INTRODUCCION
Todos hemos tenido profesores que han dejado huella en nosotros. Seguro que hay frases que nos decían y que nunca podremos olvidar. Muchas veces no somos conscientes de la profundidad de éstas hasta que pasan muchos años, a veces incluso cuando ya no están. Dentro de este conjunto de vivencias que todos hemos tenido, me ha venido a la memoria algo que me dijo una profesora mía cuando yo apenas era un niño; fue al finalizar un concierto en el que actué:
-"Daniel, lo que tenías que decir, lo has dicho bien".-
En aquel momento me quedé pensando, porque no entendía a qué se refería... ¡yo había tocado el piano, pero no había dado ningún discurso!
Realmente ahora es cuando he comprendido la profundidad de aquellas palabras: La música es un lenguaje. Pero leer esta afirmación y estar de acuerdo con ella no quiere decir en absoluto tener conciencia del verdadero significado. La música como lenguaje: algo que a la vista nos parece tan tópico, tan cotidiano. Paradógicamente muchos de nosotros hemos estudiado en conservatorios superiores mil y una asignaturas "complementarias", tres mil piezas para el instrumento, y resulta que ¡apenas conocemos cómo funciona el lenguaje de la música! ¿¿Pero cómo es posible, sabiendo solfear??
En los conservatorios estudiamos cómo se estructura el lenguaje de la música: estudiamos las reglas y las técnicas que sustentan el lenguaje de la música, desde un punto de vista sintáctico. La mejor comparación que se me ocurre es el latín: Casi todos hemos tenido que estudiarnos las declinaciones, los adverbios y las palabras latinas, y sin embargo... ¡¡Ninguno supo nunca hablar latín!!
Es cierto que conocemos la música... sabemos lo que es una corchea, sabemos interpretar música en nuestro instrumento... ¿Pero sabemos hacer música? ¿De verdad creéis que la visión musical de un compositor a la hora de interpretar una pieza es la misma que la de un intérprete, por muy buena técnica que posea el susodicho intérprete?
Merece la pena citar aquella anécdota en la que, tras estrenar Beethoven una composición, se le dirigió un músico y le dijo algo así: "¿Maestro, no se da usted cuenta de los errores musicales (de armonía) que ha cometido?" A lo que respondió Beethoven: "La música soy yo". Paco de Lucía, Louis Armstrong... ellos probablemente nunca llegarán a tener la cantidad de títulos que nosotros los "titulados" en música poseemos, sin embargo ellos son la música, al igual que Rachmaninoff, Mozart o Beethoven. Cualquier cantaor de flamenco puede ser más músico que un profesor superior de instrumento.
Todas estas afirmaciones nos llevan a la pregunta clave: ¿Entonces, para qué sirven los conservatorios actualmente? Podríamos divagar y llegaríamos a conclusiones tan aberrantes como considerar la música un "arte de ciencias infusas", un "arte oscura", como si fuera "cosa de magos".
Actualmente necesita uno ser mago para darse cuenta de lo que es la música en realidad, dando por supuesto el poseer unos estudios superiores en conservatorio oficial. La música es mucho más que cuatro notas y media y los matices y reguladores, fuertes y piano, que conllevan estas notas.
En los conservatorios no aprendemos música, aprendemos cómo se organiza la sintaxis musical. Aprendemos a leer música. Incluso salen instrumentistas fantásticos de nuestros conservatorios. ¿Pero realmente podremos comprender la música alguna vez?
En la carrera de un músico, pocas asignaturas son las dedicadas a lo más importante, que es la compresión y el entendimiento de la música
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La "armonía" y las "formas musicales" que estudiamos en el conservatorio, junto con la "repentización", son realmente las materias que podrían ayudarnos como las que más para ser buenos músicos. Sin embargo algunos planteamientos fallan:
La armonía y el contrapunto que se solía enseñar era una armonía casi exclusivamente "sobre papel". No se trata únicamente de practicar los ejercicios al piano y corregir tal o cual nota. Realmente un músico con un profundo conocimiento del lenguaje (la música) no depende de un piano, y le bastaría con lápiz y papel para hacer música de verdad. Pero muchos armonistas, aún usando sólo el lápiz y el papel, no ven más allá de la goma.
