
nuestra teoría general política; pero no se trata sin distingos, que fueran
menester, del pueblo de Cataluña aparte, sino del pueblo español, dentro
del cual y con el cual convive, en la raíz, el pueblo catalán.

Parejamente, nos parece un error que, en uno de los artículos del título
primero, se deslice el término de «ciudadanía catalana». La ciudadanía es
el concepto jurídico que liga más inmediata y estrechamente al individuo
con el Estado, como tal; es su pertenencia directa al Estado, su participación
inmediata en él. Hasta ahora se conocen varios términos, cada uno
de los cuales adscribe al individuo a la esfera de un Poder determinado; la
ciudadanía que le hace perteneciente al Estado, la provincialidad que le
inscribe en la provincia, la vecindad que le incluye en el Municipio. Es
necesario, a mi modo de ver, que inventen los juristas otro término, que
podamos intercalar entre el Poder supremo del Estado y el Poder que le
sigue –en la vieja jerarquía- de la provincialidad; pero es menester también
que amputemos en esa línea del proyecto de Estatuto esa extraña ciudadanía
catalana, que daría a algunos individuos de España dos ciudadanías,
que les haría, en materia delicadísima, coleccionistas.

Por fortuna, ahorra mi esfuerzo, en el punto más grave que sobre esta
materia trae el dictamen, el espléndido discurso de maestro de Derecho
que ayer hizo el señor Sánchez Román. Me refiero al punto en el cual el
Estatuto de Cataluña tiene que ser reformado, de suerte tal que no se sabe
bien si esta ley y poder que las Cortes ahora otorguen podrá nunca volver
a su mano, pues parece, por el equívoco de la expresión de este artículo,
que su reforma sólo puede proceder del deseo por parte del pueblo catalán.
A nuestro juicio, es menester que se exprese de manera muy clara no
sólo que esto no es así, sino que es preciso completarlo añadiendo a esa
incoación, por parte de Cataluña, del proceso de revisión y reforma del
Estatuto, otro procedimiento que nazca del Gobierno y de las Cortes. Parece
justo que sea así. Es un problema entre dos elementos, entre dos cabos,
y nada más justo y racional que el que la reforma y la revisión puedan
comenzarse o por un cabo o por el otro; que intervenga, pues, o el Gobierno
de la nación o el plebiscito de Cataluña.

Vamos ahora al tema de la enseñanza. Es éste un punto en que me
complace declarar que la fórmula encontrada por el dictamen de la Comisión
se nos antoja excelente. Pretende Cataluña crear ella su cultura; a
crear una cultura siempre hay derecho, por más que sea la faena no sólo
difícil, sino hasta improbable; pero ciertamente que no es lícito coartar los
entusiasmos hacia ello de un grupo nacional. Lo que no sería posible es
que para crear esa cultura catalana se usase de los medios que el Estado
español ha puesto al servicio de la cultura española, la cual es el origen
dinámico, histórico, justamente del Estado español. Sería, pues, como entregar
su propia raíz. Bien está, y parece lo justo, que convivan paralelamente
las instituciones de enseñanza que el Estado allí tiene y las que
cree, con su entusiasmo, la Generalidad. Ya hablaremos cuando se trate
del articulado, del problema del bilingüismo. Dejemos, pues, intacta esta
cuestión. Lo que importa es decir que en aquel punto general de la enseñanza
nos parece excelente el dictamen de la Comisión. Sólo podría oponerse
una advertencia. ¿No sería ello complicar demasiado las cosas?
¿No sería acumular en Cataluña un exceso de instituciones docentes?

Decía un viejo libro indio que cuando el hombre pone en el suelo la
planta, pisa siempre cien senderos. ¡Hay que ver los senderos que acabamos
de pisar con esta observación! ¿No serían excesivos los establecimientos
de enseñanza que así resultarían en Cataluña? ¿Sabéis en qué
tipo de cuestiones ponemos ahora el pie, qué cantidad de inepcias y de
irreflexión han gravitado sobre el destino español y que afloran y
transparecen ahora de pronto al tocar este tema? ¿Sabéis que hasta hace
tres años en Barcelona, en una población de un millón de habitantes, había
un solo Instituto, cuando en Alemania, para un millón de habitantes,
hay cuarenta Institutos, y en el país que menos, en Francia, hay catorce
Institutos? Uno de los senderos que parten ahora de nuestra planta es el
haceros caer en la cuenta de que cuando discutáis los problemas de las
órdenes religiosas y de la enseñanza tengáis la generosidad y la profundidad
de plantearlos en toda su complejidad, porque cuando un Estado se
ha comportado de esta suerte ante una urbe de un millón de habitantes, en
una de las instituciones más características de las clases que, al fin y al
cabo, tenían el poder en aquel régimen; cuando un Estado se ha comportado
así, cuando el resto del país lo ha tolerado y tal vez ni lo ha sabido, lo
cual quiere decir que no lo ha atendido, no hay derecho a quejarse de que
los pobres chicos tengan que ir a recibir enseñanza donde se la den; y las
órdenes religiosas se la daban, no porque tuvieran una excepcional, fantástica
y espectral fuerza insólita sobre la vida española, sino simplemente
porque el Estado español y la democracia constitucional española hacían
dejación de sus deberes de atender a la enseñanza nacional. (Muy bien.)

