Bueno, yo no quiero entrar en el debate de quienes son mejores, si los que llevan pinchando toda la vida y ahora ven su futuro profesional amenazado por una gran demanda de gente realmente buena, por que no debemos olvidar que la gente que quiere dedicarse a esto solo por ligar no llega muy lejos, para llegar a algo aquí debes estar horas y horas escuchando música gastarte un dineral que no todos se pueden permitir y pasarte cientos y cientos de horas cogiendo técnica, o los nuevos que intentan abrirse camino entre un submundo que cada dia es más oscuro y se parece más al de la música donde solo funcionan los contactos.
Lo único que quiero haceros llegar es un articulo buenisimo del mundo, que dice verdades como castillos.
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Mamá, Quiero Ser Dj
FIEBRE POR PINCHAR. Ya no basta con vocación. Hoy, para ser discjockey, también hay que estudiar. Mientras que los aspirantes alimentan el negocio de las escuelas de DJs, los profesionales tienen su propio máster, el de la Red Bull Music Academy. El vigués Víctor Flores fue el único español que obtuvo plaza para la edición de este año, celebrada en Ciudad del Cabo
EUGENIO DE LOS RÍOS. FOTO DE MIGUEL RIOPA
Víctor Flores, en la galería comercial de Vigo donde se encuentra SINSALaudio, la tienda y sello discográfico del que es socio.
GOD IS A DJ... ¿O NO? Corren malos tiempos para los disc jockeys. Al menos, eso afirman los trendsetters que teledirigen los gustos de los que pretenden ser guays. Hoy, como mucho, uno debe aspirar a poner discos, o sea, a deleitar a amigos y a amigos de amigos con su particular lista de hits sin mayor pretensión que la de pasar un buen rato. En plena reivindiación de amauterismo, cualquiera con cierta capacidad de convocatoria y suficiente morro puede pinchar y las mayores colas en las puertas de los clubes se forman para recibir a actores, periodistas, fotógrafos o artistas de variado pelaje que se avienen a destapar sus filias musicales. Sin embargo, fuera del planeta cool aún es posible encontrar al chavalín que pega la nariz al cristal de la pecera admirando la destreza del disc jockey de turno. Al que levanta la vista para admirar en la pantalla gigante un cambio perfectamente ejecutado mientras sus amigos cierran los ojos presos del trance electrónico. Al que espera al final de la sesión para preguntarle a la estrella por ésta o aquella remezcla. Más allá del exiguo círculo de la modernidad, los club kids (o discoquillos, según se mire) aún creen que lo más parecido a un dios que jamás tendrán delante es el señor que hace que la pista de baile se mueva al son que toca. Y, claro, sueñan con ser como él.
No hace tanto tiempo que Víctor Flores se pateaba las salas de Vigo, su ciudad natal, buscando la última sensación electrónica venida del otro lado del charco. Con sólo 14 años ya frecuentaba Op’Art, donde se familiarizó con el house de Chicago, aún hoy una de sus mayores influencias, y el acid house. «Solía ir a esos concursos de pinchas estilo DMC y alucinaba con lo que hacía esa gente. Y cuando iba con mis padres o algún familiar a un club o discoteca, aquello era para mí como entrar en el templo de lo prohibido, un mundo por descubrir». Tras los pasos de sus DJs de cabecera, se fogueó en infinidad de sesiones para los amigos hasta que, en octubre de 1995, debutó en la fiesta del primer aniversario de Vademecwm, acompañado por Carlos Ordóñez, Prozack. Aquella noche se hizo con una residencia en el club vigués, inmejorable rampa de lanzamiento que le ha permitido ocupar las cabinas de discotecas y festivales de España y Portugal, incluidos Sónar 99, Moog, Industrial Copera o LeClub. Casi 15 años después de sus primeras incursiones en clubland, ya con un nombre propio como DJ (facción minimal, micro house o incluso electro), Flores puede presumir además de haber conseguido una de las carísimas 60 plazas (se presentaron 2.300 aspirantes de 55 países) en la Red Bull Music Academy (RBMA), una escuela itinerante (en seis años de vida ha impartido cursos en Berlín, Sao Paulo o Nueva York), para profesionales única en su género. Los disc jockeys adquieren conocimientos a los que difícilmente podrían acceder en las escuelas que proliferan por todo el país (desde nuevas técnicas a cuestiones relacionadas con la gestión empresarial de sellos o tiendas de música), de la mano, además, de los más reputados productores del planeta.
