Llevamos unos cien años de hapenning permutuativo, de bandazos cognitivos y de invasiones a otros mundos (y eso que no nos las hemos visto con los insectores...); este todovalismo, tan cachondo y majete, avala las más variopintas aventuras y no pocos disparates.
Yo armonía se poquita; algo entiendo la música y algo más el conjunto de las cosas del arte y el pensamiento; la verdad es que me pasa mucho aquí (donde se desconoce de todo un poco) que te encuentras mucho adjetivo; lo malo es que sea disponible, que valga, que exprese algo que no sea un añadido insulso, en el caso, ya de por si raro, de que te encuentres un adjetivo, que es como encontrarte un semidisminuido* para adelantar un cambio de tonalidad.
Así te encuentras instaurado como algo real y cierto un uso desinhibido de conceptos tan equívocos como un telediario: calorcito valvular, color, algo que ya ha pasado del escabroso; pero admitido en la armonía bostoniana (no se si en el M.I.T) nota de color, a un uso rotundo del tono cromático pigmentario (nada que ver ni con tonalidad, ni con el germanismo ton, vamos, que somos un pís de pintores; pero de brocha gorda.
La tristeza no es ajena a la música, y varios repusimos ejemplos claros, tanto del romanticismo como de la bossa o el jazz; pero, así a carta cabal, en la música no hay más triste que al que se le ha caído un piano en un pie y le ha dejado jodido un mes.
No me imagino acompañar a Miguel Ángel (lópez) al bajo y, de buenas a primeras, decirle, Miguel, hazlo más azul, la hostia que me mete (o la boquilla en el ojete) sería notable y estaría justificada.