Pero cuando tocamos este punto, otro sendero, que lleva a problemas
todavía más graves, nos araña las plantas, porque al haber caído en la
cuenta de que esto se hacía, de que esta enormidad se hacía, es decir, no
se hacía, en una población como Barcelona en materia de enseñanza, nos
preguntamos: ¿Y qué es lo que se hacía con respecto a las otras instituciones
de Gobierno, de Poder público? ¿Cómo estaba allí representado
institucionalmente, en ese enorme cuerpo social que es Barcelona, el Estado,
el Poder? ¿Qué figuras de autoridad veía a toda hora el buen barcelonés
pasar por delante de él para aprender de esa suerte lo que es el
mando, la autoridad del Estado? Pues, señores, hasta hace muy pocos
años, bien pocos años, la población de Barcelona y su provincia, con el
millón de habitantes de su capital, estaba gobernada exactamente por las
mismas instituciones que Soria y que Zamora, pequeñas villas rurales: por
un gobernador civil. ¡Y luego extrañará que en Barcelona hubiese una rara
inspiración subversiva! Esa población está compuesta, principalmente, de
un enorme contingente de obreros; la concentración industrial de Barcelona
arranca de los últimos terruños y glebas de España, donde vivían al fin
y al cabo moralizados por la influencia tradicional y como vegetal de su
patria, infinidad de obreros españoles y los lleva a Barcelona y los amontona
allí; y estos obreros, como las demás clases sociales, no veían aparecer
el Poder público con volumen y figura correspondiente y, naturalmente,
sentían constantemente como una invitación a olvidarse del poder y de la
autoridad, a ser constitutivamente subversivos; y de aquí, no por ninguna
extraña magia ni poder especial de la inspiración catalana, de aquí que
todas las cosas subversivas que han acontecido en España, desde hace
muchísimos años, vinieran de Barcelona. ¡Es natural! ¡Si el aire era subversivo,
porque no se le había enseñado a ser otra cosa! Se juntan allí los
militares y brotan las Juntas de Defensa y, creedme, si un día se juntan allí
los obispos, ya veréis cómo los báculos se vuelven lanzas. (Risas.)

Otro punto en que coincidimos, y esto va a extrañar a muchos, con el
proyecto de la Comisión, es aquel que se refiere al orden público. A primera
vista y al pronto, yo, como muchos, pensé que parecía improcedente
otorgar a Cataluña en esta forma –que conste, no es total-, el cuidado del
orden público. A primer vista, en efecto, parece, y es cierto, que el orden
público es el poder más inmediato del Estado; pero, en primer lugar, en
este artículo no se quita al Estado la intervención en el orden público, sino,
simplemente, se crea una instancia primera, la cual se entrega a la Generalidad.
Confieso que me hizo gran impresión la advertencia que nos transmitía
en su discurso el señor Maura, advertencia evidentemente aprendida
en su experiencia de ministro de la Gobernación; experiencia que yo me
sospecho mucho no voy a lograr directamente nunca, pero que, por lo
mismo, me complace absorber de quien me la transmite. Pues bien; no
tenía duda ninguna que era de gran fuerza el razonamiento del señor Maura.
¿No es cuestión delicada que coexistan –pues esta sería una de las posibles
soluciones en Cataluña- dos policías? ¿No es igualmente, o más delicado,
que el Estado se quede sin contacto directo, sin visión ni previsión
de lo que germina y fermenta en los bajos fondos de la vida catalana y,
sobre todo, en los profundos bajos fondos de la ciudad de Barcelona? Ni lo
uno ni lo otro es, en efecto, deseable. Lo uno y lo otro llevan a desagradables
consecuencias. Dos policías hurgando en lo mismo, con tropezones
de manos distintas sobre un mismo tema oscuro, en manera alguna; una
policía del Estado español teniendo que afrontar acaso situaciones graves,
sin tener de ellas ningún conocimiento previo, tampoco. No escatimo, pues,
la importancia, la gravedad de esta advertencia; pero permitidme que os
muestre el otro lado de la cuestión.

Se crea por este Estatuto un Poder regional de suma importancia, con
gran burocracia, con intervención en una cantidad enorme de asuntos de
la vida local catalana; tiene, pues, ancho campo para actuar. ¿Tiene sentido
que a ese Poder, al cual damos la parte más mollar y fecunda de la
gobernación, le retengamos la parte más difícil, aquella que representa el
módulo de responsabilidad de todo Gobierno y de todo Poder y, sobre
todo, aquella que es en la que se manifiesta el último punto de delicadeza
y de tacto moral de los Poderes? ¿Tiene sentido que todas las cosas buenas
se hagan por la Generalidad y que sea el Estado central quien tenga
que ir allí no más que para resolver problemas de orden público, que son
siempre agujeros que se hacen en el capital de autoridad de todo Gobierno?
No puede ser; si allí pasa lo bueno, conviene que tengan también la
experiencia de los problemas que plantea el orden público; es menester
que allí donde actúa el Poder sea donde se afronten inmediatamente, y por
lo menos en primera instancia, sus consecuencias; que no pase como
ocurre con los pájaros de las pampas que se llaman teros, de los cuales
muchas veces don Miguel de Unamuno ha dicho, repitiéndonos los versos
de Martín Fierro, «que en un lao pegan los gritos y en otro ponen los huevos
»; no, que el grito se pegue junto al huevo. (Muy bien.)

