Otra entrevista, de otro periódico sobre el mismo tema:
John H. Elliott: "Algunos todavía piensan en lo del carácter nacional de España"
"La historia de España parecía consistir en un conflicto sin fin entre la diversidad inherente del país y una presión insistente desde el centro por la unidad", escribe John H. Elliott en su nuevo libro, Haciendo historia. El hispanista británico se refiere con estas palabras a la sensación nacida de sus viajes a mediados del siglo pasado por nuestro país y a sus investigaciones del siglo XVII. Aquel conflicto, añade en el texto, tenía similitudes con la España del Conde Duque de Olivares, figura emblemática en su carrera. Hoy aquella percepción se mantiene. "Siempre ha habido tensiones entre el centro y la periferia desde la creación de España por los Reyes Católicos".
Dice en su libro que Catalunya podría haber seguido los pasos de Portugal y haberse convertido en un estado-nación, ¿la situación hoy en Catalunya es todavía eco de entonces?
Sí, siempre han existido esas tensiones. Siempre ha habido tensiones entre el centro y la periferia desde la creación de España por los Reyes Católicos. Siempre ha sido un problema combinar unidad y diversidad en la Península Ibérica. Pero hay que insistir en que siempre hay otros caminos posibles. Por ejemplo, si las cosas hubieran sido de otra manera, quién sabe si Portugal no formaría hoy también parte de España. En la Historia hay muchos azares, accidentes y contingencias, nunca se sabe lo que va a pasar. La Historia está llena de sorpresas.
¿Alguien en algún momento de la historia de España manejó mejor esa situación?
Los Austrias. Ellos intentaron dar coherencia a una monarquía de muchos reinos, no presionando demasiado, dejando a cada sociedad sus particularidades y buscando un equilibrio entre los distintos intereses. No era exactamente un tipo de federalismo, pero sí había un equilibrio. Tal vez ahora podrían enseñarnos algo. Es peligroso pensar en un esencialismo castellano. Algunos todavía piensan en lo del ‘carácter nacional' de España, pero es una cosa del pasado, es algo caduco. Vicens Vivens se oponía, cuando Américo Castro y Sánchez Albornoz estaban en pleno debate.
¿Quiere decir que en España no hemos aprendido mucho de la Historia?
No siempre se aprenden las buenas lecciones que puede dar la Historia. Yo siempre he luchado contra la Historia reduccionista, porque siempre hay senderos no tomados en el pasado y, entonces, la cosas se repiten, regresan. Por ejemplo, en el siglo XX todos pensaron que el mundo estaba progresando hacia una sociedad racionalista y poco religiosa, seglar, y ahora vemos fundamentalismos religiosos en muchos países del planeta. Los historiadores no somos profetas, nos equivocamos, pero podemos mostrar esos caminos no tomados y pensar que tal vez de ellos se pueden sacar buenas lecciones.
Eso es un tema recurrente en España cuando se habla de la Guerra Civil...
La Guerra Civil ha dejado una larga sombra sobre la sociedad española. La experiencia dice que las guerras civiles son tan horrorosas que la gente hace lo que puede para evitar que se repitan. Aquí se manejó bien la Transición, pero las nuevas generaciones no son conscientes de los logros conseguidos en este país en los setenta y los ochenta. Hay que recordárselo, porque si no se entra de nuevo en un ciclo de odios. Desgraciadamente, para los historiadores, no han pasado suficientes años desde la Guerra Civil.
Todavía existe en el mundo una imagen de la España fanática, supersticiosa y perezosa, en su opinión, ¿es real esa leyenda negra?
Me he pasado la vida intentando desmitificar ese estereotipo, la leyenda negra de España, pero no es fácil. Sí hay fanatismo, pero no es lo más importante de la historia de España, ni muchísimo menos. Ahora entiendo algunas cosas mejor y es cierto que desde fuera impresiona mucho la fuerza que tiene todavía aquí la familia. Pero la familia está cumpliendo una función importante en este momento, una labor de cohesión en esta época de fragmentación. Y creo que eso está ayudando a España a escapar del naufragio. La otra cara de la moneda es el amiguismo y el clientelismo que todavía tienen vigencia en España. En España y, diría, en los países mediterráneos, donde es importante la familia.
¿Cómo explica un historiador la existencia todavía hoy, en el siglo XXI, de las monarquías?
Es verdad, han sobrevivido y en algunos países, como en éste, han resucitado. Pero es que no hay un sistema perfecto y la gente necesita un símbolo. En EE.UU. el presidente es ese símbolo, le reverencian como a un rey. Por otro lado, hoy toda Europa se está quejando de la falta de liderazgo, pero hay que ver el peligro del mesianismo. En el siglo XVII, en España también esperaban un mesías y al final falló. Así que cuidado con los mesías.
En Europa hoy se habla también de decadencia y usted, en el libro, se refiere a las distintas percepciones de ésta a lo largo de la historia, ¿cuál es el criterio hoy?
En este momento toda Europa tiene esa percepción de decadencia, pero es verdad que cambian los criterios según la época. En la España del Conde Duque de Olivares se comparaba el país con la España idealizada de los Reyes Católicos y con el desarrollo económico de los países nórdicos. Ahora el gran criterio son los deportes, si no ganas al fútbol, estás en plena crisis.
ecuerda en el prólogo cómo le fascinó la España de los años cincuenta, ¿le fascinaría igual la España de hoy?
Es imposible lo contrario. Los magníficos edificios, la civilización hispánica... Tiene que impresionar a la gente impresionable. La primera vez que vine lo que más me impresionó fue la dignidad de la gente en medio de la miseria y eso se ha conservado. Aquí hay una integridad, un dinamismo de la sociedad... En los cincuenta, los historiadores mayores que yo no querían visitar la España de Franco, yo vino con menos prejuicios y, aunque me quedé horrorizado, había muchas oportunidades para un historiados joven. Los españoles de aquella generación vivían en un país sofocante, con censura, no podían viajar. Pero ya la generación de los ochenta y noventa era diferente, habían visto mucho más mundo que sus padres, eran más europeos y sus mentes estaban mucho más abiertas. La primera vez que vine éste era un país de monólogos, ahora hay más diálogo. Los jóvenes historiadores españoles tienen la mente abierta al mundo y sienten mucha curiosidad por él. Soy optimista sobre el futuro de este país.
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