Canon
ARCADI ESPADA
Miércoles, 21 de marzo de 2007.
El talento es gratis en España. Ésta es una afirmación indiscutible desde hace siglos. Y lo es en un doble sentido. Por una parte la mayoría de la población cree que el talento es perfectamente separable del trabajo. Es decir que el talento adviene (como la II República Española o como el presidente Zapatero) y es soplo de Dios o de la Fortuna, el Dios hembra. Por la otra, y en efecto vinculado, el español exige que el talento de los otros le sea graciosamente concedido, sin trámite ni tregua. El español, ducho en asaltos camineros, experimenta también la llamarada del honor cuando alguien presupone, basándose en estadísticas, que hay españoles que roban. Yo no, yo no, se rompe la camisa y muestra su pecho.
Ya se habrá entendido que hablo del canon digital y de una de las campañas más demagógicas que se hayan organizado en este experto país de demagogias. Cuentan, ufanos, que han obtenido ya un millón de firmas en contra. Supongo que sabrán por qué: ¡firmar es gratis! El canon es la respuesta a un paisaje fácil de explicar y de entender: el aumento de la facilidad de copia y disfrute de la obra original y la evidencia de que entre los países desarrollados España es uno de los más satisfecha y orgullosamente piratas. Como cualquier otro impuesto el canon tiene rasgos de injusticia: pero el que paguen justos por pecadores es el rasgo clave de cualquier medida impositiva. Contra él se han alzado en bullicioso tropel la necedad, que es lo más liberal que existe; la aplicación de la línea general estalinista: si lo hace el Gobierno, malo será, y la digitación juvenil vigente, esa suerte de pickpockets de 20, de 30, de 40, y ¡hasta de 60! años, jóvenes todos, que aspiran a jubilarse (y van a conseguirlo: ¡vaya si van a conseguirlo!) sin haber tenido que pagar nada por nada. La generación del gratis total, que entiende la vida como un grifo que se abre y mana, sin más plan, y para la que el principal rasgo de la sociedad virtual es el de la desaparición del proceso, es decir, del sudor y del dolor, sustituido por la mágica emulsión del objeto.
Visto lo cual, y con independencia de porcentajes, excepciones y de la obvia necesidad de control de los fondos subvenidos no creo que pueda discutirse que la aprobación del canon es uno de los escasos proyectos regeneracionistas de que puede dotarse la sociedad española. España (sólo hay que ver el lugar que ocupa en la generación de patentes) destaca meritoriamente en la copia. Ferran Adrià es el único español que no lo hace, y de ahí las burlas que concita su trabajo. Quiá cabreros... Un intratable país de copiones. Puede que si se grava la práctica nos dé por empezar a producir algo original. Esta práctica que hasta la fecha sólo nos lleva a la ruina y al ridículo.
(Coda: «Hay estudiantes a los que les apena ir al hipódromo y ver que hasta los caballos logran terminar su carrera». Woody Allen, fuente: Wikiquote.)
ARCADI ESPADA
Miércoles, 21 de marzo de 2007.
El talento es gratis en España. Ésta es una afirmación indiscutible desde hace siglos. Y lo es en un doble sentido. Por una parte la mayoría de la población cree que el talento es perfectamente separable del trabajo. Es decir que el talento adviene (como la II República Española o como el presidente Zapatero) y es soplo de Dios o de la Fortuna, el Dios hembra. Por la otra, y en efecto vinculado, el español exige que el talento de los otros le sea graciosamente concedido, sin trámite ni tregua. El español, ducho en asaltos camineros, experimenta también la llamarada del honor cuando alguien presupone, basándose en estadísticas, que hay españoles que roban. Yo no, yo no, se rompe la camisa y muestra su pecho.
Ya se habrá entendido que hablo del canon digital y de una de las campañas más demagógicas que se hayan organizado en este experto país de demagogias. Cuentan, ufanos, que han obtenido ya un millón de firmas en contra. Supongo que sabrán por qué: ¡firmar es gratis! El canon es la respuesta a un paisaje fácil de explicar y de entender: el aumento de la facilidad de copia y disfrute de la obra original y la evidencia de que entre los países desarrollados España es uno de los más satisfecha y orgullosamente piratas. Como cualquier otro impuesto el canon tiene rasgos de injusticia: pero el que paguen justos por pecadores es el rasgo clave de cualquier medida impositiva. Contra él se han alzado en bullicioso tropel la necedad, que es lo más liberal que existe; la aplicación de la línea general estalinista: si lo hace el Gobierno, malo será, y la digitación juvenil vigente, esa suerte de pickpockets de 20, de 30, de 40, y ¡hasta de 60! años, jóvenes todos, que aspiran a jubilarse (y van a conseguirlo: ¡vaya si van a conseguirlo!) sin haber tenido que pagar nada por nada. La generación del gratis total, que entiende la vida como un grifo que se abre y mana, sin más plan, y para la que el principal rasgo de la sociedad virtual es el de la desaparición del proceso, es decir, del sudor y del dolor, sustituido por la mágica emulsión del objeto.
Visto lo cual, y con independencia de porcentajes, excepciones y de la obvia necesidad de control de los fondos subvenidos no creo que pueda discutirse que la aprobación del canon es uno de los escasos proyectos regeneracionistas de que puede dotarse la sociedad española. España (sólo hay que ver el lugar que ocupa en la generación de patentes) destaca meritoriamente en la copia. Ferran Adrià es el único español que no lo hace, y de ahí las burlas que concita su trabajo. Quiá cabreros... Un intratable país de copiones. Puede que si se grava la práctica nos dé por empezar a producir algo original. Esta práctica que hasta la fecha sólo nos lleva a la ruina y al ridículo.
(Coda: «Hay estudiantes a los que les apena ir al hipódromo y ver que hasta los caballos logran terminar su carrera». Woody Allen, fuente: Wikiquote.)