En armonía, como premisa, se deberían enseñar las sonoridades de todos los posibles acordes, de las conjunciones de notas sean cuales sean, de cómo actúan unas sobre otras, y de los límites de la percepción. Se debería poder reconocer cualquier acorde "de oído". Se debería aprender cómo los compositores usan estas armonías y cómo las podemos usar nosotros en un momento determinado; aprender a pasar de una tonalidad a otra de forma natural, aprender a moverse en tonalidades muy alteradas de la misma forma que nos movemos en do mayor, aprender a armonizar una melodía directamente sobre el piano, o a melodizar una armonía. Esto es la música, y no un absurdo juego de quintas y octavas. Muchos de los armonistas salen con una gran visión de "errores de armonía", ¡pero sin embargo no tienen ni idea de armonía! Una vez sabido todo lo anterior (lo cual podría ocupar más de uno, dos o tres cursos, podría ocupar una vida entera), entonces es el momento de ejercitar el cerebro en la ansiada búsqueda de quintas y octavas, comprendiendo por qué son así las normas, y cómo hay que quebrantarlas para "decir" algo interesante.
En la repentización musical se hace una aproximación real a la improvisación: el transporte, la velocidad de lectura, la armonización de una melodía. Eso sí es música. Pero tristemente muchos de los alumnos que llegan a estos cursos no dominan el lenguaje de la música lo suficiente como para poder asimilar lo que el profesor les ofrece, con lo que acaban el curso aprobando, incluso brillantemente, pero siguen sin entender más que las cuatro lecciones y las cuatro reglas que se aprendieron.
Tras todo esto, entonces y sólo entonces, tendría sentido el análisis formal. Este análisis formal no necesitaría de una partitura obligatoriamente, ni de un lápiz ni de un papel. Cuando Mozart llegaba a casa, tras un concierto, y reproducía al piano exactamente toda la partitura... ¿de verdad creéis que él memorizaba nota por nota? Mozart tenía tal conocimiento del lenguaje de la música que automáticamente analizaba la pieza y la estructuraba, armónicamente, formalmente, y en todas sus dimensiones. De esta manera un curso de "formas musicales" dado por Mozart sería lo más enriquecedor del mundo, porque en realidad lo que se persigue es la compresión de la pieza, y con ello la compresión del lenguaje.
De todo este desconocimiento surgen posturas aberrantes, como aquellos que odian la "música culta actual" ("no la comprenden, sus oídos no están preparados"), o todo lo contrario, los fanáticos de esta música y que tachan a Chopin y Bach de "anticuados". Precisamente el arte actual (ya no sólo la música) es un arte para "artistas". Componer música hace unos años era una labor muchísimo más simple que actualmente. Los compositores actuales han de comprender que la música que componen casi sólo pueden llegar a entenderla los músicos. Esto no ocurría hace un siglo, o quizás menos. Lo verdaderamente achacable a muchas músicas de músicos actuales es el superar los límites de la percepción humana, de forma que para entender una pieza hay que estudiarla profundamente, y la percepción sonora únicamente no basta para poder entender todo lo que ahí dentro pasa. No por ello toda la música actual es buena, ni muchísimo menos: de hecho es en la actualidad, bajo mi punto de vista, cuando más fraudes se cometen en la música; fácilmente te pueden dar gato por libre, cualquiera puede componer cualquier cosa, y aquello ser una "farsa musical" total. El buen músico debería ser capaz de diferenciar música buena o mala.
Otro de los errores más comunes es pensar que un músico, debido a los análisis musicales que llega a hacer en su cabeza, no es capaz de apreciar la belleza de una pieza: ¿Cómo es posible no darse cuenta que cuanto mejor se conoce un lenguaje, cuanto más se aproxima uno a él, cuanto mejor se entiende cada palabra, es cuando mejor se siente la poesía que se hace con ese lenguaje? La música es como el primer amor, se lleva siempre en el corazón.
