Durante la cena de anoche, Fin de año, observé cómo los de la mesa de al lado (3 franceses con una señora que parloteaba como una cotorra y a un volumen ciertamente molesto) no paraban de mirar indisimuladamente a una persona, ya madura, con síndrome de Dawn que estaba en la mesa de enfrente (muy educado y correctísimo toda la noche, como suelen ser esas personas). Los de esta mesa estaban ocupados a su vez en echarle insistentes miradas a una señora de facciones muy agradables (casi diría que guapa) pero de un enorme volumen. Muy, muy gorda la pobre señora. Y a su vez los comensales de esa mesa no podían apartar la vista de la mesa de la francesa con voz de pregonera que, de alguna forma se apañaba para tragar y hablar al mismo tiempo.
Pensé por un momento en los mencionados refranes cuando,
al pasear la mirada por el resto del comedor, descubrí que casi todo el mundo me estaba mirando a mi.
Regresé horrorizado de mi ensimismamiento al mundo real : ¡Yo era el pianista que estaba amenizando la cena! Indiscutiblemente estaba tocando algo en Fa menor, pero no tenía ni idea de lo que se trataba. Improvisé una resolución y me interné por terrenos conocidos.
Seguro que a más de uno le ha ocurrido algo parecido. A mi, no es la primera vez que se me va la olla a otras cosas, pero la de ayer fué toda una lección de humildad. Yo juzgando las actitudes de los demás mientras practicaba el mismo deporte pero en plan profesional.
En fin... Feliz año