No podemos aceptar, en cambio, que pase el orden judicial íntegro a la
Generalidad; pero esto por una razón frente a la cual me extraña que pueda
darse, por parte de los señores catalanes, contrarrazón de peso. No es
la cuestión de Justicia tema que pueda servir de discusión, ni de batalla
entre los hombres. Acontece así, pero no debe acontecer; es decir, que
acontece sin razón. En todas partes es el movimiento que empuja a la
Historia, ir haciendo homogénea la Justicia , porque sólo si es homogénea
puede ser justa; no es posible que, de un lado al otro del monte, la Justicia
cambie de cara; el ideal sería que la Justicia fuese, no ya sólo nacional,
sino internacional, planetaria, a ser posible, sideral; que cuanto más homogénea
la hagamos, más amplia la hagamos, más cerca estará de poder
soñar en ser algo parecido a la Justicia misma.

Pero, en fin, déjese a los catalanes su justicia municipal; déjeseles todo
lo contencioso administrativo sobre los asuntos que queden inscritos en la
órbita de actuación que emana de la Generalidad, pero nada más.

Y vamos al último punto, al que se refiere a la Hacienda. No voy, naturalmente,
ahora a tratar en detalle, ni formalmente, del asunto. Voy sólo a
enunciar las dos normas que nos han inspirado la corrección al anteproyecto.
Son dos normas, la una complementaria de la otra y que, por lo
mismo, la corrige. La norma fundamental es ésta: deseamos que se entreguen
a Cataluña cuantías suficientes y holgadas para poder regir y poder
fomentar la vida de su pueblo dentro de los términos del Estatuto: lo hacemos
no sólo con lealtad, sino con entusiasmo; pero lo que no podemos
admitir es que esto se haga con detrimento de la economía española. No
me refiero ahora a las cuantías, no escatimo; lo que digo es que no es
posible entregar a Cataluña ninguna contribución importante, íntegra, porque
eso la desconectaría de la economía general del país, y la economía
general del país, desarticulada, no por el más o el menos de cuantía en lo
que se entregara, no podría vivir con salud, y mucho menos en aumento y
plenitud.


Y lo siento quien quiera seguir leyendo que lo siga en esta página:
http://www.beersandpolitics.com/discursos/jose-ortega-y-gasset/el-estatuto-de-cataluna/1231

Desisto es demasiado para un foro... Lo siento. Voy a ver si me cabe en Twitter.
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carlitus
#553 por carlitus el 13/10/2013
janfriboga escribió:
Y lo siento quien quiera seguir leyendo que lo siga en esta página:
http://www.beersandpolitics.com/discursos/jose-ortega-y-gasset/el-estatuto-de-cataluna/1231
Desisto es demasiado para un foro... Lo siento. Voy a ver si me cabe en Twitter.
A mi me sabe a poco porque no lo has puesto todo
#548 #549 #550 #552
Hay, en Hispasonic, una opción que es copiar/pegar en un .pdf, un .doc, etc...de tu ordenador y luego subirlo con "Adjuntar archivo"
Incluso yo sé hacerlo, es más cuando tengo mucho que decir, lo hago así. Te digo esto porque si con darle a un linck, podíamos acceder a este interesante texto, incluso te podías haber ahorrado el copia/pega.
Se agradece el curro e interés que te tomas, te lo digo en serio. Prometo que me voy a leer todo.
jeje...el Twitter...jeje...

Carmelopec de Carranza escribió:
casi todos los fenómenos secesionistas (y sus precedentes) coinciden con crisis económicas y sociales profundas
perdón por el puesto, ya se que solo ponen las aves, los reptiles y algún humano, encima de la mesa...
A huevo para un Anti-Idependista, (luego direis que no hechamos una mano...)
Siguiendo con el tema marino, cuando el barco se hunde, primero se largan las ratas...

¡Salud y buenos solos!
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Gracias a todos
#554 por Gracias a todos el 13/10/2013
No lo he citado (y no porque no se me haya pasado por la mente); por respeto a usuarios como tú e, incluso, a otros.
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carlitus
#555 por carlitus el 14/10/2013
Ortega y Gasset. Siempre había pensado que eran dos, como Vitorio y Luchino, o Luccino y Visconti (chiste malo)
Perdón.
Ahora en serio, Janfri, muy interesante el discurso completo de José Ortega. No tiene desperdicio. Lo recomiendo.
Estoy a la búsqueda del discurso al que se refiere el Sr Ortega de un tal Sánchez Román. Si alguien lo localiza, antes que avise, si es plau.Me gustaría leerlo también.

¡Salud y buenos solos!
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