Cuando le preguntaron acerca de su canción “Imagine”, himno generacional que supuestamente reflejó el espíritu de toda una época, John Lennon dijo que la citada canción no era más que “chocolate para consumo del público” (Albert Goldman, Las Vidas de John Lennon). Con ello, Lennon se ganó de un modo mucho más merecido que con una de sus canciones más superficiales el título de “autoconciencia de una generación”, pues evidenció con una gran agudeza el hecho de que la música pop-rock no era más que una variante dentro de la industria del espectáculo, propia de la cultura de masas que generó el modo de regulación fordista de las economías desarrolladas, al extender el poder adquisitivo necesario para consumir productos culturales manufacturados hasta el proletariado de las sociedades industriales; además, John Lennon puso con ello de manifiesto que la supuesta “revolución hippy”, a pesar de las virtudes edénicas que se le atribuyeron, había sido rápidamente absorbida por el sistema capitalista, articulado alrededor de las empresas transnacionales, sobre todo, norteamericanas, de modo que todo aquel fenómeno permitió adoptar, con una naturalidad propia del doblepensamiento orweliano, una actitud contradictoria en la que se consideraba rebelde dejarse el pelo largo y drogarse en el Primer Mundo mientras se consumía una apología indisimulada del poder del dinero, en un momento en el que la humanidad vivía, con los Movimientos de Liberación Nacional y el Mayo del 68, una bifurcación histórica que podía haber llevado al mundo al socialismo democrático, pero que, tras la reacción del capital en los 70, llevó al gran genocidio económico que es la globalización. El pop-rock se convirtió, así, en el “pensamiento único” musical, pues casi nadie pudo permitirse ganarse la vida en el negocio sin recurrir a él de un modo más o menos explícito. Pero en los años 80, John Lennon ya no era un profeta, sino que los “yuppies” lo ridiculizaban como el tipo que había dicho que “todo lo que necesitas es amor”; de todas formas, los “clichés” que vendían en los 80 se invirtieron en los 90, y fenómenos como el “Love Parade” demostraron que todo lo que surgiese en la industria musical en ese contexto debía ser necesariamente un fenómeno revolucionario, pero que la revolución del techno habría de ser nítidamente reaccionaria: el techno es un ejemplo increíble de cómo se puede hacer música electrónica para consumo de masas renunciando completamente a utilizar para hacer “arte” las diferentes tradiciones musicales del mundo, y, lo que es más grave, la música electrónica de vanguardia; realmente, se trata de algo que no es sorprendente, pues donde predomina el negocio, el arte acaba desapareciendo hasta considerarse algo superfluo y ridículo, por lo que la música techno acabó siendo algo tan manufacturado y estandarizado como la Coca-Cola, y con una calidad artística nula sin que nadie se sorprenda por ello; pues el problema de fondo, según la canción que hizo multimillonario a Roger Waters, es que “el dinero, según dicen, es la raíz de todo el mal de hoy, pero si pides una aumento no te sorprenderá que no te lo concedan”.