Todos hemos tenido profesores que han dejado huella en nosotros. Seguro que hay frases que nos decían y que nunca podremos olvidar. Muchas veces no somos conscientes de la profundidad de éstas hasta que pasan muchos años, a veces incluso cuando ya no están. Dentro de este conjunto de vivencias que todos hemos tenido, me ha venido a la memoria algo que me dijo una profesora mía cuando yo apenas era un niño; fue al finalizar un concierto en el que actué:
-"Daniel, lo que tenías que decir, lo has dicho bien".-
En aquel momento me quedé pensando, porque no entendía a qué se refería... ¡yo había tocado el piano, pero no había dado ningún discurso!
Realmente ahora es cuando he comprendido la profundidad de aquellas palabras: La música es un lenguaje. Pero leer esta afirmación y estar de acuerdo con ella no quiere decir en absoluto tener conciencia del verdadero significado. La música como lenguaje: algo que a la vista nos parece tan tópico, tan cotidiano. Paradógicamente muchos de nosotros hemos estudiado en conservatorios superiores mil y una asignaturas "complementarias", tres mil piezas para el instrumento, y resulta que ¡apenas conocemos cómo funciona el lenguaje de la música! ¿¿Pero cómo es posible, sabiendo solfear??
En los conservatorios estudiamos cómo se estructura el lenguaje de la música: estudiamos las reglas y las técnicas que sustentan el lenguaje de la música, desde un punto de vista sintáctico. La mejor comparación que se me ocurre es el latín: Casi todos hemos tenido que estudiarnos las declinaciones, los adverbios y las palabras latinas, y sin embargo... ¡¡Ninguno supo nunca hablar latín!!
Es cierto que conocemos la música... sabemos lo que es una corchea, sabemos interpretar música en nuestro instrumento... ¿Pero sabemos hacer música? ¿De verdad creéis que la visión musical de un compositor a la hora de interpretar una pieza es la misma que la de un intérprete, por muy buena técnica que posea el susodicho intérprete?
Merece la pena citar aquella anécdota en la que, tras estrenar Beethoven una composición, se le dirigió un músico y le dijo algo así: "¿Maestro, no se da usted cuenta de los errores musicales (de armonía) que ha cometido?" A lo que respondió Beethoven: "La música soy yo". Paco de Lucía, Louis Armstrong... ellos probablemente nunca llegarán a tener la cantidad de títulos que nosotros los "titulados" en música poseemos, sin embargo ellos son la música, al igual que Rachmaninoff, Mozart o Beethoven. Cualquier cantaor de flamenco puede ser más músico que un profesor superior de instrumento.
Todas estas afirmaciones nos llevan a la pregunta clave: ¿Entonces, para qué sirven los conservatorios actualmente? Podríamos divagar y llegaríamos a conclusiones tan aberrantes como considerar la música un "arte de ciencias infusas", un "arte oscura", como si fuera "cosa de magos".
Actualmente necesita uno ser mago para darse cuenta de lo que es la música en realidad, dando por supuesto el poseer unos estudios superiores en conservatorio oficial. La música es mucho más que cuatro notas y media y los matices y reguladores, fuertes y piano, que conllevan estas notas.
En los conservatorios no aprendemos música, aprendemos cómo se organiza la sintaxis musical. Aprendemos a leer música. Incluso salen instrumentistas fantásticos de nuestros conservatorios. ¿Pero realmente podremos comprender la música alguna vez?
En la carrera de un músico, pocas asignaturas son las dedicadas a lo más importante, que es la compresión y el entendimiento de la música
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La "armonía" y las "formas musicales" que estudiamos en el conservatorio, junto con la "repentización", son realmente las materias que podrían ayudarnos como las que más para ser buenos músicos. Sin embargo algunos planteamientos fallan:
La armonía y el contrapunto que se solía enseñar era una armonía casi exclusivamente "sobre papel". No se trata únicamente de practicar los ejercicios al piano y corregir tal o cual nota. Realmente un músico con un profundo conocimiento del lenguaje (la música) no depende de un piano, y le bastaría con lápiz y papel para hacer música de verdad. Pero muchos armonistas, aún usando sólo el lápiz y el papel, no ven más allá de la goma.