«Siempre me llamó la atención de la RBMA que los ponentes no eran las megaestrellas del mundillo, estilo Carl Cox o Jeff Mills, sino gente que facturaba un tipo de música más interesante, como Herbert, Michael Mayer, Patrick Pulsinger... –explica Flores–. El filtro que hay que pasar es un poco complejo. Debido al escaso número de plazas y a la cantidad de solicitudes, la selección es casi una oposición. Creo que la mejor manera de que no te elijan es enviar una sesión llena de sonidos trillados y redundantes, es decir, el house o techno involucionista y estático que se produce hoy, o enviar una sesión llena de hits para romper la pista de baile. Sí buscan alguien, en cualquier estilo, que haga algo personal, que no sea un cliché. Creo que eso es lo que valoraron en mí».
Al aterrizar el pasado 31 de octubre en Ciudad del Cabo, sede de 2003 de esta escuela itinerante, Víctor tenía en mente «vivir una pequeña aventura, una experiencia irrepetible». A su vuelta, 18 días después, confiesa que sus expectativas no han sido defraudadas. «Hay un antes y un después, sí. He regresado con la idea, una tanto romántica, de que aún hay futuro para la música como objeto de creación artística, fuera del asqueroso negocio puro y duro». La ciudad, con su terrible contraste entre la opulencia y la miseria («Un residuo latente del apartheid») sus increíbles paisajes («Desde Table Mountain, una montaña de fisonomía particular que se distingue desde cualquier parte, a Simontown, en el sur, una playa llena de pingüinos, o el Cabo de Buena Esperanza») o su inquieto panorama artístico («Especialmente activo en lo musical, sobre todo por el hip hop y el kwaito, una variante afro del deep house») es única. Las clases se impartían en un antiguo edificio de oficinas del centro, un loft de dos pisos –arriba, el auditorio; abajo, los estudios; en la planta baja, oficinas, bar y área de internet– decorado con obras de artistas sudafricanos que Víctor describe como «cool, pero sin pasarse de moderno». Ponentes y alumnos se alojaban en unos apartamentos en The Waterkant, a 15 minutos de la escuela. «Es la zona alta de la ciudad, estilo San Francisco, con muchas cuestas. Compartíamos casa con otro participante, en mi caso con un sudafricano muy divertido. Los profesores se alojaban en el mismo lugar, así que podías compartir desayuno con ellos».
Un día normal comenzaba al mediodía, de forma que los alumnos pudieran recomponerse de los excesos de la noche anterior, con unas clases teóricas. «Podían ser técnicas o bien algún personaje contaba sus vivencias –explica Víctor–. Por la tarde, pasábamos a las clases de estudio y producción. Salíamos de la academia sobre las 10. Ducha y cena rápidas y a los clubes, a pinchar. Fue una locura, tantos días llenos de música y tantas noches que nunca sabías como iban a terminar». El ambiente absolutamente distendido hacía posible que, por las mañanas, no se supiera a ciencia cierta si te cruzabas con un alumno que venía del club o iba a clase... «Todos éramos un poco golfos, en el mejor sentido de la palabra. Por las mañanas, lo mejor eran las caras resacosas de la gente al llegar a la escuela. Pero las actividades solían ser tan interesantes que enseguida nos poníamos en marcha».
Nuestro representante de Vigo no sufrió el peligro de ser expulsado de esta academia. Es más: absorbió como una esponja todo lo que pudo. «Las clases que me serán más útiles fueron las relativas a producción y software musical y las sesiones de estudio. Las que más me gustaron, las ponencias de Hugh Masekela, el trompetista de jazz, y de Bob Moog, el inventor del sintetizador que lleva su nombre. ¡Con casi 80 años está hecho un chaval! También la sesión de Metro Area, uno de mis productores favoritos». ¿Y qué hay de las otras escuelas, las que proliferan por aquí? «No creo en las que sólo se basan en los aspectos técnicos. En poco tiempo puedes aprender a mezclar, pero el buen gusto y la cultura musical no se enseñan. Por suerte la RBMA no es una escuela de DJs Te enseñamos a pinchar en dos semanas, sino un foro de intercambio de ideas, pasión por la música y un lugar donde encuentras gente con gran talento».
esto aún sigue en...
http://www.el-mundo.es/laluna/2003/246/1070466178.html