https://marxismocritico.com/2017/03/22/el-capital-financiero-y-sus-limites/
Chesnais plantea así la cuestión: se trata de “saber si la crisis económica y financiera mundial de 2007-2008 puede ser vista simplemente como una “crisis muy grande” de un capitalismo capaz todavía de abrir una nueva fase larga de reproducción ampliada a escala del “finalmente constituido mercado mundial”, o es, por el contrario, el punto de partida del momento histórico en que el capitalismo encontraría límites que ya no podría ampliar”.
A la cuestión de saber si el capitalismo ha encontrado límites infranqueables, Chesnais sugiere una respuesta positiva alrededor de la idea que desarrolla desde hace ya varios años según la cual “la crisis climática va a combinarse con la crisis del capital” /9. Los dos límites o barreras contra las que el capitalismo debería llegar a chocar son por tanto la automatización y el medio ambiente.
La automatización es un proceso intrínsecamente contradictorio como explicaba Marx en un pasaje señalado por Mandel en su introducción al libro III de El Capital: “Un desarrollo de las fuerzas productivas que redujera el número absoluto de obreros, es decir, permitiera de hecho a la nación entera llevar a cabo en un lapso de tiempo menor su producción total, llevaría a una revolución, porque pondría a la mayoría de la población fuera del circuito. Aquí también aparece el límite específico de la producción capitalista (…). Para ella, el desarrollo de la fuerza productiva no es importante más que en la medida en que aumenta el tiempo de sobretrabajo de la clase obrera y no en que disminuye el tiempo de trabajo necesario para la producción material en general; así, se mueve en contradicciones” /10.
En su artículo de 1986 /11, Ernest Mandel evoca esta “nueva contradicción creciente entre la reducción de la cantidad absoluta de trabajo humano necesario para la producción misma de una masa creciente de mercancías y las posibilidades de realización de la plusvalía contenida en esta masa de mercancías”. Para él, “la solución, es la de una sociedad dual que dividiría al proletariado actual en dos grupos antagónicos: quienes continúan participando en el proceso de producción de la plusvalía (…); quienes son excluidos de ese proceso, y sobreviven por cualquier medio que no sea el de la venta de su fuerza de trabajo”.
El medio ambiente es evidentemente el segundo límite. Chesnais ha sido uno de los primeros marxistas en tomar conciencia y en hacer tomar conciencia del hecho de que la desregulación climática formaba parte de la crisis del capitalismo y que todo proyecto socialista debería tener en cuenta esta dimensión. Chesnais señala que “los efectos del cambio climático son ya desastrosos, entre otros, para los habitantes autóctonos del Ártico, de Groenlandia y del Himalaya, para los pastores del Este africano, los habitantes de las pequeñas islas Estado del Pacífico, para las poblaciones rurales del Delta del Ganges” y subraya que “los primeros amenazados son los y las que están más alejados y son menos ‘beneficiarios’ de los mecanismos de despilfarro de la ‘sociedad de consumo’”.
Pero ¿se puede, no obstante, hablar de un límite absoluto, incluso de una “barrera inmanente”? La “catástrofe silenciosa en marcha”, por retomar la expresión de Daniel Tanuro /12, ¿conduce a un hundimiento concomitante del planeta y del capitalismo? Ese sería el “límite absoluto”, más allá del cual la especie humana se encontraría totalmente “fuera del circuito”. Pero, a pesar de todo, se puede imaginar un escenario progresivo hecho de “los conflictos violentos por los recursos de agua, las guerras civiles prolongadas por la intervención extranjera en los países más pobres, los enormes movimientos de refugiados provocados por la guerra y el cambio climático” evocados por Chesnais en su artículo de Inprecor. Se iría hacia una sociedad que se parecería a la del Talón de Hierro de Jack London o hacia un mundo tipo Mad Max, por tomar una referencia más reciente. Los dispositivos más bárbaros se pondrían en pie a medida que progresara el desastre climático.
Chesnais está de acuerdo con la crítica de la noción de “antropoceno” que sirve para designar el nuevo período abierto desde que las actividades humanas tienen un impacto global significativo sobre el ecosistema terrestre. Adopta sobre este tema los argumentos de Jason Moore que propone hablar de “capitaloceno”. Pero ¿estamos seguros de que la naturaleza sabrá hacer la distinción entre lo que tiene que ver con la actividad humana pura y lo que remite al capitalismo? Plantear la pregunta es ya responderla. Y la verdad es sin duda ésta: para evitar la catástrofe ecológica, por ejemplo, intentando cumplir los objetivos fijados por el GIEC, sería preciso una transformación profunda de los modos de vida a escala mundial que implicaría romper radicalmente con la “sociedad de consumo”. Es en cualquier caso lo que muestran los cálculos elaborados de Minqi Li /13 u otros más simplistas /14.
No es seguro finalmente que el análisis prospectivo de los desastres del capitalismo sea mejor esclarecido mediante la noción de límites absolutos, “infranqueables”, sobre los que vendrían a chocar la regresión social y el deterioro medioambiental. Lo que hay que comprender y explicar es la imbricación creciente de estos procesos en el seno de una
“catástrofe silenciosa en marcha” que no tiene otro límite que las resistencias sociales