Lo asombroso es que Mozart siga siendo el músico más popular, más horizontal, de la historia de Occidente. Si no fuera así, las empresas dedicadas a la música enlatada, al Compact, al DVD, a todas las mecánicas reproductivas del sonido, habrían elegido otra mercancía. La operación anterior, la muerte, debió de ser tan rentable que ahora tratan de exprimir también el nacimiento.
¿Qué elementos míticos, qué calificativos tiene Mozart que lo sitúan tan por encima de otros músicos “populares”? Quizás una euforia vital, un vigor, una energía, que hoy sólo existen en los anuncios publicitarios.
Según creen los jefes de marketing, Bach es demasiado cristiano para unos ciudadanos francamente incrédulos. Vivaldi se repite tanto que al tercer concierto ya estás empalagado. Beethoven es para intelectuales y, además, el estruendo germano fatiga y deprime. Tchaikovsky es un exagerado, un bocazas, una especie de tonadillera ensordecedora.
Realmente, Mozart es un regalo para la publicidad: es variado sin marear al oyente, es fácil y sin embargo sutil, es ingenioso pero nunca grosero… ¡Y eternamente joven! Bien es verdad que un hombre de treinta años de su tiempo equivale a uno de cincuenta de ahora, pero eso carece de importancia para los mercaderes. Mozart siempre será un niño. ¡Un niño con capacidad para graduarse de masón! ¡Un tipo muy superior a Harry Potter!
Me parece estupendo que la industria cultural invente acontecimientos para colocar sus productos, pero me preocupa que esa industria se encuentre tan escuchimizada, exangüe, envejecida. Ha de vivir muy acobardada para repetir una operación de hace tan sólo quince años. La falta de imaginación delata un riego sanguíneo defectuoso. Los sellos discográficos han entrado en su fase decrépita. Y si la industria cultural agoniza, nos vamos a quedar con la cultura a secas, la real. Dios nos coja confesados…
felix de azua.
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