En armonía, como premisa, se deberían enseñar las sonoridades de todos los posibles acordes, de las conjunciones de notas sean cuales sean, de cómo actúan unas sobre otras, y de los límites de la percepción. Se debería poder reconocer cualquier acorde "de oído". Se debería aprender cómo los compositores usan estas armonías y cómo las podemos usar nosotros en un momento determinado; aprender a pasar de una tonalidad a otra de forma natural, aprender a moverse en tonalidades muy alteradas de la misma forma que nos movemos en do mayor, aprender a armonizar una melodía directamente sobre el piano, o a melodizar una armonía. Esto es la música, y no un absurdo juego de quintas y octavas. Muchos de los armonistas salen con una gran visión de "errores de armonía", ¡pero sin embargo no tienen ni idea de armonía! Una vez sabido todo lo anterior (lo cual podría ocupar más de uno, dos o tres cursos, podría ocupar una vida entera), entonces es el momento de ejercitar el cerebro en la ansiada búsqueda de quintas y octavas, comprendiendo por qué son así las normas, y cómo hay que quebrantarlas para "decir" algo interesante.
En la repentización musical se hace una aproximación real a la improvisación: el transporte, la velocidad de lectura, la armonización de una melodía. Eso sí es música. Pero tristemente muchos de los alumnos que llegan a estos cursos no dominan el lenguaje de la música lo suficiente como para poder asimilar lo que el profesor les ofrece, con lo que acaban el curso aprobando, incluso brillantemente, pero siguen sin entender más que las cuatro lecciones y las cuatro reglas que se aprendieron.
Tras todo esto, entonces y sólo entonces, tendría sentido el análisis formal. Este análisis formal no necesitaría de una partitura obligatoriamente, ni de un lápiz ni de un papel. Cuando Mozart llegaba a casa, tras un concierto, y reproducía al piano exactamente toda la partitura... ¿de verdad creéis que él memorizaba nota por nota? Mozart tenía tal conocimiento del lenguaje de la música que automáticamente analizaba la pieza y la estructuraba, armónicamente, formalmente, y en todas sus dimensiones. De esta manera un curso de "formas musicales" dado por Mozart sería lo más enriquecedor del mundo, porque en realidad lo que se persigue es la compresión de la pieza, y con ello la compresión del lenguaje.
De todo este desconocimiento surgen posturas aberrantes, como aquellos que odian la "música culta actual" ("no la comprenden, sus oídos no están preparados"), o todo lo contrario, los fanáticos de esta música y que tachan a Chopin y Bach de "anticuados". Precisamente el arte actual (ya no sólo la música) es un arte para "artistas". Componer música hace unos años era una labor muchísimo más simple que actualmente. Los compositores actuales han de comprender que la música que componen casi sólo pueden llegar a entenderla los músicos. Esto no ocurría hace un siglo, o quizás menos. Lo verdaderamente achacable a muchas músicas de músicos actuales es el superar los límites de la percepción humana, de forma que para entender una pieza hay que estudiarla profundamente, y la percepción sonora únicamente no basta para poder entender todo lo que ahí dentro pasa. No por ello toda la música actual es buena, ni muchísimo menos: de hecho es en la actualidad, bajo mi punto de vista, cuando más fraudes se cometen en la música; fácilmente te pueden dar gato por libre, cualquiera puede componer cualquier cosa, y aquello ser una "farsa musical" total. El buen músico debería ser capaz de diferenciar música buena o mala.
Otro de los errores más comunes es pensar que un músico, debido a los análisis musicales que llega a hacer en su cabeza, no es capaz de apreciar la belleza de una pieza: ¿Cómo es posible no darse cuenta que cuanto mejor se conoce un lenguaje, cuanto más se aproxima uno a él, cuanto mejor se entiende cada palabra, es cuando mejor se siente la poesía que se hace con ese lenguaje? La música es como el primer amor, se lleva siempre en el corazón.